Maria es una escritora de cierto éxito que atraviesa una crisis. El aprieto tiene un nombre concreto: maternidad. Maria pasa todas las horas de su vida pegada al bebé que ha tenido recientemente. Y por ahí se cuelan los fantasmas: Maria no puede hablar de lo que siente, no puede comunicarse con su retoño, no escribe, no se siente ella, no se sabe buena madre.
A partir de esta premisa, Mar Coll –quizá una de las directoras más importantes del cine español, a la vez que una cineasta que quizá no ha podido ser todo lo prolífica que nos gustaría– realiza una película sobre la maternidad alejándose de los tópicos de un tema que hoy en día parece excesivamente manido en nuestra cinematografía. “Salve Maria” toma como punto de partida la maternidad para trasladar la película a otros confines. Por un lado, en términos de tono: lejos del costumbrismo habitual en las películas sobre este tema, Coll juega con el género. Cuando Maria descubre en televisión la noticia de una matricida, se obsesiona con ella. El lado más oscuro de la maternidad se manifiesta ante ella. Esto no solo revela sus propias pesadillas, sino que espolea su instinto creativo. Maria, poco a poco, vuelve a escribir. Con el niño pegado todavía a ella, indaga sobre esa extraña figura, se obsesiona, y comienza a plasmar en papel una ficción arraigada en la realidad. En el viaje al thriller psicológico, en el misterio de esa mujer de la que ni siquiera se le ve el rostro en televisión, “Salve Maria” parece por momentos una película de Roman Polanski.
La otra cuestión que aleja “Salve Maria” de cualquier otra película actual en torno a la maternidad es su posición: no solo elude cualquier atisbo de condescendencia, sino que además se aleja del tema abriéndose hacia otro, el de la creación artística. ¿Es “Salve Maria” una película sobre la maternidad? Sí, pero es también sobre cómo enfrentarse a la página en blanco, sobre el lugar de dónde surgen las ideas y las palabras, sobre la creación artística como pulsión visceral.