Jorge Carrión (Tarragona, 1976), escritor y crítico literario, se ha anticipado durante los últimos quince años a cuestiones que actualmente son de primer orden: nuestra relación con los no humanos y con las pantallas, el turismo o las políticas de la memoria. Son algunas de las preguntas, con hipotéticas respuestas, que aparecen en las novelas Los muertos, Los huérfanos, Los turistas y Los difuntos, todas ellas publicadas por Galaxia Gutenberg. Ahora, Las huellas, de la misma editorial, las recoge en una tetralogía, una única obra. También en el último trimestre del año, Carrión ha publicado junto con Javier Olivares Samuel & Beckett (Salamandra Graphic), una biografía del dramaturgo y poeta, convertida en un juego de espejo. Vida y obra, persona y personaje.
Como Samuel Beckett, usted desafía las convenciones de la literatura.
La apuesta de Beckett es única. Es tan radical que nadie puede seguir su camino. Pero comparto con él la voluntad experimental, la idea de que la literatura y las artes son un laboratorio. Tanto en Samuel & Beckett como en Las huellas intenté llevar ambos lenguajes a nuevos territorios. El cómic documental hacia la retrospectiva artística y la novela hacia una especie de retrato con muchos géneros, con muchos personajes del cambio del siglo XX al XXI.
‘Samuel & Beckett’, una personalidad para el nombre, otra para el apellido.
El nombre para la persona; el apellido para la obra. Repasando su vida y su obra en paralelo con dos lenguajes gráficos diferentes, el de la vida en viñetas y más narrativo y el de la obra en dobles páginas con color amarillo, que interpretan sus obras maestras.
En relación a ‘Las huellas’, ¿desde un principio pensó en una tetralogía o lo decidió sobre la marcha?
Cuando escribí Los muertos no sabía que iba a continuar, pero al acabarla tuve claro que era un gran proyecto, que iba a crear un mundo y ya tuve en mente Los huérfanos y Los turistas. Entonces, tenía que concluir esa historia y se me ocurrió que el mejor modo de hacerlo era con una especie de flashback, que es Los difuntos.
En estas novelas se ha anticipado a temas ahora candentes. La IA, el turismo de masas, las redes sociales... ¿Hemos evolucionado a peor?
Cuando escribí las novelas, hace entre 12 y 15 años, no era consciente de que estaba escribiendo sobre temas que una década después serían tan importantes como la inteligencia artificial, nuestra relación con los no humanos o el auge del fascismo. Ahora que Donald Trump ha ganado otra vez en Estados Unidos nos damos cuenta de cuánto daño han hecho las redes sociales y de la deriva brutal en que vivimos. Lo que ha ocurrido en Valencia, con la dana, que desde el minuto uno empezaron a circular bulos y relatos perversos sobre lo que estaba pasando, nos muestra eso. Y ha sido muy fuerte para mí leer los cuatro libros ahora y darme cuenta de que los fantasmas o los demonios del siglo XXI estaban muy reflejados en la tetralogía.
Sí porque en ‘Los muertos’ ya habla de posverdad.
Efectivamente, tanto en el mundo de la ficción como en el de los personajes hay una especie de lucha de ficciones, que es lo que está ocurriendo ahora. Es un poco la perversión de esa idea terrible de la pedagogía del cambio de siglo. La idea de que todo el mundo puede tener razón, de que lo que importa es la opinión. Pues no, hay opiniones desinformadas que no son válidas y opiniones formadas que sí que lo son. Estamos en ese mundo totalmente relativo en el que las creencias y las opiniones están teniendo más valor que los hechos y que la ciencia.
¿Cómo cree que ha influido la tecnología en el autoritarismo, en la extrema derecha o en la extrema izquierda?
Es terrible porque como la tecnología más avanzada está en manos de las grandes corporaciones que solo buscan beneficio económico, no han cuidado la democracia, no han cuidado la justicia y han configurado un sistema perverso que premia la polarización y el lucro. De modo que aunque la IA esté consiguiendo maravillas, desde encontrar nuevas líneas de Nazca hasta decodificar el lenguaje de las proteínas, lamentablemente se está usando sobre todo para crear bots y para contaminar a la opinión pública.
Otro de los temas que toca son las series, que han llegado a ser una revolución. ¿Usted ve series o ya no?
Empecé a ver series hace veinte años. Incluso fui crítico de series y publiqué muchos artículos sobre el tema. Ahora las veo más bien por placer, ya no hay tantas buenas. Y quizás veo más cine. De algún modo Los muertos habla del gran objeto cultural de la primera década del siglo, las series; Los huérfanos del gran objeto cultural de la segunda década, las redes sociales; y mis últimos libros, Membrana o Todos los museos son novelas de ciencia ficción hablan de la IA. De modo que sin darme cuenta he escrito novelas que son coherentes incluso con las que escribí después.
Como el turismo. ¿Usted se considera un viajero o un turista? ¿Un turista cultural cuando visita librerías?
Siempre me he sentido un turista cultural porque creo que el viajero es una ficción de clase, es un mito romántico. El viajero se inventó en el siglo XVII con el Grand Tour y eran los aristócratas los que podían pagarse los viajes. Cuando en el siglo XIX llegaron los burgueses, los aristócratas inventaron la palabra turista para denigrar a los burgueses que se atrevían a viajar. Y cuando llega la clase obrera y también viaja, pues son los turistas de masas. Yo soy hijo de obreros, o sea que soy un turista. Pero creo que es importante para la cultura reivindicar el turismo cultural. Somos millones los que viajamos para ver museos, para visitar librerías y esa energía es buena para las industrias culturales, hay que aprovecharla. Visitando librerías me llamo a mí mismo turista cultural.
Aunque se hace el mismo daño al planeta.
Todos hacemos el mismo daño al planeta. De hecho, las redes sociales son insostenibles porque tanto publicar no es bueno para el cambio climático porque estamos usando una cantidad de energía y de recursos increíble. La IA es insostenible, la cultura tal como se ha codificado en los últimos años no es sostenible, de modo que vivimos en una gran paradoja, estamos alimentando un sistema que no nos puede llevar a nada bueno.
La dana...
Efectivamente, la dana es un ejemplo de cambio climático. El pasado verano estuve en Florida y hablé mucho con personas que habían sufrido huracanes. La dana ha sido nuestro primer huracán y hay que prepararse para la idea de que en el Mediterráneo va a haber huracanes.
¿La tercera guerra mundial va a ser tan destructiva que no va a quedar nadie para contarla?
Tanto Los huérfanos como Membrana son novelas apocalípticas de destrucción masiva. Aunque creo que eso es casi imposible. A no ser que haya un meteorito... E incluso así imagino que la extinción sería mucho más lenta de lo que cuento en los libros. Pero acelerar el desastre me permitía explorar el colapso, investigar cómo es el ser humano en un paisaje devastado.
Un mundo colapsado, pero siempre de migrantes de aquí para allá. ¿Cómo ve la inmigración actual y el papel europeo?
La verdad es que no tengo formación política ni soy experto en esas cuestiones, pero sí que sé que España siempre ha sido una tierra de emigración. Mi tío abuelo se fue a Australia, mi abuelo paterno estuvo en Francia y en Suiza trabajando. Habría que recordar quiénes somos y de dónde venimos. Y por otro lado, evidentemente, encontrar estructuras y formas sostenibles de asimilar y de convertir a quienes lleguen en ciudadanos con pleno derecho, pero también con sus responsabilidades.
En sus novelas se recupera la memoria, incluso demasiado. ¿Cómo es de importante mantener viva la memoria histórica tanto para que no se olvide como para que nadie se ría, por ejemplo, del Holocausto?
Es complicado. Yo he estado en el famoso monumento del Holocausto, en Berlín y había gente haciendo payasadas. De algún modo, las políticas de la memoria han fracasado. Y no digo que no sean correctas. Pero, el siglo XXI no está en esa longitud de onda y es bastante incompatible el turismo de masas con Auschwitz o las redes sociales con el recuerdo de la Guerra Civil española. Y la tetralogía habla de eso, de lo difícil que es construir relatos de memoria y cómo están abocados al fracaso.
¿Con qué se queda de la tetralogía y de la novela gráfica?
Me quedo con la búsqueda. Sigo buscando. Encontré una forma para hablar de la vida de Samuel Beckett con Javier Olivares, encontré cuatro formas para hablar de mi propio cambio de siglo y ahora voy a seguir buscando otras maneras de narrar y de pensar.
No le quedan muchas...
Al contrario. Estoy trabajando en una y va a ser bastante novedosa.