Tiene calles dedicadas en toda España y su nombre le resulta familiar a casi todo el mundo, pero pocos sabrían decir con exactitud quién fue Concepción Arenal Ponte (1820-1893), la relegada activista social, visitadora de prisiones, licenciada en Derecho, periodista, escritora y precursora del feminismo. Nacida hace ahora 200 años (Ferrol, 31 de enero del 1820), pionera en la lucha por la igualdad, en vida se la apreció más fuera que en España. «Somos especialistas en olvidar a nuestros grandes personajes» lamenta su biógrafa, Anna Caballé, que la rescató del olvido con La caminante y su sombra, ganadora del Premio Nacional de Historia 2019.
Caballé constató la «flagrante y tremenda falta de información» sobre Arenal y descubrió a una mujer «de una vocación filosófica y con una necesidad enorme de aportar su grano de arena a la reforma de España». Adelantada a su tiempo, contribuyó al feminismo con dos tempranos ensayos como La mujer del porvenir y La mujer de su casa, en los que reivindicó idénticos derechos para hombres y mujeres. «Se partió el pecho y luchó por abrirse camino, por defender su vocación en contra de la moral de su tiempo», dice Caballé de una de las pensadoras «más rigurosas y activas» del siglo XIX, incansable luchadora por la reforma de las prisiones y que acuñó la recordada frase «odia el delito y compadece al delincuente».
Superdotada
Hija de un militar liberal, fue Arenal una niña curiosa y devoradora de todo tipo de libros. Superdotada, rompió un tabú y acudió a la Universidad –vedada entonces a la mujer– disfrazada de hombre, con pelo corto, levita, capa y sombrero de copa. Descubierta su identidad, el rector la autorizó, tras examinarla, a asistir a las clases de Derecho, que cursó entre 1842 y 1845. «Se anticipó a las sin sombrero», dice Caballé, evocando a las feministas rebeldes del 27.
Su acomodada situación económica le permitió satisfacer su vocación literaria y sus inquietudes sociales colaborando con las benéficas Conferencias de San Vicente de Paúl. De ahí surgió su Manual del visitador del pobre, donde aboga por una caridad sin condescendencia. Batalló con los prejuicios que culpaban a los indigentes de su miseria por vicio o desidia. «No hemos de tener el aire de un gran señor que consiente en descender de su esfera, ni del justo que tolera los defectos del pecador», escribe en un texto que se tradujo al inglés, francés, alemán, italiano y polaco.
Escribió luego Cartas a los delincuentes destinadas a los presos para que superaran su postración y su rebeldía. No abogó por la abolición de la pena de muerte, pero se opuso a las ejecuciones públicas y reclamó la mejora de las terribles condiciones de las cárceles. El criminalista Enoch Cobb Wines la invitó en 1877 a un congreso sobre prisiones en Estocolmo. Arenal no asistió, pero denunció por escrito la penosa situación de las cárceles en España, lo que le granjeó la inquina de la Administración.
Contra los prejuicios
Cuando el término feminista no se había acuñado, Concepción Arenal luchó contra el prejuicio de la presunta inferioridad intelectual femenina y denunció la discriminación educativa y laboral de niñas y mujeres: que se pudiera ser reina, y jefe del Estado, pero no funcionaria de cierto grado, o que la Iglesia venerara a mártires y santas pero negara el sacerdocio femenino. Cofundó 1872 la Constructora Benéfica, para ofrecer casas baratas y salubres a los obreros gracias al generoso donativo de un aristócrata emparentada con el rey Amadeo I de Saboya.
Concepción Arenal murió en Vigo el 4 de febrero de 1893, casi como una desconocida, sin honores y sin que nadie valorara un legado que ella tampoco defendió, convencida como estaba de que el silencio generaba el respeto como intelectual que buscaba.
«A la virtud, a una vida, a la ciencia», reza su epitafio.