Dicen –y soy consciente de que aquí abro el melón de la polémica– que el tamaño sí importa. Y mucho. Solo hace falta echar una mirada a esa batalla –por el momento incruenta, gracias a Dios– que han emprendido varios municipios españoles por ver quién lo tiene más grande.
El árbol de Navidad, digo. Al final, ha sido la pequeña localidad cántabra de Cartes, de apenas 6.000 habitantes, la que, cual David, ha vencido a los Goliath Vigo y Badalona y ha estrenado en olor de multitudes el árbol navideño más grande de Europa, con 65 metros de altura, 40 toneladas de metal y 24.000 metros de luces blancas.
Mientras tenía lugar esta alocada competición, en la pontevedresa Vilagarcía de Arousa optaban por conseguir su pedacito de fama jugando a la contra, y allí han optado por elaborar e iluminar el que, según sus creadores, es el árbol navideño más pequeño de España. Y debe de serlo, pues mide apenas un centímetro –dos, si se cuenta con el macetero en el que está plantado–.
Hecho a mano con materiales reciclados, su creadora, Mariam García, empleó musgo para su cubierta verde, las bolas son los abalorios que esta artesana utiliza en la elaboración de sus pulseras y las tres pequeñas luces LED que lo iluminan son de aparatos electrónicos que han dejado de funcionar. Todo muy sostenible.
Y, como el de Cartes, también el de Vilagarcía se ha convertido en una atracción para los visitantes. Eso sí, esto de la filosofía low cost y a pequeña escala requiere paciencia: para que los curiosos puedan disfrutar de este árbol en todo su esplendor, sus creadores han colocado una lupa. Se trata de una forma distinta de mirar la Navidad. Porque a veces el verdadero encanto se esconde en las cosas más pequeñas.
