El Covid-19 ha impactado en nuestras vidas de una forma brutal y repentina, cambiándolo todo. Es una pesadilla que nos ha dejado inmersos en un drama diario de víctimas y de problemas de todo tipo.
Tiempo habrá para hacer una reflexión cuidadosa sobre la concatenación de errores en esta crisis. Es obvio que las autoridades a nivel internacional han fracasado estrepitosamente en hacer frente al coronavirus. Dejando temas epidemiológicos sobre origen y propagación, es incuestionable que las respuestas gubernamentales no han sido coordinadas. El primer culpable fue China, que ocultó la virulencia de la epidemia hasta que fue insostenible. La propia dinámica de la globalización hizo el resto: Corea del Sur, Irán, Italia, España...
Resulta realmente indignante la incompetencia en cadena de las autoridades mundiales. No se puede entender como viendo lo que estaba pasando no se reaccionó con la contundencia necesaria; ni la OMS (que tardó muchas semanas en declarar la pandemia) ni las entidades supraestatales (como la UE) ni los propios países. ¿Qué nos hacía pensar que el virus nos trataría de forma «diferente» a lo que estaba sucediendo fuera? Y después el mismo razonamiento aplica a otros estados europeos y americanos (con UK y USA a la cabeza), que también se creyeron «inmunes» a su avance y después han tenido que cambiar de forma radical sus planteamientos.
No habernos confinado todos de verdad durante dos o tres semanas nos llevará a un ‘no acabar’ durante meses y la factura humana y económica será mucho peorLo que se debería haber hecho, viendo lo que pasaba en Italia (nuestro espejo), era «frenar de golpe» la actividad. Así de claro. Dejar de trabajar y «de movernos» a efectos del PIB de dos semanas en España supone algo más de 50.000 millones de euros. Parece bastante asumible, ¿verdad? No me atrevo a hacer los cálculos «finos», contando los sectores que no pueden detenerse. Dejo a los compañeros del mundo de la universidad, los servicios de estudios y la investigación el hacer un análisis detallado.
En lugar de eso, continuamos organizando actos masivos, eventos deportivos multitudinarios, grandes desplazamientos etc. Y hemos visto las dramáticas consecuencias en hospitales, UCIs, residencias de ancianos etc., con un sector sanitario batallando de forma heroica, con medios insuficientes.
Es cierto que a posteriori siempre es fácil hacer crítica. La pugna entre seguridad y economía es como en Tiburón. La única solución es acabar con el «bicho». La gran diferencia radica en que los científicos nos han explicado que, a diferencia de la novela de Peter Benchley, el virus necesita un huésped. Y si no lo tiene, desaparece porque el contagio se produce entre humanos. Es una situación diferente a otras crisis sanitarias en las que el propagador de la enfermedad es, por ejemplo, un mosquito.
Ahora el daño ya está hecho. Pero nunca es demasiado tarde para tomar medidas radicales. Estamos pensando ya cómo saldremos progresivamente del confinamiento, que no podrá hacerse con seguridad hasta que se tengan suficientes test para la población, cuando lo que se debería haber hecho (o todavía se podría hacer) es un esfuerzo titánico de paralización total.
Quiero decir confinamiento absoluto de todos, a excepción de los servicios «realmente» esenciales (sanidad, seguridad, limpieza, suministros básicos...) que distan bastante del listado del decreto de hace una semana, cuando escribo estas líneas. Otra cosa que se ha gestionado mal es la «capacidad» para salir de casa, además del egoísmo y la insolidaridad de una minoría de la población. En la mayor parte de casas seguro que hay comida y productos de primera necesidad para soportar un confinamiento de dos semanas. Sigue habiendo demasiada movilidad. Hay que ser mucho más restrictivo en las compras. Lo mismo se puede aplicar a otros motivos no imprescindibles por los que la gente sigue saliendo de casa.
Es equiparable a una situación de «guerra». Podríamos encontrar muchos casos particulares, pero el sacrificio debe ser colectivo. «Sólo» era necesario que «todos» (con unas excepciones mínimas) nos hubiéramos quedado confinados de verdad dos o tres semanas, con la cobertura legal de las autoridades.
El Estado, que tiene plenos poderes en la crisis, debería suspender durante este periodo los pagos de todos los tributos de cualquier nivel de la Administración y permitir diferir los pagos entre empresas y también particulares durante 15 días. Además deberían transferir a los ciudadanos una renta «de supervivencia» para las emergencias de estas dos semanas (p.ej. de 1.000 euros per cápita), a regularizar posteriormente en función de las circunstancias particulares. Volvemos a cifras similares a los 50.000 millones de antes.
Esto debería ir acompañado de un cierre radical de las fronteras y de todas las infraestructuras terrestres, marítimas y aéreas.
Viendo lo que pasaba en Italia, se debería haber frenado ‘de golpe’ la actividadDespués se deberían activar las ayudas a la economía real en forma de préstamos a largo plazo y subvenciones directas, con el compromiso y apoyo total de la UE, que se está jugando su credibilidad.
Los mercados financieros sufrirán la crisis pero se recuperarán. A nivel global las últimas epidemias (SARS, Gripe aviar, Dengue, Gripe porcina, MERS, Ébola, Cólera y Zika) provocaron caídas, pero al año se habían recuperado de media un 15%.
Supondría sufrir muchísimo durante dos semanas, para ir recobrando el pulso paulatinamente. Pero el hecho de no hacer este esfuerzo nos llevará a un «no acabar» durante meses y la factura humana y económica será mucho peor. Es muy difícil gestionar esta crisis, pero sólo con medidas radicales, aunque sean impopulares y atenten temporalmente contra nuestras libertades individuales, se puede hacer frente al coronavirus.
Una vez más los políticos han fracasado y temo que irá para largo. ¡Cuidaos mucho!