Un informe de Medicina Intensiva del Hospital Verge de la Cinta de Tortosa avisa de un efecto colateral que provocó el confinamiento domiciliario estricto de marzo y abril del año pasado pero que pueden causar también las sucesivas reclusiones en casa tanto de contagiados como de contactos, debido a la inmovilidad. La dolencia, en concreto, se llama ‘e-Thrombosis’, tiene mucho que ver con el llamado síndrome de la clase turista de los aviones y se registró una incidencia mayor de la habitual tras el confinamiento de 2020.
«Nos llamó la atención que durante todo un año no recibimos más de siete pacientes en esta situación, pero días después del confinamiento vinieron cuatro jóvenes, que requirieron ingreso en intensivos, aunque se recuperaron bien», explica Diego Franch-Llasat, médico adjunto del servicio de Medicina Intensiva del Verge de la Cinta y principal autor de este estudio. «Presentamos una serie de cuatro pacientes jóvenes (menores de 50 años) ingresados en un UCI por tromboembolismo pulmonar en un periodo de 10 días (del 22 al 30 de abril) después de un mes de confinamiento (iniciado el 15 de marzo y prolongado hasta el 11 de mayo). Los pacientes fueron tratados con heparina de bajo molecular y la evolución fue satisfactoria. Rápidamente nos llamó la atención el elevado número de casos en tan poco tiempo. En los últimos tres años, en nuestra UCI hemos ingresado una media de siete tromboembolismo al año sin una especial mayor incidencia durante el mes de abril», reconoce el informe científico.
No eran enfermos de Covid-19
Hubo una cierta confusión en aquel momento, ya que la propia Covid-19 también podría generar como secuelas estas trombosis, aunque las pruebas lo descartaron. «Por aquel entonces, la teoría vascular de los pacientes Covid-19 ya había cobrado fuerza, por lo que inicialmente sospechamos que podían ser tromboembolismos secundarios a la propia enfermedad. Sin embargo, las cuatro pruebas de PCR fueron negativas. Entonces sospechamos que podían haber pasado la enfermedad de manera asintomática pero que la afectación vascular había progresado hacia la trombosis. Sin embargo, los anticuerpos IgM e IgG solicitados posteriormente, fueron negativos. Aunque no podemos descartar falsos negativos, lo cierto es que tanto las PCR realizadas como las serologías fueron negativas», indica el informe.
Más bien se apuntaba a otros motivos, estrechamente ligados a ese estado de alarma y a esa obligatoriedad de permanecer en casa. «La inmovilidad es uno de los principales factores de riesgo para desarrollar una trombosis. Podemos suponer que durante el confinamiento secundario al estado de alarma decretado por el gobierno español (14 de marzo), los ciudadanos realizaron más reposo del habitual», admite el estudio.
Es ahí donde iba a estar la clave, en semanas de descenso de la actividad física y los propios movimientos corporales. Aquel modo de vida en el que derivó el confinamiento estaba relacionado con aquellos cuadros sobrevenidos en Tortosa: «Sabemos que hasta en la mitad de los eventos tromboembólicos venosos (el término agrupa la trombosis venosa profunda y el embolismo pulmonar) puede no identificarse un factor causal. El 50% restante están causados por factores clínicos o ambientales, transitorios o prolongados que aditivamente inducen estados de estasis venosa, hipercoagulabilidad y daño endotelial. Los principales factores de riesgo incluyen la cirugía, la inmovilización y el cáncer. Otros factores asociados serían la obesidad, los antecedentes de eventos tromboembólicos venosos, las enfermedades inflamatorias y los factores genéticos».
Pronto estuvo clara esa asociación entre inmovilidad y trombosis: «Todos tenemos asumido el riesgo de sufrir un trombosis tras una cirugía, aunque este riesgo ha disminuido con los tratamientos anticoagulantes preventivos. Solo uno de estos pacientes había sido intervenido de una cirugía menor dos meses antes. Sin embargo, existen otros tipos de inmovilidad que tenemos menos interiorizados».
Los vuelos transoceánicos
A principios de la década de los 2000, se publicó un estudio que detectaba una mayor incidencia de esta patología en pasajeros que habían realizado vuelos transoceánicos. Junto a eso, el incremento del uso recreativo o laboral del ordenador ha hecho surgir investigaciones focalizadas en asociar esa inmovilidad en el hogar o en la oficina y el riesgo de padecer esta enfermedad. «Para describir este fenómeno se ha acuñado el término ‘e-Thrombosis’. La inmovilidad se ha definido de manera arbitraria como estar sentado al menos ocho horas al día, de las cuales al menos tres seguidas sin levantarse de la silla en las últimas cuatro semanas. La inmovilidad prolongada favorece la estasis venosa en las venas de las extremidades inferiores al disminuir el efecto compresor de la contracción muscular sobre las venas», explica el estudio ebrense.
Otros datos recopilados en la atención sanitaria señalan «un aumento de la hipercoagulabilidad», lo que hace incrementarse esta amenaza de manera clara: «Estos trombos pueden desprenderse y desplazarse hasta impactar en el sistema venoso pulmonar provocando el tromboembolismo. Se ha sugerido que entre un 15-30% de toda la enfermedad tromboembólica venosa puede estar asociada a la inmovilidad por motivos recreativos o laborales».
Las encuestas realizadas a posteriori a esos pacientes arrojaron luz. Tres de los cuatro enfermos «referían haber estado sentados más de ocho horas al día de media en las últimas semanas, aunque ninguno de ellos refería haber permanecido más de dos horas seguidas sin levantarse», indica el informe, que señala otros tres factores añadidos: «Estos tres pacientes presentaban al menos sobrepeso y uno de ellos tenía antecedente de trombosis venosa profunda y una cirugía menor reciente. El otro paciente refería haber estado unas seis horas de media sentado al día y fue el único de los cuatro que presentó un estudio de coagulación anómalo que se tradujo en un anticuerpo lúpico positivo, causante de estados de hipercoagulabilidad».
Inmovilidad doméstica
«Cuando preguntamos, vimos que se trataba de perfiles que habían incurrido en un cierto sedentarismo, que habían hecho teletrabajo, por ejemplo», agrega el doctor Franch-Llasat. El informe, que también contó con la intervención del servicio de laboratorio clínico, el de radiodiagnóstico o el de hematología del Verge de la Cinta, concluye que «la inmovilidad prolongada en casa junto a otros factores de riesgo (en nuestro caso, sobrepeso, antecedentes de enfermedad tromboembólica venosa y trombofilia), puede asociarse a mayor incidencia. Nos basamos en una simple observación clínica, pero creemos que plausible, y no hablamos de causalidad sino de asociación».
«Concluimos –sigue el balance– que, en pacientes jóvenes, la inmovilidad en casa derivada del periodo de confinamiento secundario a la Covid-19, puede asociarse con mayor riesgo de presentar un tromboembolismo». A pesar de que el confinamiento más generalizado y riguroso no se ha vuelto a producir, la publicación avisa: «En caso de nuevo rebrote, los servicios de Salud Pública deberán plantearse recomendar el ejercicio en casa. En un futuro y si el teletrabajo se asienta como opción laboral, deberemos tener presente esta grave enfermedad y su prevención».
El doctor Diego Franch-Llasat pretende seguir en esta línea de investigación y ampliarla, en lo posible, a otros hospitales de Catalunya. Advierte, igualmente, de la importancia de no llevar una vida sedentaria en caso de tener que quedarse en casa: «Aún hoy hay mucha gente confinada, porque seguimos luchando contra la Covid-19, aunque la situación no sea como la de marzo y abril. No podemos estar más de tres horas sentados. Hay que hacer actividad física. Es importante tenerlo en cuenta porque lo que hemos visto nos preocupa».