«Je m’appelle Adou», dijo el pequeño de ocho años, cuando los guardias fronterizos abrieron la maleta con ruedas en la que era transportado, con síntomas de asfixia, en medio de piezas de ropa.
La aventura de este niño de Costa de Marfil ha dado la vuelta al mundo. Sus padres y dos hermanos mayores habían alcanzado las costas españolas. Faltaba el pequeño para la reunificación familiar que les había sido denegada porque el sueldo mensual que entraba en casa era de 1.275 euros, y se les exigía 1.331. Faltaban 56 euros.
Es el contraste entre la frialdad de las leyes y la realidad de la vida; entre los gélidos números y el calor del corazón. En la maleta viajaba la esperanza de una familia, y también viajaba África, el continente del que Europa arrancó durante siglos a niños y jóvenes comprados en sus mercados de esclavos, como si fueran una mercancía… transportable en una maleta.