Cosas que revela la pandemia

Las mujeres presentan mayor percepción del riesgo al contagio personal y del riesgo al contagio colectivo que los hombres

22 marzo 2021 09:30 | Actualizado a 22 marzo 2021 09:55
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Después de un año de pandemia comienzan a aparecer estudios con muestras suficientemente grandes para poder señalar algunos aspectos interesantes sobre el impacto de la misma y de cómo la ha vivido la ciudadanía. Por ejemplo, un estudio en el que he participado junto a colegas de la Universidad Europea de Madrid y que recientemente ha sido publicado, con una muestra de 16.000 personas, revela información que puede hacernos reflexionar sobre el papel de cada uno de nosotros en esta situación de crisis sanitaria. En este estudio constatamos diferencias estadísticamente significativas entre mujeres y hombres respecto a la percepción del riesgo de contagio. También entre jóvenes, adultos y mayores de edad. En todas las franjas de edad, las mujeres presentan mayor percepción del riesgo al contagio personal y del riesgo al contagio colectivo que los hombres. En consecuencia, ellas se protegen más y mejor que ellos, utilizando como indicador las medidas obligatorias de uso de mascarillas, distancia física, uso de gel hidroalcohólico y el no quebrantamiento de normas que rigen en los espacios públicos. Las diferencias porcentuales no son excesivas, pero sí suficientes como para que resulten, como digo, significativas.

¿Por qué se produce esta percepción diferenciada y este comportamiento también distinto? En el terreno de las hipótesis, parece razonable concluir que, colectivamente, las mujeres han estado más expuestas a la pandemia. Al menos en dos sentidos. Las mujeres trabajan muy mayoritariamente en lo que se ha denominado trabajos esenciales: no solo en el ámbito sanitario, sino también en el comercio de alimentación, en el sector de limpieza, etc., y por tanto han tenido que seguir desarrollando su actividad laboral más expuestas al contagio al no poder realizarla desde el hogar. En segundo lugar, sobre las mujeres todavía recae la mayoría del trabajo reproductivo, es decir, de la multitud de actividades no remuneradas que se centran en el cuidado de las personas, en la gestión doméstica y en la interlocución de la familia con terceros. Es por esto que probablemente las mujeres presenten una más ajustada percepción del riesgo de contagio y que, en consecuencia, tiendan a protegerse más.

Posteriormente al estudio que he señalado y que se llevó a cabo en la primera ola, realizamos otro con muestra de 6.500 personas durante el verano 2020, para valorar cómo se había experimentado el confinamiento. En este, la población joven aparecía como la que peor soportó el cierre forzado. Y también se ratificaba que era el segmento de población con menor percepción de riesgo y con un menor uso de las medidas obligatorias de protección, al mismo tiempo que fue más proclive a saltarse las normas adoptadas para frenar el contagio en el espacio público. Esto encaja con las noticias de fin de semana que informan sobre las actuaciones policiales en fiestas ilegales en pisos o locales y que muy mayoritariamente están protagonizadas por jóvenes, incluidos entre ellos jóvenes extranjeros que vienen al país buscando una permisividad que no encuentran en sus zonas de residencia.

Hay que decir inmediatamente que el hecho de que gente joven sea la protagonista de estas actividades, no puede generalizarse a toda la juventud. No se trata de señalar o culpabilizar a todos los que pertenecen a un grupo de edad. Pero sí nos permite formular alguna hipótesis sociológica al respecto. Para una parte de la juventud (y, reitero, para una parte) pareciera que se ha roto lo que solemos llamar solidaridad intergeneracional. Esto supondría que ciertos perfiles de jóvenes no estarían dispuestos a asumir determinadas obligaciones para con las personas de más edad, fundamentalmente para con los más mayores.

¿A qué se debería esta situación? Lejos de pensar que pueda deberse a una respuesta frente a la escasez de expectativas, al no future, como se suele decir, sería más bien una manera de proceder derivada de considerar de que uno solo tiene derechos pero no obligaciones. Esto es, «mi derecho a divertirme» estaría por encima de lo que puedo contribuir para proteger frente a la enfermedad a otras personas. Este modo de pensar y entender el mundo es muy propio de aquellos que han heredado derechos y que están poco dispuestos a arrimar el hombro en la búsqueda de soluciones colectivas al bien general.

En las actuales circunstancias, anteponer el discutible derecho a la diversión saltándose las indicaciones sanitarias y las prohibiciones que intentan atajar la pandemia, solo se entiende bajo un enfoque de vida en la que lo que le ocurra al resto de personas es irrelevante. Más cuando estas personas están en las últimas etapas del ciclo de la vida. También encierra esta actitud un enorme desconocimiento de cómo funciona el sistema social, de la contribución que han realizado los demás para con nuestro bienestar, y no solo en términos económicos, sino en todos los aspectos que tienen que ver con las construcción colectiva de una sociedad más o menos decente.

Ángel Belzunegui Eraso: Director de la Cátedra de Inclusión Social, profesor titular de sociología de la URV, investigador del Centre d’Estudis dels Conflictes Socials de la Universitat Rovira i Virgili y coordinador del Social & Business Research Laboratory.

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