El Gobierno central y el Govern de Catalunya se reunirán esta tarde en el Palau de la Generalitat en la segunda cita de la mesa de diálogo. Pedro Sánchez acudirá acompañado por cinco ministros, mientras que a Pere Aragonès solo le asistirán dos consellers. El president decidió ayer dejar a JxCat fuera del encuentro y abrió una crisis profunda en su Ejecutivo. Prescindió de sus socios después de que estos intentaran reventar el encuentro al proponer a los cuatro representantes de su partido, dos de ellos dirigentes indultados por el Gobierno, Jordi Turull y Jordi Sànchez. Los otros dos eran el vicepresident Jordi Puigneró y Míriam Nogueras, portavoz en el Congreso. Aragonès montó en cólera y acusó a sus socios de romper el acuerdo de que los miembros propuestos debían ser miembros del Govern.
Los de Puigdemont pensaban que el president daría su brazo a torcer y aceptaría la delegación que habían propuesto. Pero el jefe del Govern respondió a sus socios con otro órdago en plena reunión del Consell Executiu y dejó a los postconvergentes fuera de la mesa, un foro en el que nunca han creído, siempre han aceptado a regañadientes y han tratado de dinamitar.
Aragonès dio así su primer puñetazo en la mesa desde que es presidente (cien días), pero dejó el Govern herido, aún no se sabe si de gravedad o de muerte. Fuentes de su entorno no descartaban nada, ni crisis de gobierno, ni que la coalición salte por los aires.
El president priorizó la celebración de la mesa, su gran apuesta de la legislatura, a la cohesión del Govern, ya debilitada en las últimas semanas, primero por las discrepancias en torno al aeropuerto de El Prat y luego por las pitadas en la Diada.
La mesa, por tanto, tendrá tres patas y no cuatro, como estaba previsto. No solo nace coja, sino que apenas se le vislumbra recorrido. Habrá representantes del PSOE, de Unidas Podemos y de ERC. Faltará Junts. Por ello, la posición de Aragonès, que se jacta de haber conseguido sentar al Gobierno para hablar sobre la autodeterminación y la amnistía, será muy frágil. Salvo que Junts dé marcha atrás, la delegación catalana acude mutilada a la cita que debería sentar las bases de una negociación sobre la resolución del conflicto. ERC en solitario apenas representa al 25% de los diputados del Parlament.
ERC apuesta por la mesa y por mantener la estabilidad del Gobierno central, mientras que Junts defiende la unilateralidad y asegura que la vía de diálogo está muerta. La división se exhibió el sábado pasado con toda su crudeza, con los gritos de «traidor» proferidos por manifestantes contra Oriol Junqueras y Pere Aragonès en la Diada, que en ERC atribuyen al entorno de Junts.
Tras el ultimátum de Aragonès, Junts avisó que «no modificará» el listado de los miembros propuestos, y acusó al president de aceptar el veto del Gobierno central. Al cierre de esta edición, la delegación del Ejecutivo español tenía seis integrantes; y la del Govern, tres.
La presidenta del Parlament, Laura Borràs, acusó al presidente Sánchez de dividir al independentismo: «Nos tiene donde nos quiere: peleándonos por el quién y no por el qué», dijo en Twitter.
Republicanos y postconvergentes discreparon sin paños calientes durante todo el día. Aragonès habló de un pacto verbal para que la delegación fuera solo con integrantes del Govern, mientras que Junts lo negó y se remitió al acuerdo de investidura que dejaba la puerta abierta a que se incorporaran miembros ajenos al Ejecutivo. En lo que coincidieron es en negar la crisis de gobierno, al menos en público. Otra cosa es en privado. El Govern de Torra se rompió porque el president consideró que había perdido la confianza de sus socios. Este decorado regresó ayer al tablero catalán.