Tarragona: la Quinta de Sant Rafael agoniza
La residencia de los Puigs i Valls sigue abandonada sin un destino claro
Paredes llenas de humedad y mugre. Mosquiteras resquebrajadas. Porticones degradados por el paso del tiempo y la flagrante falta de cuidados. Restos de una hoguera. Una valla que debería impedir el acceso pero no impide nada al estar rota. Excrementos de animales. Grafitis. Ventanas abiertas a la intemperie. Así ‘resiste’ el exterior de la Quinta de Sant Rafael, un antaño espectacular edificio modernista propiedad de los hermanos Puig i Valls.
El interior permanece en un estado aún más deplorable. Así se deduce de unas imágenes de esta misma semana cedidas al ‘Diari’ por un lector y tomadas desde el exterior. El ‘Diari’ solicitó al Ayuntamiento poder entrar para tomar fotografías. El consistorio se negó y declinó argumentar su decisión.
La residencia ‘hermana’ de la Quinta de Sant Rafael, el Mas de l’Àngel o Mas dels Arcs, aún está peor. Yace en ruinas en las cercanías del Pont del Diable, como se explicó en la crónica pelacanyes publicada el pasado domingo 29 de mayo.
Los entornos de ambas residencias sí están cuidados. En la del Mas de l’Àngel se puede visitar el Parc Ecohistòric del Pont del Diable. La Quinta se ubica en pleno Parc de la Ciutat. La finca de los Puig i Valls ocupaba casi todo lo que es el actual parque. Sus límites eran, aproximadamente, la avenida Vidal i Barraquer, la avenida Roma y Ramón y Cajal, pero no llegaba a Pere Martell.
La Quinta de Sant Rafael fue construida en 1912 por Mariano Puig i Valls, político y empresario tarraconense, para que pudiera residir en ella su hermano Rafael, ingeniero de montes que promocionó la ecología entre los siglos XIX y XX y padecía arterioesclerosis. Ambos habían nacido en Tarragona. Rafael falleció en la misma ciudad en 1920 y Mariano en Barcelona en 1928.
Los hermanos también crearon un verdadero vergel. «Esta Quinta es asilo de pájaros, paraíso de flores y árboles, y tranquilo hogar de sus moradores», se leía en una placa en la residencia, que cumple 110 años de vida.
A lo largo de los años, la Quinta ha ido acumulando proyectos, casi todos ellos no realizados. En su día se intervino ligeramente en el edificio, tras un incendio provocado por dos adolescentes el 11 de septiembre de 2001, una fecha que ha pasado a la historia por los atentados en Nueva York y Washington.
El actual consistorio prevé destinar 800.000 euros a recuperar el entorno de la Quinta. El responsable del diseño del proyecto, el director de la Escola Tècnica Superior d’Arquitectura de la URV, Roger Miralles, explica al ‘Diari’ que un futuro proceso participativo decidirá el destino del edificio de la Quinta, aunque ya advierte que para un equipamiento público es pequeño. La Quinta tiene dos plantas de 130 metros cuadrados cada una.
«Hay que definir el uso del parque de modo conjunto con la Quinta y abrirlo a la ciudad. Debe darte la sensación de que estás en un entorno natural y no en un descampado. Ahora el entorno de la Quinta es un tanto inhóspito», sostiene Miralles.
El arquitecto apuesta por plantar árboles más cerca y que la Quinta recupere su perspectiva original. En su día, la finca estaba en las afueras de la ciudad. Ahora está rodeada de altos edificios que provocan la sensación de que está ‘hundida’ en una especie de patio interior de dichos bloques.
Pilar de la Peña y Puig, bisnieta de Mariano Puig i Valls, fue la última persona que residió en la Quinta. Recuerda para el ‘Diari’ que «estábamos muy separados del centro. Lo más cerca que teníamos era la plaza de toros. Después de la guerra, el jardín quedó un poco abandonado. Conservamos algunas cosas pero el esplendor fue decayendo. En los mejores momentos contábamos con tres o cuatro jardineros. Cuando nos fuimos, el edificio quedó en manos del Ayuntamiento». La familia permaneció en la Quinta hasta 1973.
Para Pilar, «querer recuperar el jardín es un error. Les costará horrores y no creo que lo consigan aunque tengan fotos de la época. El jardín no lo ha visto casi nadie, pero la casa sí. El edificio es lo queda en pie y lo que realmente vale la pena, pero que hagan lo que crean mejor».
Pilar lamenta que «la casa se ha ido deteriorando. La han abandonado. Todos los proyectos que se han puesto en marcha van para largo. A mi me gustaba el proyecto de Ballesteros. Estaba en consonancia con la idea de Mariano y Rafael». Se refiere a la propuesta del arquitecto Miquel Orellana de convertir la Quinta en un «centro de interpretación de la naturaleza». Fue una apuesta del alcalde socialista, Josep Fèlix Ballesteros.
Orellana planteaba, en marzo de 2011, habilitar en la planta baja dos salas de exposiciones, un espacio para conferencias y una biblioteca especializada en libros de naturaleza. En el piso superior, se instalarían los despachos y una sala de reuniones.
El proyecto quedó en el cajón. La concejal de Cultura i Medi Ambient de la época, Carme Crespo, recuerda que «el proyecto se aprobó pero no se adjudicaron las obras». Tenía un presupuesto de 753.000 euros.
Las propuestas de Miralles y Orellana son solo dos de las que ha ido acumulando la Quinta. Se ha propuesto convertirla en un museo de pinturas, la sede del Consorci de Normalització Lingüística de Tarragona, un centro de interpretación del modernismo, que albergase el mausoleo de Jaume I (actualmente en el ayuntamiento)... En suma, la Quinta es víctima de esa costumbre tan pelacanyes de proyectar y luego no hacer nada, como se explicó en otra crónica. La Quinta agoniza. Salvémosla ya. Menos hablar. Más actuar.
Para ver el proyecto frustrado de un barco del Misisipi en Tarragona