Tarragona, tierra de acogida: «Aquí hemos podido vivir mejor»
La provincia registra un nuevo repunte de la inmigración extranjera. El flujo con Marruecos se recupera y se disparan las llegadas desde Sudámerica
Entre la llegada de Lahcen desde Marruecos en 1999, para aspirar a una vida mejor, y las recientes de colombianos que huyen de la guerrilla que les amenaza, han pasado más de dos décadas. En ese tiempo la provincia ha sido tierra de acogida, como ya lo fue en los años 60 y 70. La frontera es difusa entre esa inmigración extranjera por motivos económicos y la que protagonizan los refugiados que huyen de la guerra pero también de la persecución política o de la delincuencia. Nuestras comarcas son históricamente lugar de cobijo y esperanza. Ucrania es quizás el ejemplo más llamativo, pero no el único. En el primer semestre de 2022, llegaron 1.717 ciudadanos a la provincia pero la cifra de colombianos se quedó cerca: 1.597. En 2022 se batieron registros de inmigración que no se lograban desde principios de siglo, previos a la crisis financiera de 2009, que hundió las llegadas y disparó la emigración. Ahora, al flujo constante de Marruecos se añade la situación convulsa en naciones sudamericanas. «Solo quiero poder ir tranquilo por la calle, sin miedo a que me roben», confiesan.
«Me siento español, marroquí y catalán»
Cuando Lahcen Boumakhtaf (54 años) vino había 6.000 marroquíes viviendo en la provincia. Hoy hay más de 42.000, así que fue en cierta forma un pionero y también testigo de esa inmigración masiva en la década de los 2000 que ha determinado nuestra demografía. «Yo vine en 1999 y viví todos los años de la bonanza económica y de la burbuja de la construcción. Aquí había más oportunidades que en mi país, que no estaba bien», explica.
Lahcen recuerda aquellos años de frenesí y bienestar para casi todos. «Vinieron muchas personas a trabajar a la construcción, pero también como temporeros, en el campo», explica él, que incluso llegó a combinar varios empleos simultáneamente; por las mañanas, por las tardes y hasta por las noches. «Si querías cambiar de trabajo, lo hacías, y casi al día siguiente empezabas en otro sitio. Había mucha facilidad para prosperar», rememora. Ha sido mediador intercultural, empleado en hotel, en el ámbito de la sanidad o traductor. Él llegó primero, luego vino su mujer y su hijo, entonces un niño de cuatro años y ahora un joven de 23. «Esto es una tierra de acogida y siempre será. Me siento catalán, español y marroquí, aquí he podido vivir mejor», se sincera.
De la abundancia a la crisis
Pero no todo ha sido un camino de rosas. Vino la crisis y Lahcen, como tantos otros, lo pasó mal. «Llegué a cobrar 2.400 euros al mes. Ahora gano 1.300 pero el alquiler me cuesta 600, 140 de préstamos, 100 de luz... incluso tengo que recurrir a amigos y pedir ayuda», reconoce él. «Muchos compatriotas se fueron al paro, se arruinaron, les embargaron las cuentas, les desahuciaron de casa, perdieron su hogar, y se acabaron marchando a otros países, emigraron de nuevo».
Las cifras son elocuentes. De 2000 a 2012 la población marroquí en las comarcas tarraconenses se septuplicó, al incrementarse de 6.083 a 41.440. A partir de ahí, con la crisis haciendo estragos en el mercado laboral, hubo un frenazo, al que le siguió incluso un descenso y la actual recuperación. Las llegadas se acercan a niveles prepandemia. «El flujo continúa, siempre habrá gente que siga viniendo porque aspiran a vivir un poco mejor», dice Lahcen, que es algo así como un primer contacto con el pueblo marroquí cuando llega aquí. Ayuda y asesora al recién llegado. Así lo ha hecho en los últimos años, por ejemplo, con los menas.
Lahcen se muestra agradecido a una tierra que siente como suya: «Es complicado, pero no me voy a ir de aquí. Ya no me veo en otro sitio, me gusta Catalunya, quiero seguir aquí, es mi lugar y donde deseo seguir luchando».
«En Tarragona me han acogido bien»
La capacidad de Tarragona como tierra de acogida tiene su principal exponente en la emergencia humanitaria desatada por la guerra de Ucrania. Elena Labivka es uno de los más de 2.000 ucranianos que en el último año han recalado en Tarragona huyendo de la guerra. Vino junto a su familia en marzo del año pasado, solo unos días después de que comenzara la invasión rusa y acaba de volver a su país, donde su marido se había quedado enrolado en el ejército. La estancia ha sido fugaz, porque acaba de regresar a Ucrania, pero ilustra muy bien el alivio de saberse lejos de las bombas y a salvo. «Aquí estamos bien, lo único es que yo extraño mucho a mi marido y a toda mi tierra en general», contaba Elena. «Aquí en Tarragona me han acogido muy bien. Estamos inmensamente agradecidos a los voluntarios que nos atienden. Para nosotros son imprescindibles».
El lazo con este lugar donde Elena y su familia –salieron siete personas y llegaron aquí tras un periplo de 15 días por más de nueve países– ha sido tan estrecho que incluso ha sido madre aquí. Llegó ya embarazada y en octubre dio a luz a Adelina, su tercer hijo. Vivieron alojados en un hotel de Salou.
En pocas semanas llegaron a la provincia tantos ucranianos como en los 17 años anteriores, si bien algunos han ido volviendo debido a las dificultades para encontrar trabajo o acceder a una vivienda. En el primer semestre de 2022 llegaron 1.717 personas, según el INE
«Emigrar me dio más fuerza para seguir»
«Luzmila vino a Tarragona para estar un año pero ya lleva 20 y no piensa volver. Tenía 37 cuando esta boliviana viajó a ver sus hermanos, aquí afincados. «Era técnico superior en laboratorio clínico. El gobierno nos dio viviendas pero hubo un cambio y tuvimos que comenzar a pagar y las condiciones ya no eran las mismas», cuenta, así que cambió de planes. Lo que en principio fue una estancia temporal se acabó convirtiendo en una residencia para toda la vida. En aquel 2002 solo había 55 bolivianos residentes en la provincia. Hoy hay casi 1.200 pero en 2008, antes de la Gran Crisis, se rozaron los 3.000.
Luzmila se sintió cómoda desde el principio pero tuvo que luchar, como todos, contra la adversidad: «Vine con dos niños pequeños. Comencé desde cero. A pesar de que en mi país tenía la categoría profesional, aquí tuve que trabajar de lo que fuera». Pese a todo, reconoce que aquella emigración «fue un cambio a mejor, me sentí siempre bien acogida y creo que salir de mí país me dio más fuerzas para salir adelante».
Aquí prosperó y echó raíces. Siguió formándose con cursos y desarrollándose en ámbitos de la sanidad, como la geriatría, la ginecología, la nutrición o la dietética. También impulsó la Asociación de Residentes Latinoamericanos en Tarragona (Arlet), una entidad que se encarga de ayudar a los recién llegados. «Ahora está llegando mucha gente de nuevo porque la situación en muchos países es convulsa», reconoce.
«En Perú íbamos con miedo»
«Allí tienes trabajo pero no te alcanza. Aquí podemos comer yogures y tomar leche. Amamos a Perú pero es la realidad», se sincera Santos Enríquez (60 años), un peruano que vino a Tarragona en 2005. Apenas había 600, hoy son el doble, y la cifra sube conforme la situación empeora. «Aquí estoy a gusto, hay una seguridad. En nuestro país vivimos asustados. Cobras y no sabes si al girar la esquina te pueden robar», cuenta. Vino con su mujer y sus dos hijos. Aquí tuvo un tercero.
Las llegadas desde ese país se han disparado exponencialmente. Miguel Ángel Pomier (49 años) y Roni Dexter (28) forman parte de esa nueva inmigración. Pomier llegó en 2022: «Tenía una empresa en España, donde había invertido mis ahorros, y decidí venir con mi familia. Tarragona es una ciudad muy bonita, me gusta el clima. En Perú desde hace al menos diez años hemos estado en problemas, pero últimamente todo se ha agudizado». El joven ha dejado atrás a toda su familia y ha recalado aquí con su novia para progresar: «He decidido empezar de cero, en una nueva ciudad, una nueva cultura. Tienes que aprender a trabajar de todo, de lo que salga, como cualquier inmigrante, y a buscarte la vida. Extraño mucho a mi familia, pero quiero estar tranquilo y seguro, ir por la calle sin temor a que te quiten el móvil».
«He salido de mi país con 62 años»
No es sencillo salir de tu país a los 62 años. Era la edad de Lucía Rodríguez, cuando dejó Cali, en Colombia, y vino a Tarragona. Lo hizo en febrero de 2020, solo un mes antes la pandemia. «Llevaba 32 años trabajando en una empresa pero no tenía esperanza de nada. No pude acceder a una vivienda y cada vez la situación era más complicada. Me atracaron y uno no puede andar tranquilo por la calle. Salía de trabajar a las diez de la noche y caminaba preocupada por quién podía ir detrás». Una amiga estaba aquí y le abrió las puertas.
No dudó en salir Lucía, que dejó atrás a toda su familia, incluyendo a su madre, de 94 años, a una hija y a su nieta: «Ella tiene allí su vida montada y no descarta venirse si la situación se complica, pero de momento prefiere quedarse. A mí me duele un poco tener que salir de mi país con esta edad pero lo hago por mi bien, para mejorar y para ayudar a mi familia que se ha quedado allí». Lucía consiguió trabajo un mes después de llegar. Estuvo cuidando a una mujer mayor hasta noviembre de 2022. Ahora está buscando empleo, como muchos de los colombianos que están llegando de forma masiva. Después de Ucrania, es el país con más inmigración a Tarragona en 2022. Una buena parte de ellos huyen de la violencia de las guerrillas y están solicitando protección internacional.