El pasado 6 de marzo, solo tres días después de anunciarse que formaría parte del cartel del festival Vida de Vilanova i la Geltrú en verano y un poco cuando todos nos habíamos medio convencido que lo de Pau Riba no era para tanto y que TV3 había exagerado queriendo darle un homenaje ‘pre-mortem’, la noticia de su muerte cayó como un mazazo que nos dejó aturdidos.
A menudo creemos lo que queremos creer y en el caso de Riba, la fase de negación apareció al primer segundo de confirmarse su traspaso, aunque, a decir verdad, el cáncer de páncreas que sufría, y que el mismo dio a conocer, no le dejaba mucho más margen. Y todos lo sabíamos, aunque hiciéramos ver que no.
Quizás esa fue la última originalidad de Riba, genio y figura. Acaso jugó al despiste para que el inevitable desenlace nos doliera un poco menos. Y tal vez por ello mismo seguro que, desde su visión omnisciente, se rio por debajo la nariz en su entierro, convertido en una fiesta-concierto mientras grandes amigos como Sisa, Oriol Tramvia i Enric Cassasses evocaban su figura ante un sencillo ataúd de madera sin trabajar con una congregación de allegados que no dudaron en participar de un funeral que, contra todo pronóstico, fue también una fiesta o, cuando menos, un reflejo de la existencia poco convencional de Riba en sus 73 años de vida.
El cantautor Pau Riba nació, un poco por casualidad, en Palma en 1948. De él siempre se recordó, como si fuera algo definitorio de su personalidad, que era nieto por vía paterna de los poetas Carles Riba i Clementina Arderiu. Puestos a completar su ascendencia, hay que añadir que su abuelo materno fue Pau Romeva, uno de los fundadores de Unió Democràtica de Catalunya (UDC). Gente de orden, vaya.
Pero si todo ello prefiguraba un ambiente burgués, catalanista y católico, Pau salió iconoclasta y transgresor, de manera que cuando se le cerraron las puertas de Els Setze Jutges, su respuesta fue juntarse con otros chalados hippies como Jaume Sisa, Oriol Tramvia, Jaume Arnella e incluso Eduard Estivill -el popular doctor especialista en sueño infantil- para formar la opción musical más contracultural del momento, el Grup de Folk.
Era a finales de los años sesenta y en las costuras del franquismo se abrían brechas que ya nunca se zurcirían. La eclosión hippy comportó nuevas formas de relación cultural, social y, por supuesto, sexual, y en ese contexto, Riba editó ‘Dioptria’ -la ortodoxia lingüística habría mandado escribir ‘Diòptria’- un disco en dos partes, la primera publicada en 1970 y la siguiente en 1971.
En ese disco aparecen canciones como ‘Noia de porcellana’, ‘Ja s’ha mort la besàvia’, ‘Helena, desenganya’t’ o ‘Cançó 7a en colors’. Una obra maestra que, quizás un poco ana- crónicamente, fue mucho más tarde considerado como el primer disco -y para algunos, el mejor- del rock catalán.
En todo caso, aquello significó el punto de partida de una obra musical que ha continuado hasta nuestros días con trabajos como, entre otros: J‘ o, la donya i el gripau’ (1971), ‘Electròccid àccid alquimístic xoc’ (1975), ‘Licors’ (1977), ‘Transnarcís’ (1986), ‘De Riba a Riba’ (1994), ‘Joguines d’època i capses de mistos’ (1999), ‘Nadadales’ (2001), ‘Mosques de colors’ (2013) y, por último, ‘Ataràxia’ con la Orchestra Fireluche (2019).
De por medio, no se puede pasar por alto su célebre actuación en el Canet Rock de 1975, con una apoteósica interpretación de la canción ‘Licors’ inmortalizada en la película que Francesc Bellmunt grabó sobre un festival que fue ejemplo de cómo la música se revolucionó en aquellos años con Pau Riba como uno de sus principales protagonistas.
Autor también de libros: ‘Graficolorància’ (1976), ‘Ena’ (1987), ‘Lletrarada’ (1997), ‘Jisas de Netzerit’ (2001), ‘Nosaltres els terroristes’ (2006) o ‘Història de l’univers’, (2021), entre otros muchos, Pau Riba fue un gran conocedor de la lengua catalana - en el dominical del diario ‘Avui’ publicaba una sección lingüística titulada ‘Logia del fil u’-. Polifacético y abierto a grandes colaboraciones -con Pascal Comela- de, Roger Mas o Eduard Canimas, entre otros-, Riba formó parte de una generación de músicos galácticos, junto a Sisa, a Oriol Tramvia, e incluso los más jóvenes Albert Pla y Quimi Portet, y formo parte de ese elenco de músicos de expresión catalana alejados de las formalidades y los encasillamientos.
Su marcha, quizá al ‘setè cel’ de Sisa, deja un hueco, pero también un legado, continuado en parte por sus hijos, Pauet i Caïm - junto a Dolo Beltran, el trío Pastora-, y sobre todo por una colección de canciones que ya forman parte del imaginario colectivo. Como ‘Noia de porcellana’, como ‘Cançó 7a en colors’, como ‘Licors’, como tantas otras.
Si es cierto que hay vida más allá de la muerte, me pido ir al mismo sitio que Pau para volverlo a escuchar. No por previsible deja de doler.