Ramon es el protagonista de La casa de les tres xemeneies, la última novela de Andreu Claret, publicada por Columna. Como Andreu, Ramon llega del exilio a la Barcelona de los años 60; como Andreu, Ramon sufrirá un shock con lo que se encontrará. Sin embargo, ni uno ni otro se subirán a un tren de regreso a Francia. Al contrario, cogerán lo que les deparará el destino.
Ramon es usted.
Soy un poco él y él es un poco como yo. Yo llegué un par de años más tarde, pero el shock que se lleva al llegar a Barcelona y la mirada con la que la descubre es la mía. La de un joven que no había vivido aquí, que había vivido siempre fuera y, por tanto, todo le sorprende.
¿Para mal?
Al principio. Por aquella oscuridad del régimen, que no solo era metafórica. Barcelona era negra, parecía una ciudad minera. Todo estaba muy sucio. La gente no se acuerda de esto. Pero Ramon, como yo, decide quedarse cuando va a vivir a esta casa de las tres chimeneas, cuando conoce a los vecinos. Porque a pesar de esta oscuridad, la gente tiene ganas de vivir. La gente es optimista.
Ahora es al revés.
Es una cosa muy interesante. Ahora estamos 100 veces mejor que en los años 60, pero nadie piensa que sus hijos vivirán mejor. Antes, la gente que vivía en las barracas, en Can Valero, en Montjuïc, tenían la perspectiva de una casa, existía la idea de que se mejoraría. Ahora esto se ha ensombrecido. Venía escuchando la radio... Cómo iban las bolsas... El Nasdaq ha perdido 3 billones de dólares en 5 horas.
No sabemos ni qué es eso.
Puedes comprar media Tarragona. Hay mucha inquietud. Cuando yo llegué, la sociedad me animó. No sé si lo pretendía al principio, pero la novela es un retrato de la resistencia cotidiana.
¿Qué tipo de resistencia se podía hacer?
Vivir, sobrevivir, ir al mercado y poner un plato en la mesa, ir al Liceu aunque fuera al gallinero, cantar el Cara al sol en el patio del colegio pero cambiándole la letra y murmurando otras escabrosas. Me ha interesado mucho esto. Sin esta resistencia cotidiana no hubiera habido después la resistencia política que todos conocemos. ¿Y quién hace esta resistencia? Las mujeres. Por eso le he comentado a la directora, a Natàlia Rodríguez, que era una novela de mujeres. Lo que pasa es que los libros no hablan de esto, hablan de la Assemblea de Catalunya, de Companys, yo mismo lo he hecho mil veces. Pero, hablemos de gente normal.

En una misma escalera.
Siempre me ha gustado. Es un lugar de secretos, de conspiraciones, de mujeres. Mis personajes son un poco estereotipados, pero todos verosímiles. Incluso el trans, que diríamos hoy. Quería retratar cómo vivía la gente. Mis padres me habían hablado del Camp de la Bota, por ejemplo, sabía que allí se había fusilado a gente. Y sabía que había gente en la Model. Pero no que el régimen tenía tanta penetración en la sociedad. Pensaba que solo castigaba a comunistas, socialistas, anarquistas... a vagos y maleantes, como decía la ley, a catalanistas...
¿Cómo se podía acabar en el Patronato de Protección de la Mujer?
De dos formas. Porque la enganchaba la Guardia Civil dándose un pico con un chaval. A él le caía la bronca y ella podía acabar en el Patronato. Y también por la familia, como en la novela, para ver si enderezaban a las hijas, aunque no fueran familias franquistas.
Parece similar a la Policía de la moral en Irán.
Sí. Los estatutos decían que era una institución para las mujeres caídas, cuando caídas quería decir que habían robado una gallina, si era una pobre niña gitana de un barrio, el pico en una esquina o si se quedaban embarazadas. Entonces las enviaban a Extremadura, que eran mucho más severas.
Sitúa la novela en el 62, pero no hace referencia a la nevada, sino a la Riada del Vallès, de la que nadie habla.
Por eso lo he hecho. Fue el suceso natural más importante que hubo en Europa en el siglo XX, con mil muertos. ¿Sabes que los pescadores de Tarragona, esto lo he hallado en los diarios de la época, se encontraron cuerpos en las redes? La dana, comparado con esto...
Franco sacó pecho.
Lo utilizó con mucha habilidad. Vino tres veces a Catalunya.
Pero no hizo nada.
No. Pero les dio besos a los niños y prometió pisos que, ves a saber si después los dio o no. Era un militar seco, pero hizo populismo como haríamos hoy.
Siempre vuelve al exilio. Le ha marcado.
He escrito tanto y he reflexionado mucho. El exilio es un lugar perverso, claustrofóbico. El exilio altera mucho la manera de pensar, está basado en la nostalgia. No te das cuenta de los cambios. Mis padres a mí no me avisaron de cómo era la Barcelona que me iba a encontrar. Me hablaban de una ciudad mítica de los años 30. No sabían. Habían perdido completamente el mundo de vista y yo la tuve que redescubrir.