No es un hombre de mi agrado ni alguien que pueda dar lecciones de moralidad, pero en esta ocasión el emir de Catar, Tamim bin Hamad Al Thani, nos saca los colores cuando denuncia que «el bombardeo de hospitales y refugios en Gaza ya no impacta a los países occidentales, que pretenden ser los defensores de los derechos humanos».
En efecto, nos hemos acostumbrado al horror, pese a que las crónicas que nos llegan de Palestina son estremecedoras. Sin oxígeno, sin agua y sin electricidad, los recién nacidos meren porque las incubadoras dejan de funcionar; el ambulatorio, el ala de maternidad y la de cardiología han sido atacados; miles de heridos esperan una muerte segura mientras los que se acercan a los hospitales en busca de refugio son objeto de las bombas...
Los israelíes acusan a Hamás de atrincherarse en los hospitales y usar a desplazados y heridos como escudos humanos. Puede que sea cierto, pero ni siquiera eso justifica un ataque a personas inocentes.
Se lo recuerda el director general del Comité Internacional de Cruz Roja, Robert Mardini: «Incluso si una las partes utilizara un hospital como plataforma de lanzamiento de ataques, eso no justifica automáticamente que los hospitales sean atacados en un momento en que mujeres, niños y hombres están recibiendo tratamiento. Son santuarios que deben protegerse».
Pero en Palestina hace tiempo que el sonido de las bombas silencia las palabras de la ONU, del CICR o de otros organismos internacionales. Y lo peor es que nos acostumbremos a convivir con esta masacre y esta vulneración del derecho humanitario internacional. Como dijo Albert Einstein, «el mundo no está en peligro por la acción de las malas personas, sino por la inacción de las buenas que permiten la maldad».
