Si repasamos la trayectoria iconográfica de Donald Trump, la estampa más clásica del poder en escena es la del joven magnate ante una maqueta de la futura Trump Tower. De pie, apoyado ante el futuro edificio, mira a cámara entre serio y desafiante; la megalomanía neoliberalista del personaje expresada en esta arquitectura vertical que se alza hacia los cielos. Sin embargo, tras su paso exitoso por el “talent-show” The Apprentice (NBC, 2004-2017) donde los concursantes eran jóvenes empresarios que competían para dirigir alguna de las empresas del multimillonario, su imagen se convierte en icono de la cultura popular, trasciende la esfera estrictamente económica. Su emblemático “estás despedido [you’re fired]” y su dimensión de demiurgo de los negocios, tras una mesa colosal donde ejercía de juez, lo convirtieron en una figura mediática, especialmente en territorio norteamericano. En paralelo, las fotografías del interior lujoso del ático de la mencionada Trump Tower –junto a su familia- le coronaban como a un rey en su trono en las alturas, la materialización de un sueño dorado (y kitsch). Lo siguiente solo podía ser la Casa Blanca.
Las raíces televisivas de Trump, cultivadas durante más de una década, serán fundamentales para entender como en el marco de la esfera pública global, ha conseguido ganar todas las batallas de las imágenes. La personalidad e irreverencia de su discurso las ha traspasado a algunos instantes memorables. Convirtió la clásica foto policial, entendida siempre como una humillación pública, en un reto a la autoridad que osaba juzgarle. De la misma forma, tuvo la lucidez de transformar en gesto de victoria y de resistencia un intento de asesinato durante un mitin de campaña. En otro orden de cosas, algo tan banal y capital como la signatura de un contrato, Trump lo ha convertido en una especie de escena “autoral”, mostrando siempre orgulloso su firma ante las cámaras, capitalizando la letra pequeña. O incluso en algo tan genuino como la movilidad, a la clásica limusina de robustez abismal, Trump le ha añadido el helicóptero. El vuelo individualista a través de las alturas que le sirvió para despedirse de la Casa Blanca una primera vez. Pero es quizás en el asalto al capitolio de 2021 donde la huella de la iconografía de Trump está més presente –aunque él, significativamente esté ausente. El asalto a la institución, convertido en una acción puramente performativa, sin ninguna voluntad revolucionaria. Simplemente profanar el espacio de la política y convertirlo en una constelación de fotos y tuits para las redes sociales. El poder hecho imagen, el político como iconógrafo.