Alemania ha vuelto y quiere un ejército

Invertir en defensa parece la solución de todos los problemas de la UE. En realidad es la solución a un problema alemán. No va a servir -de momento- para frenar a Putin

16 marzo 2025 20:46 | Actualizado a 17 marzo 2025 07:00
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Frente a la ola trumpista, es urgente que Europa recupere la confianza en sí misma y ofrezca a sus ciudadanos y al mundo otro modelo de desarrollo. En esto están casi todos de acuerdo. La prosa lo aguanta todo. Luego está la letra pequeña que es un galimatías y donde todos dicen la suya y pocos se fijan en lo que dice el vecino. Y, por supuesto los que piensan que Europa vive por encima de sus posibilidades y debería apretarse el cinturón. La última versión de este discurso es que hay que recortar el gasto social para centrarse en la única prioridad que importa: la carrera con Donald Trump y Vladimir Putin por el gasto militar. Bueno, eso es música celestial para Alemania.

Solo hay que ver el gozo con el que el próximo canciller alemán Friederich Merz esboza su «Alemania ha vuelto». Un país, Alemania, que mostraba signos más que preocupantes de recesión, que hasta hace dos días hablaba de miles de despidos en sus industrias míticas y que de repente ha encontrado en la carrera armamentística un maná caído del cielo. Nada mejor que la industria de defensa para sacar a un país de la crisis.

Hay un detalle que apenas se menciona ahora, y es que en realidad Donald Trump algo de razón tiene. La reticencia alemana a incrementar el gasto militar ha sido una de las fuentes del disenso entre Washington y Berlín. La inversión alemana en defensa ha sido en las últimas décadas paupérrima. Normal. A la República Federal se le prohibió expresamente tener un ejército tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Y ya con la reunificación, se alargó una inercia que convenía a todo el mundo. Recuerdo cuando en 2014 un grupo de militares alemanes se presentó en unas maniobras conjuntas de la OTAN en Noruega armado con palos de madera, sus colegas del resto de ejércitos de la Alianza quedaron asombrados. Los soldados de la «Bundeswehr», como se conoce al ejército alemán, tomaban parte en unos ejercicios que debían servir como ensayo para la Fuerza de Reacción Rápida de la OTAN, formada entonces como respuesta a la intervención rusa en la crisis de Ucrania. Como no contaban con fusiles suficientes para todos, los palos, cubiertos de pintura negra, fueron la solución. El episodio ilustra el problema crónico de la disponibilidad de material de la Budeswehr. El ejército alemán se ha anquilosado en los últimos años y gran parte de sus equipos están obsoletos o mal mantenidos. Judy Dempsey, investigadora y del centro de análisis Strategic Europe, explica que la seguridad de Alemania «depende enormemente del paraguas de Estados Unidos, Francia y la OTAN». Aunque ya en 2017 Angela Merkel reconoció que «los tiempos en los que podíamos depender totalmente de otros se están acabando», nada indica que las capacidades de la «Bundeswehr» hayan mejorado recientemente. Hace poco salieron a la luz unos informes que afirmaban que «los submarinos no navegan y los tanques no disparan». Así pues la iniciativa de Ursula von der Leyen (como quien no quiere la cosa, antigua ministra de defensa alemana con Merkel) de acelerar e insuflar de euros la industria de defensa europea es también -y sobretodo- una inmejorable excusa para frenar la crisis económica alemana y construir una estrategia de defensa que ahora no existe. Alemania ha vuelto, sí, pero eso beneficia en gran medida a Alemania.

El problema es más complejo. En términos económicos, la realidad es que Europa tiene todos los medios para perseguir varios objetivos al mismo tiempo. En particular, lleva años manteniendo sólidos superávits en su balanza de pagos, mientras que Estados Unidos tiene un enorme déficit. Estos últimos gastan más en su territorio de lo que producen, mientras que Europa hace exactamente lo contrario y acumula su ahorro. En los últimos quince años, el superávit anual medio ha alcanzado el 2% del producto interior bruto (PIB) en Europa, algo no visto en más de un siglo. Y lo hace tanto en el sur de Europa como en Alemania y el norte de Europa, con niveles que a veces superan el 5% del PIB en algunos países. Por el contrario, Estados Unidos ha acumulado déficits promedio de alrededor del 4% de su PIB desde 2010. Lo cierto es que Europa tiene fundamentos económicos y financieros más saludables que los de Estados Unidos, tan saludables que el riesgo real ha sido durante mucho tiempo el de gastar menos de lo debido. En lugar de una cura de austeridad, Europa necesita sobre todo una cura de inversión si quiere evitar una muerte lenta, como acertadamente diagnosticó el informe Draghi. Pero debe hacerlo a su manera, a la europea, priorizando el bienestar humano y el desarrollo sostenible y centrándose en la infraestructura colectiva (formación, salud, transporte, energía, clima).

Europa ya ha superado a Estados Unidos en materia de salud, con una brecha de esperanza de vida que sigue ampliándose a su favor. Todo esto mientras se gasta apenas más del 10% del PIB en la salud del continente, mientras que Estados Unidos ronda el 18%, prueba, si alguna hiciera falta, de la ineficiencia del sector privado y las teorías de Elon Musk y sus acólitos de la fachoesfera.

Si fuera necesario, Europa también podría aumentar su gasto militar. Todavía es necesario aportar pruebas de esta necesidad. Gastar miles de millones de euros en el ámbito militar es una forma fácil de demostrar que se está haciendo algo para combatir la amenaza rusa, pero no hay pruebas de que sea la más eficaz. Los presupuestos europeos combinados ya superan con creces los presupuestos rusos. El verdadero desafío es gastar esas sumas juntos y, sobre todo, crear estructuras que permitan tomar decisiones colectivas para proteger eficazmente el territorio ucraniano. Para financiar la reconstrucción de ese país, también es hora de que Europa se apodere no sólo de los activos públicos rusos (300.000 millones de euros, de los cuales 210.000 millones en Europa), sino también de los activos privados, estimados en alrededor de 1 billón de euros, la mayoría de ellos en Europa, y de los que hasta ahora sólo se han confiscado unas migajas.

La pregunta esencial sigue en pie. ¿Por qué Europa, que está llena de ahorros y es de facto la primera potencia económica y financiera del mundo, no invierte más? Una explicación clásica es demográfica: frente al envejecimiento, los países europeos se preparan para su vejez acumulando toneladas de ahorros. Sin embargo, sería más útil gastar esas sumas en Europa para permitir que las generaciones más jóvenes planifiquen el futuro. Otra explicación es el nacionalismo: cada país europeo sospecha que su vecino quiere desperdiciar el producto de su trabajo y prefiere encerrarlo.

Alemania ha vuelto. De acuerdo, pero ¿qué significa eso? Tras la gestión de la austeridad impuesta a toda la UE de hace una década que dejó a millones de europeos más pobres y con peores servicios públicos, Alemania debe empezar a gastar sus euros a la vez que exige al resto de países de la UE que lo hagan también.Tiene que dar ejemplo. Trump estará loco, pero los locos dicen las verdades. Porque el problema alemán no es la falta de dinero sino de cómo lo gasta. Y si quiere defensa, debe pagársela. La propia von der Leyen lo decía en su época como ministra de defensa: «Hay una grave falta de planificación que llevará años corregir». Pues eso. Si Alemania quiere volver, si quiere un ejército a la altura de su poder económico que se rasque ella primero el bolsillo.

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