La guerra de Ucrania tiene un responsable claro: Putin. Es evidente y no hay palabras para expresar la frustración, la rabia y la impotencia que uno siente al ver las caras de los miles de ucranianos (más de 100.000 en un día según ACNUR) que, desesperados y conscientes del sufrimiento que les viene por delante, huyen de las bombas a Polonia y otros países.
Es un drama humanitario mayúsculo el que se cierne sobre toda Europa del este y, qué decir, de las familias de los fallecidos por los ataques. Pero nos haríamos un flaco favor si no hiciéramos autocrítica. Por segunda vez desde la caída del muro de Berlín, primero en los Balcanes y ahora en Ucrania, la guerra vuelve a estallar en Europa.
Desde la Segunda Guerra Mundial, un conflicto armado en territorio europeo no tenía como protagonista a una superpotencia como Rusia. Más allá del ansia de Putin de recuperar para la antigua URSS la grandeza del imperio soviético, la UE no ha sabido resolver un conflicto que tendrá un impacto muy negativo en las economías de los Veintisiete por la dependencia de materias primas como el gas.
La invasión de Ucrania es una nueva muestra del recelo con que se miran las dos caras de Europa, la occidental y la oriental. De lo que aprendamos de ello y cambiemos depende el futuro de Europa.