Escribidor

14 abril 2025 20:29 | Actualizado a 15 abril 2025 07:00
Natàlia Rodríguez
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Escribes una historia basada en una época, un lugar y un personaje específicos, y luego, mucho después de su publicación, personas que parecen no tener ninguna conexión con esa época, lugar o personaje la leen y te dicen que se han encontrado a sí mismas en tus palabras. ¿No es pura magia? La literatura nos muestra lo universal en lo particular, lo eterno en lo efímero y lo extraordinario en los momentos más cotidianos de la vida. A esto se refería el novelista y ensayista estadounidense F. Scott Fitzgerald cuando dijo: «Eso forma parte de la belleza de toda la literatura... Descubres que tus anhelos son universales, que no estás solo ni aislado de nadie. Perteneces». Leemos. Escribimos. Pertenecemos.

Se ha muerto Mario Vargas Llosa a las puertas de Sant Jordi. Sus libros de antes estaban ahí siempre, a mano. Era la época del Boom y parecía que la literatura nos podía cambiar la vida. Y de alguna manera lo hacía. Las primeras frases de Cien años de soledad, o el propio Vargas Llosa con su Tía Julia y el escribidor o La ciudad y los perros. Si algo demostró la literatura de esa época en castellano era que te hacía pertenecer a un mundo que nada tenía que ver con el tuyo, que el llamado «realismo mágico» era más real que el tuyo. Que ese mundo intenso, sensual, colorido y mohoso te integraba. Pertenecías a Macondo, a Lima, a Buenos Aires o a un cerro mejicano.

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