Natàlia Romaní: «Durante mil años Delfos fue el servidor de Google de la antigüedad»

‘Les rutes del sublim’ es su último libro, un viaje en busca de un ideal olvidado. Reflexión y poesía desde un rincón de Grecia hasta Berlín o Japón

30 noviembre 2024 21:03 | Actualizado a 01 diciembre 2024 07:00
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Natàlia Romaní se pregunta si todavía es posible experimentar lo sublime. Reflexión y poesía que la llevan a un recorrido por Europa y Japón, por su arte, por su literatura, su filosofía y su historia. Les rutes del sublim, en catalán y castellano (Univers), es el segundo libro de la escritora, que fue finalista del Premi Llibreter en 2022 con La història de la nostàlgia. Les rutes del sublim es un viaje en busca de un ideal olvidado que se inicia en un rincón de Grecia. Natàlia Romaní es el nom de plume de Natàlia Rodríguez, directora del ‘Diari de Tarragona’.

¿Quién es Natàlia Romaní?

Romaní es el apellido de la familia de mi madre, que es de Tarragona. Se les conoce así, Romaní. Y eran del Cós del Bou. Pero luego soy muy bilingüe, soy de las que creo que la lengua te constituye y te construye. Por tanto, mi lengua materna es el castellano, pero mi lengua casi materna es el catalán. Entonces, la Natàlia catalana es más Romaní, la Natàlia castellana es Rodríguez, que es la que dirige el ‘Diari’, trabaja y esas cosas. La Romaní solamente vive en el espacio de mi imaginación. Es esta frontera. Es muy bonito tener un alter ego que aprovecha cosas de lo que le pasan a la Rodríguez, otras se las inventa. Combina la realidad e imaginación con la memoria. Aunque no mezcla porque neurológicamente está comprobado que cuando imaginas y cuando recuerdas se activan las mismas áreas del cerebro.

El mundo de ‘Les rutes del sublim’ es mucho más reflexivo que el de la primera novela. Afortunadamente, la escribió antes de que fuera directora. Lo digo por el tiempo.

Sí, afortunadamente. Aunque te digo una cosa. Yo soy de las que vive en la adrenalina, nado en la adrenalina. Es decir, trabajo más cuanto más trabajo tengo. Y es verdad que mi sueño es retirarme a Francia con mi pareja en una casa maravillosa, que es su casa, con un jardín, adoptar un perro de la perrera municipal del lugar y meterme en la cabaña que ahora es la cabaña del jardín y ponerme a escribir... Pero estoy segura de que no escribiría ni una línea.

«A África le hemos robado su dignidad»

Hablamos de lo sublime. ¿Es la dana?

La dana es sublime por muchos motivos. Lo sublime es la belleza del terror. Es la fascinación. Pero no solamente eso. Es esa belleza que consigue conmoverte y te hace percibir lo sagrado. La dana ha permitido, por un lado, recordarnos que la naturaleza tiene sus propias leyes, su propia memoria, la memoria del agua sagrada. Por otro, ver nuestra pequeñez, más allá de la gestión criminal que hayan hecho algunos. Sublime también es cuando estás ante una gran montaña, un gran lago, ante el mar, que sientes que no eres nada. Y la dana ha permitido contemplar otro tipo de sublime, que se identificaría más con Kant, que es el de los valores. Y es esa ola de solidaridad que ha hecho que mucha gente descubra una de las drogas más adictivas que hay, que es el ser bueno. Ser bueno es adictivo porque es la mayor recompensa que tiene la persona.

¿Confía en la bondad del ser humano?

Mucho, siempre.

En cuanto a lo sublime, Natàlia Romaní también reflexiona sobre ello cuando cruza Alemania y piensa en los trenes de la muerte.

Fue la reflexión del viaje que hizo Natàlia Rodríguez entre Bruselas y Alemania.

Metaliteratura...

Exacto. Lo hicimos las dos juntas. Siempre que puedo viajo en tren, es mi pasión absoluta y ahora, en Tarragona, tenemos lo que tenemos. Claro, las líneas de tren no han cambiado. La geografía es casi inmutable en un período de vida humana. Y pensando... porque además el vagón te daba una sensación de ganado. Eso no es sublime. Lo sublime fueron los gestos de algunas personas que les daban comida, que les daban agua porque se jugaban la vida. Ese horror no es sublime, es el horror completo. Pero sublime es esa Alemania que es capaz a la vez de ofrecerte esos trenes, esos campos de extermino y también Bach, Beethoven, Kant, Hegel, Nietzsche...

«La dana ha permitido contemplar otro tipo de sublime y es esa ola de solidaridad. Una de las drogas más adictivas es la de ser bueno»

¿Se queda con alguno?

Con Bach. Le tengo mucho cariño a Wittgenstein. Pero si me tuviera que quedar con un filósofo, sin entenderlo, Kant. Es decir, la cabeza de Kant es algo maravilloso y me ha gustado mucho aproximarme a él a través de la anécdota.

De su tumba.

Y de su TOC. De sus manías con los horarios. No salió nunca de Königsberg, ahora Kaliningrado y cada día tenía la misma rutina. Entonces, la gente iba adecuando el horario de su vida, cuando lo veían pasar sabían que era la hora exacta.

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¿Qué pasa con el cuadro de Caspar David Friedrich?

Precisamente Monje a la orilla del mar es la pequeña banalidad del hombre frente a la naturaleza. Es el romanticismo alemán por excelencia, uno de los pintores preferidos de mi padre. Mi padre era un señor que le puso a uno de sus hijos el nombre de Adolfo, con esto ya lo digo un poco todo. Entonces, yo tenía una relación muy compleja con Alemania. No puedo evitar cruzarme con ellos por la calle y pensar que están a una generación de Auschwitz, a una generación de Treblinka. Eso no está lejos. Recuerdo un documental que hablaba de Göring. Su nieta se extirpó el aparato reproductor femenino para no perpetuar esa sangre. Alemania me produce siempre una perplejidad y una conmoción porque al mismo tiempo uno tiene que hacer las paces con su propio pasado y mi pasado es un padre con el que ideológicamente no comparto nada, pero es mi padre.

¿Usted ha hecho las paces con su pasado?

Bastante, sí. Me alegro incluso cuando gana el Real Madrid. Él era hijo de su tiempo. Mi madre y mi abuela también. Una vez que tienes toda la información puedes entender muchas cosas. Y entendiéndolos, perdonas. Perdonar sin entender es muy difícil.

Perdonar es muy difícil.

Es muy sano. Es mejor que el Gelocatil. Y hay que hacerlo cada día. Sobre todo a uno mismo.

Y Alemania, ¿podemos volver a aquel horror?

El pasado es muy tozudo, siempre acaba volviendo. Tras la Segunda Guerra Mundial, hemos creído que los valores de respeto y dignidad humana eran universales. Ahora nos damos de bruces con la realidad. El resto del mundo no está interesado en ellos e incluso en Europa hoy en día no son la prioridad. La prioridad es la seguridad y el desarrollo económico. ¿Estamos cerca de tener un campo de exterminio? Lo dudo, pero en Bosnia hubo y Bosnia está a 30 años y yo estuve allí.

«Alemania me produce siempre una perplejidad y una conmoción porque uno tiene que hacer las paces con su propio pasado»

¿Por qué hay que ir a Delfos?

En primer lugar, porque hay que ir a Grecia. Grecia es todo, es el centro de un momento único en la historia y es el momento en el que unos señores empiezan a hacerse las preguntas correctas. Eso no significa que civilizaciones anteriores no hubieran tenido cosas absolutamente maravillosas. Pero las preguntas correctas las hacen los griegos. Y son las que se alejan del relato mítico. Deberían ir a Grecia y ver dónde se hacían esas preguntas. ¿Qué era Delfos? Durante mil años fue el servidor de Google de la antigüedad. Todo el mundo iba a explicar sus cosas a Delfos.

¿Hay que descolonizar los museos?

Sería muy sano que cada pueblo pudiera recuperar su cultura. A África le hemos quitado toda su dignidad, se la hemos robado, es un continente que tiene repartida por el mundo toda su riqueza cultural. Si luego quieren quemar las máscaras, son suyas. Ese paternalismo europeo de decir que lo vamos a cuidar mejor porque lo vamos a saber interpretar mejor, me parece que hoy en día no se aguanta por ningún sitio. Uno tiene que explicarse a través de otros instrumentos, hoy en día para museizar una historia no necesitas tener los artefactos allí, sarcófagos, sarcófagos y sarcófagos. Igual no se puede aplicar de manera categórica y quizás no hay que desmontar el British Museum. Pero en todo caso, se debería abrir el debate.

¿Quiere destacar alguna cosa que no le haya preguntado?

Este libro nació por casualidad. Del uso y abuso que se hace en Francia del adjetivo sublime. En París un café puede ser sublime. Una camisa también. Y a partir de aquí... Creo que en la sociedad en la que vivimos cada vez cuesta más experimentar esa pequeñez, esa perplejidad ante las cosas porque todo está fotografiado, todo está dicho. Es decir, hoy en día te vas a una montaña y te encuentras a 500 personas haciéndose un selfie. Por ejemplo, Islandia es un viaje que ya no voy a hacer, a no ser que vaya en invierno. Me pregunto si las generaciones que vienen no van a sufrir esa falta de capacidad de sorprenderse, de maravillarse y ver qué poca cosa somos.

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