El desenlace del 14-F va a marcar un antes y un después en la estabilidad de la política española. La apuesta del PSC y del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, es propiciar un cambio en la relación de fuerzas para que el Procés descarrile definitivamente. El candidato socialista, Salvador Illa, aspira a concitar en los comicios el respaldo de los contrarios al Procés y propiciar un movimiento relevante en el tablero. La campaña electoral ha logrado esa polarización entre el PSC y el independentismo, un esquema un tanto atípico en la medida en la que el PSOE y los republicanos son aliados en el Congreso en Madrid.
El objetivo de los socialistas catalanes pasa por lograr que Illa quede el primero en número de escaños para justificar su presentación como candidato a la investidura. Lo que no hizo Inés Arrimadas cuando en las últimas autonómicas Ciutadans quedó en primer lugar en la carrera electoral. Los independentistas se han comprometido por escrito a no facilitar un Govern en el que se incluya al PSC. Un movimiento de alto riesgo para ERC, motivado por el temor a parecer como demasiado blanda, y que alimenta la estrategia rupturista de Puigdemont. Los republicanos pierden margen de maniobra y contradicen con esta apuesta su praxis negociadora en Madrid. Y, sobre todo, lo más desconcertante, favorecen la campaña de Illa y su empeño en aglutinar todo el voto contrario al Procés.
Si el soberanismo logra la mayoría absoluta, y ERC gana las elecciones, parece fuera de toda duda que Pere Aragonès hará un llamamiento a formar un Govern de concentración en favor del derecho a decidir que negocie una hoja de ruta con el Gobierno central que tenga como objetivo la consecución de un referéndum pactado y legal de autodeterminación. En este esquema, JxCat elevará el listón al exigir que en la mesa de diálogo esten presentes relatores que den fe de las conversaciones y de los acuerdos. Y exigirán también la negociación de la amnistía. Parece evidente que con estos mimbres maximalistas, este foro no tiene recorrido práctico a pesar de la voluntad del Ejecutivo central por encauzar la cuestión catalana, apaciguar los ánimos y cerrar las heridas con la solución de los indultos a los dirgentes presos.
El Govern de concentración soberanista no saldrá adelante porque CUP yPDeCAT se vetan mutuamente, con lo que Aragonès tendrá dos opciones: o repite una coalición con JxCat, o apuesta por un gobierno en minoría con los Comuns que necesitaría jugar a la geometría variable con otros grupos para sacar adelante sus políticas. Si JxCat se queda fuera del Govern, a ERC no le queda más remedio que jugar la baza del PSC como apoyo externo del Ejecutivo. Aragonès ha dicho que no aceptará los votos socialistas en su investidura, pero está por ver si en esa tesitura cumple su compromiso retórico. Porque podemos encontrarnos con un bloqueo que acarree una repetición electoral.
La campaña del 14-F ha sido una exhibición de simulación en la que tanto ERC como el PSC han intentado atraer a sus respectivas parroquias a determinados sectores. Los republicanos, para frenar la fuga hacia Puigdemont-Borràs de su segmento más radicalizado. Y los socialistas, al máximo número de electores desencantados de Ciutadans, que ha dejado de ser voto útil. Los republicanos y los socialistas están condenados a entenderse aunque a corto plazo aún no se den las condiciones.
La jornada de hoy será también el escenario de otras batallas. Pablo Iglesias necesita salir no debilitado en Catalunya para capitalizar la coalición con el PSOE. Un retroceso serio de los Comuns obligaría al vicepresidente a tensar más la cuerda en el Gobierno para no ver difuminado su perfil. Y Pablo Casado también juega su partido para frenar la previsible entrada de Vox en el Parlament. Si se produce un ‘sorpasso’ en la derecha, se agravaría el problema de implantación territorial en el PP.