Un día marrón

Hoy es un día malo. No es un día de resaca, es un día de realidad. No es un día con las emociones aún a flor de piel y la adrenalina rondando como loca por las arterias, haciendo de lo suyo, creyéndote que te vas a comer el mundo o al árbitro o a tu vecino que no para de tirar petardos y ya tiene más de sesenta años. No es un día de verbena ni es un día de rabia. Es un día de tristeza y no tiene que ver con el fútbol aunque eso ayude. Tiene que ver con que –aunque ahora les parezca imposible porque este verano se resiste y aún no hemos pasado noches tropicales ni mañanas ecuatoriales ni tardes infernales– aunque les parezca una locura, el verano se ha terminado y ya ha empezado el invierno. La noche más corta es el fin del verano. Ahora empiezan a alargarse los días y pronto la luz cambiará y anunciará el otoño y una tarde sin avisar corre un aire que te sorprende y dices ya está aquí. No tiene que ver con la meteorología ni con la climatología. No es culpa del cambio climático (por una vez, es inocente), tiene que ver con la realidad. Los días se acortan y la esperanza de una eterna primavera no ha servido para nada. Es un día malo. Luz Casal lo decía mejor: es un día marrón.