Que la vida es muy puta eso lo sabes tú mejor que nadie, amigo Chúster, que te has chupao cinco años en la trena por no ir con el chivatazo a la guripa y te has comido tú solito todo el marrón de aquel asunto de la prostituta rumana que se cargó el hijo de perra de tu jefe, el tal Cisco. Joder con las lealtades, Chúster. Y luego sales del trullo y el Cisco te mete en otro fregao y tú, que no tienes donde caerte muerto, a ver qué haces si no, pues claro, aceptas el encarguito, que yo lo entiendo, que hay que comer y todo eso, pero no me jodas, Chúster, que parece que no has aprendido nada durante tu lustro en el talego.
La verdad es que menuda historia que te han montado el Ledesma y el Mañas ese, qué cabronazos. Que como personaje de ficción deberías rebelarte, igual que hizo aquel Augusto con Unamuno en Niebla, porque, joder, pedazo de embolao en el que te han metido en la novela. Y encima se presentan ambos con la pijada esa de la conjunción, Ledesma & Mañas, hay que joderse, como si fueran un puto bufete de abogados. Que, a ver, algo sí te han defendido, que me da a mí que mientras te creaban, se iban encariñando contigo.
Si no, a cuento de qué ese japiending en una novela tan negra negra como ésta. Aunque lo del final dulce se puede debatir, que hay finales dulces que duelen como una puñalada trapera. Pero qué movidas, Chúster. Esta novela es negra como la pez. Aquí la pipa aristocrática del Sherlock es una cajetilla de Marlboro y la peña se fuma sus buenos chinos. Y el bigotito de marica del Poirot aquí es tu mostacho teutón, el único testimonio ya de aquella gloria efímera de cuando jugaste diez minutos en Primera División. Que sí, hombre, que sí, pa ti la perra gorda, fueron once, pero ya me entiendes. Y aquí los funcionarios chupatintas de los bevilacquas son gente del hampa, herederos de Rinconete y Cortadillo, escoria de los fondos más bajos de la sociedad. Y la gente habla como habla la gente de verdad, con sus palabras gruesas y su jerga y su espontaneidad, que para hablar como los poetas ya está la poesía.
Aunque también tiene poesía este libro, la poesía de la derrota, de los juguetes rotos, de las vidas como el loto, que pugnan por elevarse por encima de la ciénaga. Y hasta para el Cisco hay frases memorables: «Una carraspera de fumador amplificó sus adentros poniendo al descubierto, más si cabe, toda la lobreguez de su entraña». Chulo, ¿eh? Y, como toda novela negra, también tiene su punto de denuncia social. Que no vamos a desvelarle aquí a la basca que lee el Diari los detalles de tu aventurita frenética por Madrid, Zaragoza y Barcelona, pero en cuanto los lectores se enteren de las malas formas de aquella burguesita catalana, digna heredera de las pijitas de Marsé, y sepan de sus intenciones, comprenderán tu furia, Chúster, comprenderán tu despecho acumulado por años y años de menosprecio, y sabrán que siempre existirá gente que querrá aprovecharse de la necesidad de otra gente, de la gente sin recursos ni horizontes, a quienes usarán a su antojo para satisfacer sus pequeños caprichos de señorones de barrio residencial.
Y entenderán tu redención, Chúster, tú que estabas marcado por la tragedia. Así que yo brindo por ti, amigo Chúster, brindo por ti aquí, en esta barra de El Topless o de El Cisne, qué más da, si todas son el mismo locus amoenus de los perdedores –qué putada lo de tu hijo y lo de tu mujer, tío–, brindo por ti y por todos los parias del mundo, y brindo por Ledesma & Mañas, estos árbitros literarios que quisieron que marcaras tu último y mejor gol, aunque fuera en el descuento.
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