La ciudad siria de Palmira tiene, como Tarragona, el título de Patrimonio de la Humanidad, y también posee un Teatro Romano, vestigio, junto a columnas y arcos, de un pasado esplendoroso que se remonta a 2.000 años.
Este escenario nos hace más próximo lo que allí sucede desde que esta ciudad se vació de turistas y fue ocupada por el Estado Islámico, organización sunita radical que se caracteriza por su doble odio: a Occidente y a los musulmanes chiíes. También por ufanarse en las redes de la crueldad de sus asesinatos, difundiendo escenas de cómo sus prisioneros se queman, se ahogan, son crucificados, o ejecutados en el Teatro Romano por niños que les disparan en la cabeza.
El EI controla zonas importantes de Irak, Siria, Libia y el Yemen. Nos angustian sus videos macabros, aunque no los miramos como desearían sus autores. No hace falta ver sangre para que salpique nuestras conciencias.