Corría el año del Señor de 1519 cuando cinco naves y 239 hombres se embarcaron desde Sevilla con rumbo a unas islas tremendamente lejanas, llamadas entonces «de las especias», donde crecían el clavo de olor y la nuez moscada y que, al tratarse de un archipiélago, no quedaba claro cuales pertenecían a las coronas de Portugal o España según la demarcación fijada por el Tratado de Tordesillas, firmado 25 años antes cuando las dos más importantes potencias europeas de la época se habían repartido el mundo que quedaba por descubrir-.
Por aquel entonces, Lisboa era la ciudad más rica del planeta, debido en gran parte, al rentable negocio de las especias orientales: pimienta procedente del sur de la India, canela de la actual Sri Lanka, y las cada vez más valoradas nuez moscada y clavo de olor, que solamente crecían en unas pocas de las 17.000 islas que conforman la actual Indonesia.
Al mando de la expedición estaba Fernando de Magallanes, portugués que no gozaba del favor de su rey, y que convenció a Carlos I de que encontraría un paso por el oeste que diese acceso al ansiado archipiélago, siendo escuchado y complacido, ya que hasta el momento los cuatro viajes de Colón no habían ofrecido la rentabilidad deseada. Portugal disponía de libre acceso a Oriente por el Cabo de Buena Esperanza y el Índico, y había que encontrar una ruta alternativa para lucrarse también de tan productivo negocio.
No nos vamos a entretener en los entresijos del viaje antes de llegar a las Molucas. Solo decir que tras cruzar el Atlántico tuvieron que refugiarse para pasar un gélido invierno, hubo un amotinamiento, alguna ejecución y destierro, unos cuantos indultos, el destrozo de la nave Santiago, el descubrimiento del ansiado paso, la deserción de la nave San Antonio que regresó a Sevilla con 57 hombres y buena parte de las provisiones, tres meses y veinte días de navegación por el Pacífico sin avistar tierra ni tempestad alguna, la muerte del propio Magallanes tras un enfrentamiento con indígenas de la actual Filipinas; hasta que llegaron a Tidore el 8 de noviembre de 1521, obteniendo la autorización del sultán de 45 años para comerciar, ya que debía estar cansado del trato con los portugueses que lo frecuentaban desde hacía nueve años y eran más amigos de su rival de toda la vida: el sultán de la vecina isla de Ternate.
Las Molucas de hoy
Tampoco resulta sencillo ni demasiado rápido llegar en la actualidad. Unas 20 horas en un par de vuelos desde Barcelona a Yakarta con escala intermedia, y cuatro horas más hasta Ternate o Ambón, las dos islas con los aeropuertos más importantes. Y a partir de allí: seguir en barca o en algún pequeño ferry. Rodeadas por las Célebes y las islas menores de la Sonda al noroeste, Nueva Guinea al noreste y Timor al sur; las Molucas del norte tienen una población musulmana con casi dos millones de habitantes, mientras que en las del sur son básicamente cristianos y rozan el 1.300.000.
Los conos volcánicos presiden una vegetación tropical mientras pequeñas playas pedregosas están salpicadas de fuertes en ruinas fruto de la rivalidad ibérica, pero que luego fueron utilizados por holandeses y británicos que se sumaron a las contiendas por el dominio del comercio de las especias.
Pequeñas mezquitas e iglesias y los palacios de los sultanes, que mantienen los títulos pero perdieron el poder político, constituyen los edificios más destacables, mientras que las sonrisas de los niños y las miradas de las mujeres en los mercados, aportan el toque humano más llamativo.
Hoy el clavo de olor ya no es estratégico, se consiguió aclimatar primero en la mítica Zanzíbar y en otros territorios tropicales, pero la expedición a la que aludíamos, tras quemar una tercera nave, la Concepción, cargaron las dos restantes: la Trinidad con 40 toneladas de clavo que intentó volver por el Pacífico sin conseguirlo, y la Victoria que con 25 y al mando de Juan Sebastián Elcano, se aventuró por aguas portuguesas y consiguió llegar a Sanlúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1922 con solo 18 hombres, culminando la primera vuelta al mundo de la historia en un solo viaje, y demostrar, empíricamente, que la tierra era redonda, que es una esfera que gira sobre sí misma y que todos los mares están comunicados.
Satisfacciones personales
Hoy en día se comercializan vueltas al mundo en crucero que suelen durar unos tres meses, de los que unos 55 días son de navegación, y se podría hacer en 75 horas tomando 4 vuelos intercontinentales Barcelona-Doha-Auckland-Los Ángeles-Barcelona, pudiendo aprovechar casi 24 horas en dos escalas intermedias.
No les recomiendo ni una cosa ni la otra, pero sí realizar una vuelta al mundo de entre 23 y 29 días eligiendo el itinerario que quieran, disfrutando de los contrastes que todavía ofrecen las distintas culturas y sabiendo distribuir las visitas según sus propios intereses. No se trata en este caso ni de ver todos los países del mundo, como apuntan algunos, ni de pensar que no se volverá jamás a los lugares seleccionados.
Las tres vueltas al mundo que he tenido la oportunidad de realizar hasta la fecha, entre los dos hemisferios y en ambos sentidos, me han producido una satisfacción personal que solo es capaz de valorar quien logra experimentarla.