La boda que hace unos pocos días Gandesa recreaba, entre el infante Jaime, heredero de la Corona de Aragón, y la princesa Leonor de Castilla, es uno de los centros de la novela Angelicus, de Joaquim Molina (HarperCollins). Pero no el único, ya que con la tensión entre ambos reinos como trasfondo, se deben resolver una serie de asesinatos y algún secuestro.
¿Por qué se ha centrado en el infante Jaime?
Porque es un verso libre, un personaje contracorriente y estos perfiles son muy atractivos. Algunos historiadores creen y yo lo comparto que en realidad huía de la Corona y del matrimonio porque tenía un secreto inconfesable que el lector intuirá bastante rápido.
¿La documentación no lo recoge?
No. Siempre lo tunea, lo oculta o lo disimula. En ese personaje y en su problema de identidad radica la tesis de la novela.
El castillo de Miravet tiene un gran protagonismo. ¿Por qué la Catalunya sur era tan importante para la Corona de Aragón?
En el siglo XIV no tenían GPS, pero eran muy listos. Eran buenos cazadores, conocían perfectamente la geografía y el delta. El castillo de Miravet era una aduana, un puesto de control para todas las mercancías que subían desde el delta, que entonces era un puerto, Port Fangós. Es un castillo roquero, no es un palacio, sino un castillo militar, con pocas ventanas, muy sólido. Tiene toda una serie de salas que lo convierten en una mezcla entre convento y fortaleza. Tiene la esencia del origen templario, de los monjes guerreros que en una mano tenían la cruz y en la otra la espada. Aunque en la época de la novela no es templario.
También Santes Creus.
Ahí hay dos personajes. El Abad y el confesor del infante Jaime. La casa de Aragón siempre estuvo muy cerca de Santes Creus. Por ejemplo, sus abades, en muchos casos fueron cancilleres del rey. Es decir, primeros ministros. Eran letrados, sabían escribir en latín, que era como el inglés actual, para dirigirse al Papa. Era gente sabia.
Era boda o guerra.
Un poco sí. Aunque no fue así, podría haber llegado a un conflicto militar. Finalmente, se solucionó años más tarde. Pero sí que provocó un conflicto diplomático. La escena que describo durante la boda, en Gandesa, el momento en el que Jaime no le da la mano a la princesa y se la tiene que dar su suegro, es decir, el rey, conteniendo su ira, cogiendo la mano de la preadolescente Leonor con todo el público, es un bochorno y así sucedió. La delegación castellana estaba indignadísima. Cuando acabó la boda el príncipe no estuvo ni en el banquete y todo esto está relatado por los cronistas. Sin embargo, ni a María de Molina, la regente, ni al rey Jaime II les interesaba una guerra.
Al margen de las monarquías, ‘Angelicus’ es un thriller.
Es una novela de intriga. Uno, como escritor, lo que quiere es pasárselo bien. Y no hay nada que le guste más a un lector que tener un muerto. Siempre hay que poner un muerto. Eso es así.
Es una buena premisa...
Siempre mato a alguien e incluso a veces no lo tengo previsto. Y aquí hay unos muertos que enseguida atrapan al lector, como no puede ser de otra manera. Si no, la vida es monótona, ya tenemos nuestro día a día, por lo que tiene que pasar algo que se salga de lo normal.
¿Qué destacaría de la novela?
Siempre he creído que la historia no solo sirve para entender el pasado, sino básicamente que el pasado se estudia para comprender el presente. Si una novela histórica tiene un valor extra es porque tenga un mensaje para hoy. Y el tema del infante y esa lucha agónica que tiene consigo mismo y con el mundo es una lucha muy actual. Es el tema del género, con una salida del armario del siglo XIV, si existían armarios en aquella época. Una confrontación de un hecho del pasado que tiene un sentido y una lectura muy actual.