Dos años han pasado los veterinarios de un zoo japonés en resolver un enigma que traía al centro de cabeza. Dos años durante los que han corrido ríos de tinta. Y no era para menos.
¿Cómo pudo Momo, una mona que desde hacía seis años vivía sola en su jaula, aislada del resto de sus congéneres, quedarse embarazada y concebir a su hijo? Sí, sí, a pesar de su soledad, el animal, una hembra gibón de diez años, alumbró hace dos a una ‘monada’ que todavía no tiene nombre –imagino que a la espera de ver a quién se parecía–.
Así que, mientras el bebé mono crecía, los genetistas se afanaban en resolver el misterio y en buscar al padre. Como no podía ser de otra forma, no faltaron las especulaciones de todo tipo, incluidas las de tipo sobrenatural. Pero, hace unos días, los investigadores del zoo descubrieron el secreto de Momo, mucho más prosaico y que tiene más de picaresca que de milagroso.
El padre de la criatura es Itoh, un mono macho de 34 años. Resulta que había un agujero de menos de un centímetro de diámetro entre la doncella y el donjuán. Cuando Itoh estaba bajo la mirada de los visitantes, en esa área común que colindaba con la jaula de Momo, la pareja copulaba.
O sea, que todo este noviazgo sucedió a la vista de los visitantes, sin que nadie se percatara de ello. Aún estoy sorprendido por la discreción de Itoh, ese galán que ha demostrado que cuando hay pasión no importan los obstáculos ni cuán pequeño es el pasillo hasta llegar a la amada.
Cosas de la vida.