Los más mayores en Calafell recuerdan que siendo niños iban de excursión a la montaña del Comú, donde estaban las trincheras de la Guerra Civil que se hicieron en 1937.
Uno de ellos era el historiador Joan Santacana, catedrático en la Universitat de Barcelona. «Tenía 8 años», recuerda. Junto a esas defensas se almorzaba. A 800 metros de la línea de costa y a unos 40 de altura. Suficiente como punto de vigilancia.
La familia Jané de Calafell, propietaria de la finca en la montaña del Comú donde están las trincheras, ha cedido al Ayuntamiento esa zona en la que se conservan restos de las estructuras de defensa. El alcalde Ramon Ferré, explica que la familia ha iniciado los trámites para llevarla a cabo.
El consistorio se compromete a musealizar la zona y dedicarlo al memorial democrático para recordar cómo los soldados de la República vigilaban la costa ante el temor de un desembarco de las tropas franquistas tras ganar Mallorca.
La recuperación permitiría crear una ruta en la comarca con los vestigios de la Guerra como los bunker en primera línea de El Vendrell o el que pretende reproducirse en Cunit. También los hay en el antiguo campo de aviación de Santa Oliva.
Como explicó el Diari, Calafell tiene el objetivo de rehabilitar un almacén junto a la carretera C-31 donde los republicanos tenían un punto de escucha para captar las comunicaciones de Franco.
La recuperación de las trincheras mostraría elementos desconocidos para muchos. Santacana explica que siendo niños era un reto entrar por el pasillo de hormigón «que comunicaba una especie de plataformas circulares». Eran los puntos de artillería que no se conservan. Estaban las salas de polvorín y las cocinas que aún se intuyen y una escalera que conectaba con la fortificación.
Los soldados no vivían en las trincheras. Tenían casetas de madera en la zona de lo que habían sido los pabellones de la República de Niños de Vilamar. Desde aquellas defensas de costa apenas se disparó. La artillería no llegaba al mar. Principalmente era una obra defensiva de hormigón mucho más resistente que las que había a pie de playa.
Tras la guerra, el propietario de la zona, Jaume Jané, recuperó la finca. Pero parte de la fortificación quedó bajo tierra en los años 50 con la llegada de los primeros turistas alemanes que buscaban asentarse en la zona.
Algunos de aquellos polvorines quedaron bajo la calle y algunas casas y acabaron como bodegas e incluso piscinas de las viviendas. Pero quedan estructuras, ahora muy dañadas, que podrían recuperarse.
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