¿Qué significa ser europe@?

Comprender la complejidad de la UE no es sencillo. La propia arquitectura europea y la jerga de los burócratas no nos lo ponen fácil. Pero que el árbol no nos tape el bosque

08 junio 2024 21:37 | Actualizado a 09 junio 2024 07:00
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Tras veinte años -más o menos- de intensa vida en Bruselas comprendo el aburrimiento que pueden provocar unas elecciones europeas. Comprendo que se pierdan en la maraña de siglas, acrónimos, jerga, palabros y referencias que constituyen la lengua de la burbuja europea. Un ente espacio temporal que va desde el Rond Point Schuman (una rotonda) hasta la Place Luxembourg (una plaza) donde se concentran los sedes de las instituciones de la UE (a cuál más mamotreto). Vaya por delante que el clima en Bruselas no es apto para espíritus sensibles y faltos de vitamina D. Vaya por delante que el plato nacional son las patatas fritas con mayonesa y cerveza de monjes trapistas. Vaya por delante que a todo se le coge cariño y que un país que va a llevar a su selección nacional a la Eurocopa vestida como Tintín debería merecernos todos los respetos y admiración. Dicho todo esto, las elecciones de hoy no son una nimiedad y la europeidad es algo que nos concierne a todos.

Europa es su historia y la historia europea es una Juego de Tronos milenario. El deporte nacional europeo es la guerra y el amor. Decía Churchill que somos demasiados para un espacio tan pequeño. Somos muchos y muy diversos, cada cual de su padre y de su madre y llevamos las fronteras al paroxismo. Siempre hemos hecho como el péndulo balanceándonos entre la democracia y el imperio, del desastre a la recuperación, del parlamentarismo inglés o catalán, al sacro imperio romano germánico.

Cambian los nombres, pero no los objetivos. Unificar Europa lo quería tanto Napoleón, Hitler o Carlos V. Así que no siempre la unidad es el mejor de los remedios. De alguna manera lo mejor de Europa son sus ciudades y quizás lo más pernicioso sean sus estados. La civilitas contra el imperio. El ciudadano (viva Francia) contra el absolutismo (también francés).

¿Qué significa ser europeo? Llegar a la conclusión que no nos queda otro remedio que vivir juntos, que mejor hacerlo en pie de igualdad y para ello mejor que la riqueza se distribuya de forma equitativa. Eso es lo que nos proponen los Robert Schuman (el de la rotonda) los Jean Monnet, los Alcide de Gasperi, Paul Henri Spaak o Konrad Adenauer, los padres de la UE.

Tras las cenizas de la II Guerra Mundial, estos hombres decidieron darle a Europa una vuelta de tuerca más y crearon algo así como una confederación de estados que no lo es, un gobierno europeo que depende de los estados y se llama Consejo Europeo, con un Parlamento que no legisla pero propone modificaciones a la legislación que sí propone otro gobierno que se llama Comisión, que no se elige democráticamente pero que suele ser el mayor defensor de los valores democráticos del planeta.

Es comprensible que la mayoría tiren la toalla y se dejen llevar por las inercias y que sea lo que Dios quiera. ¿Qué diferencia hay entre el Consejo Europeo y la Comisión? Vamos a dibujar un esquema que no será perfecto, pero sirve para no volverse loco. En el Consejo Europeo deliberan los asuntos los jefes de estado y de gobierno. Ellos decidien qué hacer. Los ministros y embajadores preparan las agendas de las reuniones pero al final son los jefes de estado y de gobierno los que cortan el bacalao. ¿Y la Comisión? La Comisión decide cómo y cuánto. Pero también le propone al Consejo ideas que quizás no se les han ocurrido a los miembros del Consejo. ¿Y el Parlamento? Valida las propuestas de la Comisión (o no), realiza informes que son vinculantes para que sus decisiones sean implementadas, aprueba el presupuesto de la UE y da su opinión sobre todo y más en sus «mociones» en las que igual le da una colleja a Trump como repremienda al gobierno de Xi Xinping por el genecidio del pueblo Uigur. Las mociones no tienen ningún peso legislativo pero son políticamente relevantes.

No hay que olvidar que la burbuja europea tiene sedes también en Fráncfort del Meno donde una señora francesa que luce bronceado caribeño todo el año decide en el Banco Central Europeo el tipo de interés y cómo vamos a llegar a final de mes. También tiene su expresión en Estrasbugo en el Tribunal de Derechos Humanos que es uno de los logros que deberíamos celebrar cada fin de semana y en Luxemburgo, donde tiene sede el Tribunal Superior de Justicia de la Unión Europea que es el Guardián de los Tratados (lo que vendría a ser la Constitución europea) y que es el que dicta la interpretación de las leyes y sentencias (también las relativas al procés) y cuyas resoluciones son de debida aplicación. La ley europea es la ley superior, por encima incluso de las propias constituciones nacionales.

¿Todo es bueno en Europa? No. El buenismo es el peor enemigo de la UE. La falta de autocrítica ha sido la autopista del antieuropeismo que campa a sus anchas en la extrema derecha. La UE no siempre la acierta, pero es de lejos el mejor proyecto de convivencia que se ha experimentado nunca en la Historia. Es el invento político más complejo y fabuloso que jamás hemos visto. Es un bordado delicado, con multiples hilos que necesita de manos expertas. No siempre los políticos están a la altura.Es más, llevamos unas décadas que son francamente mejorables. Pero miren la foto que acompaña este artículo y cuándo alguien les pregunte qué significa ser europe@, siempre pueden responder que significa ser como ella. Como Simone Veil. Simone Veil, superviviente del campo de exterminio de Auswich, ministra francesa que desde el centro-derecha dio luz verde a la ley del aborto en Francia y primera mujer en presidir el Parlamento Europeo. Simone Veil es el referente del europeismo y dijo esto: «los errores no se lamentan, se asumen; no se huye del miedo, se supera; del amor no habla, se prueba». Hoy son ventisiete los estados miembros de la UE, un club al que todos quieren pertenecer. Incluso los que reniegan de nuestros valores.

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