80 años del fin del horror en Auschwitz

26 enero 2025 20:49 | Actualizado a 27 enero 2025 07:00
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Hoy se conmemoran 80 años de la liberación de Auschwitz, uno de los lugares más significativos de la barbarie nazi y el holocausto que exterminó a millones de personas. Este aniversario no es solo una efeméride, sino un recordatorio urgente de la necesidad de preservar la memoria histórica y dar voz a los supervivientes de una de las catástrofes más atroces de la humanidad. Auschwitz, más que un campo de concentración, fue el epicentro de la máquina mortal del régimen nazi, un espacio donde la humanidad fue despojada de su dignidad, y miles de hombres, mujeres y niños fueron sistemáticamente asesinados. La liberación de este campo por parte del Ejército Soviético en 1945 no puso fin solo a una guerra, sino que marcó el comienzo de una obligación moral que sigue vigente: no olvidar.

Los supervivientes ya se cuentan con los dedos de una mano y su testimonio sigue siendo fundamental. Su palabra es la memoria viva

En la actualidad, mientras los supervivientes de Auschwitz, aquellos que lograron salir de la oscuridad y la desolación, se cuentan con los dedos de una mano, su testimonio sigue siendo fundamental. Son ellos quienes nos hablan con una claridad desgarradora sobre la brutalidad del odio desatado, sobre las huellas imborrables que quedan en el alma humana, y sobre la necesidad de construir un mundo donde nunca más se repita tal horror. Su palabra es la memoria viva, la única capaz de transmitir con auténtica vivencia lo que los libros de historia, por poderosos que sean, no pueden transmitir por completo. Es por ello que hoy, en los actos oficiales, que contarán con la participación de una sesentena de países, los políticos no tendrán protagonismo. Apenas tendrán voz. Hoy, la voz es para ellos, para los supervivientes. Pero más allá de los relatos personales, la conmemoración de este aniversario exige también que asumamos nuestra responsabilidad colectiva. El recuerdo de lo sucedido no debe ser un acto de nostalgia, sino una reflexión constante sobre los peligros de la intolerancia, el antisemitismo, el racismo y cualquier forma de odio que amenaza la convivencia pacífica. Si la historia no se recuerda con claridad y se transmite a las nuevas generaciones, corremos el riesgo de que el horror sea minimizado, tergiversado o, peor aún, olvidado.

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