Libros: Cómo leer la muerte

Es en las palabras donde los autores encuentran la manera de explorar la pérdida con una pluma lacerante, despojada de sentimentalismos

18 septiembre 2024 21:05 | Actualizado a 19 septiembre 2024 07:00
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«Los hijos que se quedan sin padres son huérfanos y los cónyuges que cierran los ojos del cadáver de su pareja son viudos. Pero los padres que firmamos los papeles de los funerales de nuestros hijos no tenemos nombre ni estado civil. Somos padres por siempre. Padres de un fantasma que no crece, que no se hace mayor. Que nadie haya inventado una palabra para nombrarnos nos condena a vivir siempre en una hora violeta». La hora violeta, de Sergio del Molino, es una carta de amor de un padre por su hijo. Un libro que narra un año de la vida de Pablo, desde que fue diagnosticado de un raro y grave tipo de leucemia hasta su muerte. Pérdidas que dejan sin palabras. Es justamente en ellas donde escritores y escritoras encuentran, con una prosa reflexiva, la manera de explorar la lacerante realidad, de abordar la crueldad de la muerte con una pluma despojada de sentimentalismos, narraciones excepcionales, testimonios indelebles del dolor.

«Cuando Paula falleció, se abrió un hoyo inmenso. Yo me habría podido hundir en ese hoyo para siempre si no hubiera sido por la escritura. Empecé a ordenar lo que había ocurrido y ya no era una noche oscura, sino algo que había sucedido día a día», manifestó Isabel Allende en una entrevista con Vogue España a propósito de Paula, el libro más conmovedor y más íntimo de todos los que ha publicado.

Es el caso también de Piedad Bonnett y Francisco Umbral. Bonnett dedica Lo que no tiene nombre a la vida y la muerte de su hijo Daniel y Umbral hace lo propio en Mortal y rosa, elegía de la infancia, donde construye un largo monólogo en el que la muerte actúa como coartada maravillosa que convierte su pesadilla humana en una fuerza catártica y liberadora.

Viuda es la periodista y escritora Joan Didion cuando escribe El año del pensamiento mágico, breve, pero intenso, donde narra su experiencia personal tras la repentina muerte de su esposo, John Gregory Dunne, y la enfermedad grave de su hija, Quintana Roo, relato que obtuvo el National Book Award en 2005. De igual manera, las páginas de Memorias de una viuda capturan el estado emocional de Joyce Carol Oates tras el fallecimiento de su marido, y cómo se vio obligada a hallar su equilibrio sin la alianza que la sostuvo durante cuarenta y siete años y veinticinco días.

Julian Barnes experimenta con las formas literarias en Niveles de vida. Estructurada en tres partes, indaga en el dolor causado por la pérdida de su esposa, territorio de aflicción en el que se adentra con las armas de la literatura. También de la muerte de su mujer habla Fernando Savater en La peor parte, en lo que es «su» peor parte, un relato para guardar la memoria de su compañera de vida, para alargarla y engañar al olvido.

Delphine de Vigan se convirtió en una sagaz detective dispuesta a reconstruir la vida de su madre, fallecida en circunstancias misteriosas: Nada se opone a la noche es una crónica familiar en el París de los años cincuenta, sesenta y setenta y una reflexión sobre la «verdad» de la escritura. Y Paul Auster comenzó a escribir La invención de la soledad cuando murió su padre repentinamente. La novela es un homenaje a la figura paterna, una reflexión sobre su influencia, sobre el papel de hijo y sobre su propia paternidad.

Robert Richardson, autor de las biografías magistrales de Thoreau, Emerson y James, relata las historias personales de estos tres autores: la muerte de una esposa, de un hijo que empezaba a vivir o de un hermano menor. Y Delphine Horvilleur dibuja un tratado del consuelo en Vivir con nuestros muertos. Horvilleur, una de las primeras mujeres en ejercer como rabina en Francia, trabaja para transformar la muerte en una lección de vida para los que se quedan. La misma idea que El libro tibetano de los muertos, el clásico de la sabiduría budista que repara en lo que la muerte puede enseñarnos acerca de nuestras vidas.

1. Paula
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Autora: Isabel Allende
Editorial: Debolsillo

Cuando la gran autora chilena se encontraba en España su hija entró en estado de coma. Junto al lecho de Paula, mientras seguía con angustia la evolución de su enfermedad, Isabel Allende comenzó a redactar en un cuaderno una historia de su familia y de sí misma con el propósito de regalársela a su hija una vez superara el dramático trance. Sin embargo, éste se prolongó durante meses y los apuntes de la autora acabaron convirtiéndose en este libro apasionante y revelador.

2. El año del pensamiento mágico
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Autora: Joan Didion
Editorial: Random House
Traducción: Javier Calvo Perales

la escritora Joan Didion, una de las autoras norteamericanas más reputadas de finales del siglo XX, narra con una fascinante distancia emocional la muerte repentina de su marido, el también escritor John Gregory Dunne. Este libro tan breve como intenso es, por consiguiente, una reflexión sobre el duelo y la crónica de una supervivencia.

3. Memorias de una viuda
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Autora: Joyce Carol Oates
Editorial: Alfaguara
Traducción: María Luisa Rodríguez

En una mañana gris de febrero, Joyce Carol Oates llevó a su marido Raymond Smith a urgencias aquejado de una neumonía; una semana después, ciertas complicaciones terminaban con su vida. Estas deslumbrantes páginas capturan el estado emocional de Oates tras la repentina muerte de su marido, y cómo se ve obligada a hallar su equilibrio sin la alianza que la había sostenido durante cuarenta y siete años y veinticinco días.

4. Te vi marchar
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Autor: Robert Richardson
Editorial: Errata Naturae
Traducción: Teresa Lanero Ladrón de Guevara

Robert Richardson, autor de las biografías magistrales de Thoreau, Emerson y James, relata las historias personales de estos tres autores: la muerte de una esposa, o de un hijo que empezaba a vivir, o de un hermano menor... Fallecimientos extremadamente dolorosos. Pero lo importante no está en la aceptación, sino en cómo supieron leer a raíz de estas pérdidas el libro secreto de la naturaleza, para así renacer ellos mismos mucho más sabios.

5. Lo que no tiene nombre
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Autora: Piedad Bonnett
Editorial: Alfaguara

En este libro dedicado a la vida y la muerte de su hijo Daniel, Piedad Bonnett alcanza con las palabras los lugares más extremos de la existencia. La naturalidad y la extrañeza conviven en las páginas igual que en su mirada conviven la sequedad de la inteligencia y el latido más intenso de la emoción. Buscar respuestas es solo un modo de hacerse preguntas. También es una forma de seguir cuidando al hijo más allá de la muerte.

6. Mortal y rosa
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Autor: Francisco Umbral
Editorial: Austral

En Mortal y rosa, sobrecogedora y tierna elegía de la infancia, Umbral evoca la muerte de su hijo. Desde la inhóspita revelación de la pérdida, construye un largo monólogo en que la muerte actúa como coartada maravillosa que convierte su pesadilla humana en una fuerza catártica y liberadora.

7. Niveles de vida
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Autor: Julian Barnes
Editorial: Anagrama
Traducción: Jaime Zulaika

Niveles de vida habla de la aventura de vivir, de los retos imposibles, del amor que todo lo desborda y del dolor de la pérdida. Y lo hace entretejiendo tres piezas independientes. La tercera parte salta en el tiempo del siglo XIX al XX y de las historias ajenas a la propia: la muerte de su esposa.

8. La peor parte. Memorias de amor
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Autor: Fernando Savater
Editorial: Ariel

Es un libro escrito para guardar la memoria de la persona amada, Sara Torres Marrero, conocida como Pelo Cohete, con la que Fernando Savater compartió 35 años. En el texto está la pérdida, la ausencia, el derecho o no al olvido, la muerte, el dolor, la enfermedad, pero también la lucha, el compromiso, el sexo, las risas, las bromas y las complicidades.

9. Nada se opone a la noche
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Autora: Delphine de Vigan
Editorial: Anagrama
Traducción: Juan Carlos Durán

Después de encontrar a Lucile, su madre, muerta en misteriosas circunstancias, Delphine de Vigan se convierte en una sagaz detective dispuesta a reconstruir la vida de la desaparecida. Para Delphine de Vigan, escribir sobre su madre es cerrar heridas abiertas muchos años atrás, y recuperar la novela familiar es emprender un camino de catarsis y de superación del duelo, a la manera del que nos descubre Roland Barthes en sus escritos póstumos.

10. El libro tibetano de los muertos
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Autor: Padma Sambhava
Editorial: Kairós
Traducción: Robert A. Thurman

El llamado Libro Tibetano de los Muertos ha sido reconocido durante siglos como un clásico de la sabiduría budista y del pensamiento religioso. Más recientemente, ha alcanzado gran influencia en el mundo occidental por sus penetraciones psicológicas sobre el proceso de la muerte y del morir, y por lo que puede enseñarnos acerca de nuestras vidas.

11. Vivir con nuestros muertos
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Autora: Delphine Horvilleur
Editorial: Libros del Asteroide
Traducción: Regina López

Este libro aborda un aspecto esencial de la experiencia humana: nuestra relación con quienes nos han dejado, con nuestros difuntos. Su autora, una de las primeras mujeres en ejercer como rabina en Francia, relata con delicadeza y sabiduría sus experiencias consolando a quienes han perdido a un ser querido. En su opinión, su cometido fundamental es transformar la muerte en una lección de vida para los que se quedan.

12. La invención de la soledad
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Autor: Paul Auster
Editorial: Booket
Traducción: Mª Eugenia Ciocchini

Auster comenzó a escribir La invención de la soledad cuando murió su padre repentinamente. Éste es un homenaje a la figura paterna, una reflexión sobre su influencia, sobre el papel de hijo y sobre su propia paternidad. Consta de dos textos: en Retrato de un hombre invisible, Auster analiza un hecho misterioso del pasado familiar y las consecuencias en el carácter del padre; sobre El libro de la memoria, Enrique Vila-Matas escribió que es «un bello texto que contiene el germen de toda la obra austeriana».

13. La hora violeta
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Autor: Sergio del Molino
Editorial: Alfaguara

La hora violeta no es solo una apasionada carta de amor de un padre a su hijo, sino también la historia de una búsqueda: la de un término para referirse a los «padres huérfanos». Hay tan pocas palabras de consuelo disponibles que el idioma se ha olvidado incluso de reservar un sustantivo para quienes ven morir a sus hijos.

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