Marta Gracia: «Necesitamos un referente en la orfebrería del Modernismo»

En 'El viaje de la libélula' Elsa y Blanca, de la saga de los Amat, intentan abrirse camino entre Barcelona y Amberes, en un momento histórico que abarca desde principios del siglo XX hasta la postguerra de Franco

15 diciembre 2020 12:31 | Actualizado a 19 diciembre 2020 22:12
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Marta Gracia Pons (Terrassa, 1988), es licenciada en Historia por la Universitat Autònoma de Barcelona, especializada en Época Contemporánea. Sus novelas Agujas de papel y El olor de los días felices han tenido una excelente acogida por parte de los lectores. Ahora vuelve a cautivarlos con El viaje de la libélula (Maeva Ediciones), en la que dos mujeres orfebres, Elsa y Blanca, intentan abrirse camino entre Barcelona y Amberes. 

¿Por qué una libélula?
Para el Modernismo, el simbolismo tenía mucha importancia. De ahí que la libélula se convirtiera, en esa época, en la insignia de ese movimiento. En la cultura japonesa, en la que el Art Noveau estaba obsesionado, significaba un cambio de vida, de etapa. Tomabas decisiones y tu vida giraba totalmente. Por eso he querido representarla a través de mi novela, con esa joya espléndida y esmaltada en colores de Elsa Amat, que es una de las protagonistas.

A Gaudí se le permitía crear ese mundo de fantasía a través de su arquitectura y en la joyería quizás se tardó un poco más en desarrollarlo

Elsa comprueba cómo Gaudí puede construir esos edificios y a ella no se le permite hacer lo mismo en joyería.
Exacto. Gaudí fue único, evidentemente, y lo tenemos como un referente de la arquitectura. Pero justamente por eso me lancé a escribir El viaje de la libélula, porque creo que necesitamos también un referente en el mundo de la orfebrería, del Art Nouveau y del Modernismo. Por eso estudié el tema de la joyería, de la familia Masriera, que es en quien me inspiro y entonces me di cuenta de que en el sector quizás se tardó un poco más en desarrollar este mundo tan simbólico, tan relacionado con la naturaleza, con los seres mitológicos. Es cierto que además, de la mano de una mujer, como es el caso de Elsa, pues les era mucho más complicado hacerse hueco en este movimiento, cosa que Gaudí, al ser un hombre, jugaba con ventaja.

Elsa vive en 1905. Posteriormente Blanca, en 1940, tiene más problemas.
Sí, siempre da la sensación de que vamos a ir a mejor. Y quién nos iba a decir que íbamos a vivir una pandemia en el 2020. Yo he querido contraponer estas dos épocas, la esplendorosa de Barcelona de principios del siglo XX, en la que vive Elsa. Su carácter es mucho más optimista, más alegre, más inconformista. En cambio, en Blanca vemos todo lo contrario. Es un personaje mucho más melancólico, lleno de miedos, de inseguridades por lo que ha vivido, la Guerra Civil y después la postguerra. Es una época de desesperanza, de miseria. 

De la Barcelona inspiradora a la de las cartillas de racionamiento.
Exactamente. Hablamos de principios del siglo XX, de la burguesía, de los grandes cafés, de la cultura… Todo era muy bohemio, muy bonito. Y en cambio, la época de la posguerra es miseria, estraperlo, hambre, son las colas en el auxilio social para llevarse algo a la boca. He querido reflejar las diferencias de una y de otra.

Soy más de bisutería. Pero tengo que decir que me encantan las joyas del Art Noveau, esos insectos, esos seres mitológicos tan bien creados...

Lo plasma a través de la publicidad de la época…
Soy historiadora y además, los dos momentos me encantan. Personalmente, tengo una colección de carteles publicitarios y de propaganda política. Aparte, miro mucho en las hemerotecas y en los periódicos aparece la publicidad de los productos de la vida cotidiana como pueden ser la marca de cigarrillos, de vinos o de coñac que se consumían por aquel entonces. Siempre me he guiado a través de la publicidad. Ayuda mucho al relato y lo enriquece. Esos pequeños detalles hacen que el lector empatice más y se enganche un poco más a ese período.

¿Por qué precisamente Bélgica y El Congo?
Quería hablar, sobre todo, de Amberes, la cuna de la talla de diamantes. Allí los judíos ortodoxos eran los que más se dedicaban a este oficio. De hecho, Amberes todavía se considera una de las ciudades donde más joyerías hay, en el conocido barrio de los diamantes. También viene relacionado porque, como explico en la novela, Leopoldo II, rey de Bélgica, explotó el Congo salvajemente y trágicamente a través del expolio de las materias primas.

Era suyo…
Sí. A título personal. Después, el Estado belga al ver las tragedias y las masacres que sucedieron se lo compró, pagó un dineral a Leopoldo a cambio de obtener las tierras. Y entonces se encargó el propio Estado de gobernarlas. Pero sí, fue el cortijo personal de Leopoldo con el cual se enriqueció. Con ese dinero vivió a todo tren en la Costa Azul, en grandes palacetes junto a su amante Blanche Delacroix, de la que también hablo y que apenas era una jovencita de 16 años cuando se conocieron. 

¿Qué tipo de joyas le gustan?
He escrito la novela más por curiosidad y porque me gusta el movimiento Modernista y no tanto porque me apasione el mundo de la joyería en sí. Nunca he sido de llevar muchas joyas. De hecho, soy más de bisutería. Pero tengo que decir que me encantan las joyas del Art Nouveau, esos insectos, esos seres mitológicos tan bien creados, con esos esmaltes, colores y técnicas. Si tengo que elegir, me quedo con el Art Noveau. 

El Congo fue el cortijo personal del rey Leopoldo II de Bélgica, con el que se enriqueció. Con ese dinero vivió a todo tren

¿Por qué le interesa tanto el Modernismo?
Siempre me ha interesado. Aquí en Catalunya, sobre todo, fue un movimiento muy importante económico a finales del siglo XIX y a principios del XX. Transformó todas las bases culturales, políticas y económicas del país y por lo tanto, es una sociedad a la que se le puede sacar mucho jugo histórico. Me parece fascinante porque es como un mundo aparte de las otras clases sociales. Tienen sus propias reglas, su propia moral, su propia forma de aparentar. 

También Blanca se preocupa por las apariencias. ¿Todavía nos arrastran?
Por supuesto. Están a la orden del día. Sobre todo en las clases altas e incluso en la clase política. La apariencia, el hacer creer a la sociedad que tienes unos ciertos valores por los cuales se rige tu conducta... Aunque parezca que estemos en una sociedad más abierta y tolerante que ya no se rige por estas normas estrictas morales y éticas, en el fondo las cosas no han cambiado tanto y al final todos tendemos a seguir lo que nos dicta la sociedad en general.

Como mujeres, ¿estamos más cerca de Blanca o de Elsa?
En la sociedad en la que vivió Elsa, a principios del siglo XX, las mujeres tenían muchos más derechos que en la posguerra de Blanca. Ya sabemos que luego salió el tema de la sección femenina.

El feminismo abnegado...
Sí. Yo soy bastante optimista en este aspecto. Creo que todavía quedan muchos clixés y mucho pensamiento retrógrada, sí. Correcto. Pero en el fondo creo que a nivel general hemos mejorado mucho, que podemos disfrutar de muchos derechos y que seguiremos luchando para conseguir que la mujer esté al mismo nivel en todos los sentidos, especialmente en el laboral y el económico.

¿Le ha sorprendido alguna cosa cuando se documentaba?
Sí, cuando investigaba a la familia Masriera.

Aunque parezca que estamos en una sociedad más abierta, al final todos tendemos a seguir lo que nos dicta la sociedad

¿Ellos están aún en Barcelona?
Sí. En Passeig de Gràcia. 

¿Lo saben?
La editorial envió un libro, aunque no ha obtenido respuesta. La intención está ahí. Me llamó mucho la atención que Lluís Masriera, a finales del siglo XIX, decidiera abandonar toda la tradición familiar de joyas para empezar con un nuevo movimiento del que prácticamente nadie sabía ni conocía, que fue el Art Nouveau. Fundió todas sus piezas y comenzó de cero porque estaba obsesionado tras viajar a París y conocer al joyero René Lalique. Por ahí me inspiré con Elsa, en el sentido de que ella también quiso seguir adelante con sus sueños y crear un nuevo movimiento, como Lluís Masriera. Aunque él lo tuvo más fácil porque era un hombre. Enseguida tuvo éxito, cosa que a Elsa le costó un poquito más. 

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