Las piernas demoledoras de Karim Yoda (Annemasse, 1988) conectaron su zancada imparable con el Estadi a plena efervescencia. El Reus se había avanzado en el marcador con un acierto de puro cazador instintivo de Lekic, en una acción que también se había inventado Yoda, especialmente influyente en el partido. El francés no se conformó y volvió a volar, ya en el corazón del segundo tiempo.
El Estadi pareció no creerse la nueva aventura de uno de sus iconos, que desafió al mundo y a un millón de piernas para conquistar el área. Cada slalom de Yoda conllevaba celebración y asombro. El “ohh” de los adeptos subía de tono a medida que Karim ganaba yardas. Parecía a Nick Foles, la estrella de los Philadelphia Eagles, los campeones de Super Bowl. Sólo con una diferencia, Yoda no escondía la pelota en sus brazos, la llevaba con pegamento en su pie izquierdo.
Contra viento y marea, el francés alcanzó el área, y se dispuso a consumar una obra de arte. La acción enseñó potencia, habilidad y decisión. Tuvo algo de Messi y Maradona, sólo algo. En el último recorte, sólo la mano de Kecojevic, el guardián del Cádiz, impidió el incendio y el baile. El central cortó el milagro ya en el suelo, en esa milésima de segundo decisiva que separa el bien del mal. El juez no vio penalti pero fue. Ni siquiera eso borró el jaleo de los hinchas hacia Yoda, un ídolo tan sorprendente como inesperado.
Ante el Cádiz, Karim Yoda completó su versión más decisiva. Dispone de unas condiciones físicas desmesuradas y de unos fundamentos técnicos superiores a la categoría en la que compite. Pero Karim forma parte del ramillete de actores que tienen dificultades en la última decisión, la que derriba fronteras en el fútbol.
La última decisión
En el ataque del Reus, Yoda se ha convertido en un efecto diferencial. Suele generar desequilibrios con frecuencia, aunque no acostumbra a terminar mucho de lo que genera. En parte porque se equivoca en la decisión definitiva. Fue así hasta el sábado. Ante el Cádiz añadió precisión a sus conexiones. Y el Reus festejó, porque encontró un argumento demoledor para dominar a su enemigo. La defensa gaditana no descansó con Yoda.
De simple vistazo parece que Yoda se despreocupe sobre el verde. Cuando entra en contacto con el balón es un volcán, sin él se aburre. Trota hasta con cierta pereza. Minimizar sus descansos es otro desafío. Acabar con el exceso de intermitencia, como ante el Cádiz. Probablemente le ayudó la confianza que se inyectó en el primer tiempo. Salió ganador de cada maniobra, de cada mano a mano. Se sintió poderoso.
Cuesta observar el casillero de goles del francés, todavía virgen de aciertos. Se trata de otra de sus deudas. Un jugador tan dominante necesita aportar definición. Lo intenta sin desmayo cuando merodea la zona de definición. A veces con la cabeza demasiado gacha, nublado de paisaje. Da la impresión de que penaliza esa presión. Quiere marcar, pero de momento su zurda no ha notado la dulzura del premio más maravilloso del fútbol. El extremo le restan siete fechas para confirmar un progreso incuestionable. También para sumar prestaciones.
Probablemente si él crece crecerá el Reus, porque domina muchos registros del ataque. Su perfil no se encuentra en ningún rincón de la plantilla. Si termina el curso en un nivel notable se abrirá un futuro más esperanzador, después de una salida oscura de Getafe. A eso aspira a Yoda, a regresar al punto de partida y recuperar crédito y tiempo perdido. De momento el sábado consumó su graduación en Reus.