Por el amor de una mujer

26 abril 2024 20:14 | Actualizado a 27 abril 2024 07:00
Josep Moya-Angeler
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La vida es comunicación. Sin ella, sería imposible todo ser vivo, excepto las ostras y otros animales descerebrados que acuden al hermafroditismo. La buena comunicación es muy difícil porque han de conjugarse docenas de conceptos, ideas, objetivos y estrategias, la mayoría de ellos con fuerza, para dar personalidad a quien se comunica.

En toda comunicación, lo repito en los procesos de formación de líderes a los que me dedico desde hace 35 años, la clave reside siempre en el mensaje. Sin mensaje, la comunicación tiene rasgos de inutilidad, palabrería y absurdidad. «Leche, cacao, avellanas y azúcar» es perfecto, no es preciso decir más. Todos sabemos que Nocilla lleva estos alimentos buenos para los niños y los no tan niños.

«No me causa rubor decirlo, soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer». Un mensaje con una fuerza demoledora que vale más que cuatro folios de una carta

«España va bien», aunque fuera incierto fue un mensaje rotundo. El mensaje tiene un objetivo: que el receptor reaccione de una u otra manera. Se comunica uno en función del receptor.

«No me causa rubor decirlo, soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer». Un mensaje con una fuerza demoledora que vale más que cuatro folios de una carta dedicada a la ciudadanía.

Un político se desnuda de frialdades y lanza una confesión sin rubor cargada de emotividad. Pedro Sánchez, sabedor de que el lenguaje es convincente si es emocional, ha usado en su anuncio de retiro para reflexionar un mensaje que, como la Biblia (ese libro de 1.130 páginas que se resume en diez mandamientos y éstos en tan sólo dos ideas: amar a Dios y amar al prójimo), trastoca y vence a cualquier otra idea. Un hombre que por amor a una mujer está dispuesto a retirarse. «Si tú me dices ven, lo dejo todo», otro mensaje de éxito cantado por Los Panchos.

Cuando se dicen estas cosas, la mujer se convierte en un ser maravilloso que lo merece todo. Es, incluso, inocente ante el «fango» (ya no son acusaciones infundadas, es pura porquería) y merecedora de nuestra confianza. Y él, hombre al fin y al cabo, despierta comprensión y compasión. Incluso cierta admiración porque hoy en día parece que todo amor tiende a conducir al fracaso.

Las mujeres, sintiéndose admiradas en otra persona, se sienten halagadas. Y los hombres de contumaz matrimonio se reafirman en el orgullo de su fidelidad. No se trata, pues, de política, se trata de humanidad, de sentimientos nobles y casi heroicos, de que la gente entienda que lo fácil y egoísta sería abandonar a la mujer pero que quien escribe «sin rubor» su amor merece un respeto. En una palabra técnica de los comunicadores, se trata de lenguaje emotivo.

No se trata de política, sino de humanidad, de que la gente entienda que lo fácil y egoísta sería abandonar a la mujer pero que quien escribe «sin rubor» su amor merece un respeto

Ignoro si Pedro Sánchez pensó mucho o no este mensaje que se ha convertido en bolero multiplicado por millones de escritos en la red tras crearlo en segundos la Inteligencia Artificial, cosa que asusta. Y pienso que la manera en que está escrito parece sincera, lo que lo hace, además, bello.

Dentro de un tiempo, tal vez en las escuelas de negocios y algunas universidades, o en los procesos de formación de líderes, se repita este ejemplo como un mantra. Porque en la vida ciudadana y relacional, y sobre todo entre la clase política, nos falta la sinceridad de la emotividad, eso que nos conmueve y que es, al fin, lo que nos llega más hondo que el argot político, frío, desaborido y de difícil credibilidad. Y no deseo entrar en valoraciones sobre las decisiones políticas de Pedro Sánchez, porque como se publicó el viernes en La Vanguardia, en España «la política se ha convertido en un estercolero». Y no me gusta meterme en el estiércol.

Es de esperar que este capítulo de la vida de Sánchez no acabe como aquel vals con letra de bolero que decía: «Por el amor de una mujer / jugué con fuego sin saber / que era yo quien se quemaba». Porque, como soltó Jacques Brel en un habitual ataque de lucidez, «el amor es infinito mientras dura».

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