Ese día pensaste que la suerte te venía de cara. A primera hora, nada más llegar, tu jefe te llama y te dice: «Ahí tienes lo que siempre habías deseado: un equipo al que liderar».
«Individualmente, somos una gota. Juntos, somos un océano». Ryunosuke Satoro. No, no es que desconfíes de tu jefe. Pero te sorprendió un poco. Tanta generosidad no era habitual en él. Tú, como persona educada, agradeces la confianza; y, por cautela, pides conocer al equipo. A primera vista no dejaba de ser una amalgama de personas.
Debes de reconocer que liderar a un equipo es más fácil de decir que de hacer. Sí, mucho libro, otras tantas teorías y, para los más influenciables, alguna inspiración cuasi divina. Pero ahí estás tú, ante el reto de convertir a gente común en un gran equipo de trabajo.
No conviene, sin embargo, precipitarse. Primero has de recorrer algunas fases imprescindibles:
1ª La aceptación entre todos sus miembros
Para ilustrarla, te voy a pedir que recuerdes tu primer día de trabajo; da igual si es en la empresa actual o en la primera en que trabajaste. ¿Recuerdas cuáles eran tus preocupaciones prioritarias? Seguro que tenían algo que ver con la satisfacción de tus necesidades emocionales, sociales y físicas; probablemente reflejadas en dudas tales como: ¿me prestarán alguna atención?, ¿me aceptarán?, ¿cómo serán mis compañeros?, ¿dispondré de una mesa o un espacio como los demás?, ¿me asignarán coche, ordenador o móvil como al resto? Y, la clave, a la hora de comer, ¿alguien me dirá «te vienes con nosotros»? Es la fase de sentirse aceptado. Deberás hacer lo posible porque así sea.
2ª La coordinación de los roles dentro del equipo
Ahora sí. No antes. Este es el momento de marcar perfil propio. Vuelve a recordar cuando, habiendo sido ya aceptado en un grupo, el jefe te asignó un rol: ¿te sentiste incómodo con él?, ¿lo encajaste con agrado? Del mismo modo, ¿te postulaste para el ejercicio de algún rol?, ¿existieron discrepancias o solapamientos en el ejercicio de un mismo rol con otros compañeros?
Esta es la fase para solventar todas las dudas que surjan sobre quién es quién dentro del equipo. Es decir, cuáles son los roles, cómo se desempeñan y comparten y qué se espera de su desempeño. Cualquier duda irresuelta y cualquier indefinición sobre ello nos perseguirá en las siguientes fases.
3ª La normativización de las formas de trabajar
Aquí voy a seguir apelando a que recuerdes una situación en la que se plantearon las normas a seguir: ¿eran claras?; y, en su caso, ¿qué nivel de aceptación sobre ellas tuviste? Por otro lado, ¿participaste en su modificación o mejora?, ¿y en la creación de normas futuras?
Como bien puedes imaginar, la existencia de protocolos de actuación y procedimientos hace previsible la actuación individual de cada uno y de todos en conjunto. Esa previsibilidad permite que el proceso de trabajo, en el que está inmerso el equipo, tenga regularidad, tanto en el quién lo hace y cómo se hace; así como en la calidad del resultado a obtener.
Aquí, como responsable final, te toca proporcionar esas pautas; de igual modo, elaborar un proceso de participación para su creación, modificación y mejora.
4ª La eficiencia del desempeño
Finalmente, sabrás que estás ante un verdadero equipo si las personas que lo integran:
- Disponen de competencias profesionales complementarias.
- Desempeñan los roles en función de su adecuación a cada circunstancia.
- Están comprometidas con un objetivo común.
- Han acordado un método para desarrollar la actividad.
- Comparten responsabilidades en los resultados obtenidos.
Alejandro Martín es profesor colaborador de ESIC Barcelona