Alos casi sesenta años, es difícil escribir la carta a los Reyes Magos. De entrada, no sabes bien con quién hablas. Con una quimera. Ya no queda nadie en tu vida que hubiese leído una de esas otras Cartas Reales. Las de la infancia. Ya no hay nadie de carne y hueso a quien puedas recurrir. Y acudir a tres magos de la antigüedad con turbante y barba tampoco es que sea una panacea. ¿Cómo los defines, quiénes son, qué les pides? Mi abuela les escribió su propia carta hasta que la mano ya no obedecía la cabeza. Hasta ese momento, cada año, su carta colgaba encima del pesebre del salón. Siempre decía lo mismo, que para ella no quería nada. Que todo lo que pedía era para los demás. Pero en el fondo todo lo pedía para ella. Porque lo que ella quería era que nosotros tuviéramos algo. Ese algo al que agarrarnos, esa esperanza, esa ingenuidad, esa ilusión. No es fácil. Lo único que deseas es que alguien te escuche y venga a buscarte y te diga: vamos, vente conmigo. Como cuando eras niño, porque así nos sentimos estos días previos a la Navidad: desarmados y solos como se pueden sentir los niños. En la carta, quizás acompañada de un dibujo, no pediría nada para mi. Pediría que regresara ese tiempo en el que creía que tres hombres barbudos con turbante subían por una escalera, tomaban una copa de coñac Carlos V y se comían una galleta, mientras te llenaban la vida de regalos.
Reyes Magos
14 diciembre 2024 20:57 |
Actualizado a 15 diciembre 2024 07:00
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