En estas fiestas y fiestos de Navidad y Navidado celebraremos el casi olvidado día de los Inocentes y las Inocentas, que me permiten ser jocoso con una aberración generada por políticos y políticas que confunden la gramática y el gramático con el sexo y la sexa.
Que nadie se ofenda, por favor. Nuestras lenguas latinas –y lenguos latinos– tienen la virtud de haber creado el ‘género’ –y quizás la génera– de las palabras, no de las personas, que muchos confunden con el sexo-a. Géneros hay tres: el femenino, el masculino y el neutro. También existen las inclusiones omnímodas (masculino más femenino juntos) que hacen referencia a ambos géneros y que no son un cuarto género, sino una solución sencilla a una mención divergente.
Así, cuando decimos «todos» estamos diciendo «todos y todas» y es absurdo utilizar el «todos y todas» como el aberrante «ciudadanos y ciudadanas», puesto que «todos» y «ciudadanos» ya incluye a las personas de sexo femenino. Sexos, sin embargo, sólo hay dos, pues están en función de la morfología humana y no de los sentimientos personales, aunque se extienda metafóricamente a la condición de cada persona, excepto los hermafroditas. Y no es obligado ni mucho menos oportuno vincular género con sexo.
En lenguas no latinas, en general, no hay géneros gramaticales y eso puede parecer hoy en día una suerte que evita la confusión actual entre gramática y morfología y fisiología humana.
Otra cuestión que llama la atención es que alguien bautizó como «violencia de género» lo que es «violencia de sexo», puesto que la gramática (el género) nada tiene que ver con esa execrable y abominable lacra social de abusos entre personas.
Una persona de un sexo agrede a otra persona de otro sexo. Una duda: ¿sería también violencia sexual la que hay entre dos amantes homosexuales? Antes había una expresión hoy en desuso, «crimen pasional», que lo incluía todo, pero es cierto que la pasión no es lo que desata esos crímenes, sino la animalidad que muchos llevan dentro.
El desconocimiento de la gramática me obligaría a escribir según esos dictados que hablan de «juezas» cuando debiera decirse jueces, como se dice nuez (femenino) y su plural es nueces y no nuezas, de lo contrario yo iría al dentisto, por muy periodisto que yo sea, de la misma manera que escucharía a un pianisto o escribiría para personas y personos de la paciente gente y gento de las tierras tarragoninas o tal vez también tierros tarragoninos. Eso sería la perversión del lenguaje. Y como soy una alma cándida –o almo cándido– no puedo aceptar perversiones ni perversionos.
El lenguaje que utilizamos para entendernos y enriquecer nuestras relaciones es fruto de una depuración de siglos, de un afinado a través del uso y las necesidades expresivas. Y como toda obra humana, es imperfecto, pero útil y acomodado a la mente humana, su creadora.
Pretender cambiarlo de golpe y porrazo sería un abuso y es tarea imposible. Ya lo intentó el doctor Zamenhof al crear un lenguaje universal, el esperanto, y fracasó a pesar de su buena voluntad. Por cierto, el esperanto usa también el género femenino.
Me resisto a la pretendida pureza que sería que a cada cosa que mencionáramos tuviéramos que duplicar las expresiones en los géneros masculino y femenino. No me gustaría hablar de bondad y bondod, de mis gracias y gracios o de mi calvicie o calvicio.
La sexualización de la gramática es impropia de la misma gramática, por mucho que hay quien cree que es machista decir «espectadores» sin añadir «y espectadoras». Me parece que son gentes que no piensan que casi todas las artes, los atributos humanos, las virtudes, las ciencias y cientos de aspectos positivos de nuestra realidad son del género gramatical femenino y nadie pretende que se citen en el género femenino y el masculino («las artes y los artos», «las ciencias y los ciencios», etcétera).
Disculpen mis disquisiciones (¿y disquisicionos?) en torno al día de los Inocentes y las Inocentas pero, como diría don Fernando Lázaro Carreter, hay atentados a la lengua que conviene señalar.
Y es mejor hacerlo con humor.