Aya duerme en su cama, junto a su hermano Jalid, mientras piensa en su otro hermano, Daim, que está justo afuera, agasajando a su novia, cuando siente que el cielo se rompe en mil pedazos. Y resulta que, aunque la sensación es la misma, el cielo no se ha roto, pero sí su casa, y la ciudad en la que vive, a causa de la guerra. Por otro lado, Diego queda fascinado desde el primer momento que dos hermanos nuevos asisten a su colegio. Jalid se sienta a su lado, y se le ve tenso, con esos «ojos grandes y negros, duros, la frente enfurruñada». Su hermana Aya es más pequeña, y aunque todos dicen que no puede hablar, él la escucha cantar con un pajarillo azul entre las manos, escondida bajo una morera de papel. Tanta curiosidad siente hacia ellos que comienza a seguirles y a querer ayudarles, aunque no sepa muy bien cómo. Al fin y al cabo, le cuentan que esos niños han vivido una guerra, y en las noticias que salen en la tele, las imágenes son terroríficas.
Mónica Rodríguez crea un precioso canto a la amistad en Pájaros de sol, a partir de un tema tan actual como doloroso, que son los refugiados, esas personas (en este caso niños, para más inri) que se ven obligadas a abandonar su hogar con tal de sobrevivir. Haciendo uso de una elaborada prosa, llena de delicadeza, la autora da forma a los tres personajes principales (y no solo a ellos, también a los secundarios, igual de sublimes) con una humanidad que cala muy hondo. En su narrativa, las palabras que se pronuncian no son lo más relevante, sino los gestos que realizan los personajes, por sutiles que sean. Los gestos transmiten ternura, furia, duelo, curiosidad, y un montón de emociones más. Como, por ejemplo, la sonrisa de Diego, que tanto le gusta a Aya. Ella no habla con nadie, pero sí canta con ese pájaro de sol que empezó a ver a partir de aquella fatídica noche. Ese pájaro de sol es del mismo color que los ojos azules de su hermano Daim y solo logra verle cuando él aparece, cantando su misma canción: chu chuichui chu.

Título: Pájaros de sol
Autora: Mónica Rodríguez
Editorial: Nube de Tinta
Precio: 15.95 €
Edad recomendada: Lectores a partir de 10 años
Los capítulos se dividen en dos voces: la de Diego y la de Aya, y son ellos los que cuentan la historia en primera persona, según su propia realidad, según lo que sienten y descubren a medida que pasan las páginas. Me encanta la personalidad de Diego, y cómo Mónica logra plasmar la inocencia, la contrariedad, de un niño que se propone lograr algo como sea. En ese camino, comete errores, se confunde, se arrepiente, trata de recular para hacerlo mejor... La escena en la que Diego imita a Jalid es perfecta, porque es justamente lo que un niño haría. No sabe por qué lo hace, pero es su manera de transmitir a un desconocido que casi no le habla ni le entiende, que está de su lado, que quiere ser su amigo. Creo que el proceso que siguen los protagonistas en el relato está muy bien planteado, porque es natural, como la vida misma. Contra toda esa realidad que cuesta asimilar, nos encontramos con un elemento mágico que acaba por conectarlos a los tres. En un principio, al pájaro de sol (una proyección del hermano fallecido, Daim), solo lo ven Aya y Diego; Jalid no, seguramente porque la oscuridad que le llena le mantiene ciego, porque está enfadado, y solo quiere caminar para regresar a su hogar. Al final, cuando esa oscuridad empieza a deshacerse gracias a la verdadera amistad que Diego le demuestra, los tres amigos contemplan cómo ese pájaro de sol vuela alto. Y es que, por fin, como dice Aya: «Se había hecho de día en su corazón». Eso es lo que este libro pensado para lectores de a partir de 10 años logra: arrojar una gran dosis de luz, recordándonos que la empatía puede cambiar muchas vidas. ¡Y que los niños son lo más auténtico que existe!
Ana Punset es escritora.