La buena literatura, como la buena comida, a la larga se impone en la dieta y el paladar del lector curioso. A pesar de la pereza y del desdén de cierta crítica centralista, la calidad siempre termina imponiéndose. La literatura latinoamericana despliega cada año una variedad, riqueza y textura de sabores que ni tiempo tenemos de aprehender. Este Atlas de literatura latinoamericana que publica Nórdica en una herramienta más para guiarnos y sugerirnos lecturas, conexiones, senderos que nos lleven de un país a otro en un continente inabarcable.
El Atlas es una idea de Clara Obligado. La editora convocó a escritores latinoamericanos actuales para que escribieran sobre sus clásicos, esos autores de su canon particular a los que siguen leyendo, esos libros de su biblioteca que usan en los talleres literarios o esas redes que los vinculan con la tradición desde el presente inmediato.
El Atlas se inicia con Antonio di Benedetto, glosado por Federico Falco, quien destaca su actitud vital siempre experimental, siempre arriesgada, como si con cada libro empezara de nuevo una trayectoria artística. Di Benedetto se convirtió en Sensini en un cuento memorable de Roberto Bolaño que en este volumen es homenajeado por Andrés Neuman, que dice que Bolaño escribió con “la furia de las últimas oportunidades”. Sabiéndose enfermo, durante sus diez últimos años de vida Bolaño se impuso un tour de force del que salierion varias obras maestras sin las que no se entiende la literatura del siglo XXI. Caminado de espaldas y alejándose de todo, como dice Ulises Lima en Los detectives salvajes que se avanza hacia lo desconocido.
Antes de morir, Bolaño tuvo tiempo influir decisivamente en la nueva puesta en órbita de la estación espacial Nicanor Parra, el gran (anti) poeta del siglo XX. En un texto del catedrático Niall Binns, recordamos que la antipoesía de Parra es beligerante e irreverente, además de burlona con las expectativas del lector: “Cordero de Dios que lavas los pecados del mundo / dame tu lana para hacerme un sweater”. Parra nos dejó a los ciento tres años tras ganar un premio Cervantes que no se molestó en recoger.
Para poetas la peruana Blanca Varela, a quien imaginamos asomada a ese balcón frente al pacífico de la casa en la que vivió gran parte de su vida. De su poesía, la profesora Olga Muñoz dice: “nos inicia ferozmente en una ceremonia que consiste en abismarse en el cuerpo hasta el escarnio, en el amor desde la escasez, en la muerte sin atajos”.
Un cruce de voces, orillas y fronterasEs de destacar que el atlas amplíe su mirada a artistas normalmente agrupadas en otras disciplinas artísticas, como la pintora surrealista Leonora Carrington. Su escritura bucea en la realidad oculta de los sueños y el inconsciente, y camina sin timón y en el delirio por los senderos mexicanos de su país de acogida. En México nació y escribió Elena Garro, quién habría podido ser la autora emblemática del Boom, si ese club hubiera admitido a mujeres, cosa que ya sabemos no pasó, y eso que era una mujer, la agente Carmen Balcells, quien manejaba los hilos. Si me preguntan a mí, habría votado por Clarice Lispector, una escritora mayúscula: “Entonces, escribir es el modo de quien tiene la palabra como carnaza: la palabra pescando lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra (la entrelínea) muerde el anzuelo, algo se escribió. Una vez que se pescó la entrelínea, con alivio se podrá arrojar la palabra afuera. Pero cesa la analogía: la no-palabra, al morder el anzuelo, la incorporó. Lo que entonces salva es escribir distraídamente”.
El atlas también refleja las deudas de las escritoras exitosas del presente con sus maestros del pasado. Así, el texto de Fernanda Trías puede leerse como un sentido agradecimiento a Mario Levrero, por sus libros, claro, y por su trabajo de maestro, en una serie de talleres literarios por los que fue célebre en Uruguay. También Mariana Enríquez se reconoce heredera de Silvina Ocampo, de quién leyó sus primeros cuentos en ejemplares de la biblioteca familiar. Enríquez destaca que Ocampo fue educada en argentina en varias lenguas extranjeras, y tuvo que aprender el castellano más tarde, hecho que no impidió que escribiera algunas de las mejores páginas de la literatura argentina.
El Atlas es de esos libros que deben colocarse en un lugar visible en la biblioteca para que estén siempre listos a darnos un consejo, una pista o una clave para leer a un nuevo autor latinoamericano. Hay mucho donde escarbar y muchas sorpresas aguardan al lector perspicaz que sepa buscar más allá de las listas y recomendaciones de los sospechosos habituales.