El comienzo del verano, que siempre predispone al optimismo, empañado este año por unas elecciones en mitad de las vacaciones, bien merece darle unas vacacioncillas a la inquietud y debate que despiertan tejemanejes de las miserias de la política. Dejemos atrás por unas horas las peleas en el interior de los partidos por la elaboración de las candidaturas y la noticia, en verdad más lógica que trascedente, de la exclusión de Irene Montero de la propuesta de Sumar, la formación que reemplaza la demagogia que abandona Podemos.
Acabo de leer en un periódico británico detalles de la inminente desaparición del dinero; del dinero tal y como lo manejamos, nunca de su importancia en nuestras vidas ni de las preocupaciones que causa tanto a los que no les llega como a los que siempre quieren más. Se trata, por supuesto, del dinero en efectivo, en billetes y moneda. Ambos tienen sus días contados. Las tarjetas de crédito y la comodidad que ofrecen están sustituyendo a los billetes y las monedas que ya han desaparecido en algunos países del norte de Europa, que suelen ir por delante. Las imprentas que actualizan los billetes cerrarán sus puertas y los Estados, que nunca suelen perder, mejorarán sus balances con el ahorro de dejar de financiar las nuevas remesas de efectivo. Aquí mismo, las monedas, siempre proclives a perderse en los bolsillos, pronto se convertirán en objeto para coleccionistas y museos, donde serán contempladas por las futuras generaciones como un recuerdo de esta nueva etapa a la que nos están impulsando las nuevas tecnologías y la discutible inteligencia artificial. Pero esto, que es la modernidad imparable, también creará problemas y causará víctimas. Los primeros damnificados, por supuesto, son los que viven de la caridad ajena, ante la imagen de los viandantes dispuestos a socorrerlos con unos céntimos, revolviendo en los bolsillos sin tener más recursos que el de encogerse de hombros como muestra de insolvencia. También lo sufrirán los párrocos con los cepillos de las iglesias, una forma cristiana de contribuir a financiar los gastos del culto y el salario de los sacerdotes. Estos problemas se irán agrandando con la desaparición del dinero suelto para algunos profesionales, especialmente de la hostelería, como camareros de bares y restaurantes, conserjes o los siempre valiosos aparcacoches, que cuentan en sus ingresos con las propina tradicionales mal compensadas ahora por el olvido de su inclusión en las tarjetas de crédito. Lo cual les agravará más si cabe la siempre inquietante llegada a fin de mes.