Comenzaron como navegantes de patín catalán a vela, una embarcación con gran tradición en la costa de Calafell, posiblemente hace unas décadas la playa con más patines en toda la costa catalana.
Josep Inglada, Francesc Figuerola y Jordi Rascado reimpulsaron esa navegación tradicional. Pero también recordaban aquella época de pescadores que el poeta Carles Barral plasmó describiendo a Calafell como una de las playas con más madera, en referencia a las barcas que reposaban en la arena.
Barcas que el paso del tiempo, la jubilación de marineros y la modernidad relegaron al olvido y al riesgo de extinción. Porque incluso se llegaban a quemar, como combustible para calentar el material con el que se reparaban las nuevas embarcaciones.
Por ello no se conservaron muchas y las pocas que quedaban languidecían en cocheras o incluso olvidadas en playas y puertos. Defenestradas de su historia.
Inglada, Figuerola y Rascado comenzaron hace una década recuperando patines. «Veíamos que comenzaban a faltar patines y también mucha madera en la playa», explican. Y eso dolía. De unos 70 patines se pasó a ninguno.
Apasionados de la navegación tranquila y de ese sonido del silencio o de la madera cuando acaricia el mar, que nunca podrá igualar la desabrida fibra de vidrio, decidieron rescatar la historia marinera. También la de las viejas barcas de pesca. «No teníamos mucha experiencia, pero sí ganas. Y si te fijas en las cosas... aprendes».
Ya en 2010 compraron en L’Escala (Girona) una barca de vela latina que restauraron. Le siguió otra barca de 1900 que fueron a buscar a Ibiza. La Associació Patí Català Vela Llatina Carles Barral Calafell ya ha recuperado 27 barcas, de las que 22 son de la entidad. El resto, por encargo de los descendientes de sus propietarios.
«Cuando los nietos de quienes hace años navegaban en esas barcas las han vuelto a ver en el mar se han emocionado». Esa es la esencia de recuperar ese pasado.
Porque, ¿qué se pierde? «Se pierde el conocer las cosas. Y el conocimiento lleva al respeto y al cariño. Y de apreciar una barca se pasa a estimar y cuidar todo un pueblo». Por eso siguen Inglada, Figuerola y Rascado.
Incluso hace unos años impulsaron una escuela taller que enseñó a un grupo de alumnos de entre 18 y 22 años el oficio de calafate y para restaurar las viejas barcas de madera.
En Calafell, pero ya en toda la costa catalana, los tres vecinos de Calafell son un referente de rescate del pasado marinero. «Cuando hay alguna barca en peligro de desaparecer nos llaman. Vamos, la recogemos y la recuperamos».
En un local que en cualquier otro lugar sería de culto y de obligada visita. Una histórica destilería con sus arcadas de ladrillo que es de los lugares que, díganle energía o como quieran, evoca a otro tiempo. Allí reposan algunas de las barcas recuperadas y otras en las que los calafates trabajan para que algún día puedan volver a acariciar el mar.
Inglada, Figuerola y Rascado sufren cuando ven una histórica barca de madera condenada a una rotonda en una carretera, una absurda moda que nunca se supo qué pretende mostrar y que pena a esas embarcaciones a la destrucción, lamentan. A merced del tiempo y el olvido.
De las barcas que pertenecen a la asociación y que han trabajado en ellas, once han vuelto a navegar. Algunas están en el puerto de Segur. Como testigo de lo que un día fue toda esa costa.
Josep Inglada, Francec Figuerola y Jordi Rascado señalan que el objetivo es salvar cuantas más barcas posible... «y si además sirviese para que muchos descubriesen la navegación tranquila, a vela, con ese roce del agua en la quilla...».
Por eso también impulsan salidas en vela latina. «Ojalá algún día el mar de Calafell vuelva a llenarse de velas».
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