Tarragona debe acelerar sus energías renovables para cumplir con la COP28
Es una de las conclusiones de la cumbre de Dubái. Cautela y esperanza entre los expertos que valoran el encuentro
Tarragona necesitará sextuplicar su generación de energía renovable para cumplir con los acuerdos de la COP28, la cumbre del clima de Dubái. Una de las conclusiones pide «transicionar hacia el abandono de los combustibles fósiles» en los sistemas energéticos «de forma justa, ordenada y equitativa» y «acelerando la acción en esta década» para alcanzar cero emisiones netas a nivel mundial en 2050. Es un cálculo de una situación ficticia en la que la provincia fuera autosuficiente y se abasteciera con sus propios recursos, pero ilustra bien el magno reto que hay por delante.
A los actuales 2.595.043 MWh habría que añadir 13.192.375 MWh más para alcanzar los 15.787.418 MWh. Esa sería la demanda estimada para 2050 en el Camp y el Ebre.
Es una estimación a partir de las proyecciones del Proencat 2050, el principal documento que orienta la transición de Catalunya hacia la neutralidad climática del sistema energético.
Actualmente, más de tres cuartas partes de la demanda eléctrica de Catalunya continúa cubierta por los combustibles fósiles y nucleares. Y también en esa aportación tienen mucho que decir las comarcas tarraconenses, decisivas para el sistema. En el primer semestre de 2023, Catalunya ha cubierto el 54,4% de la demanda eléctrica a través de los dos reactores nucleares de Ascó y el de Vandellòs-2, las centrales ubicadas en la Ribera d’Ebre y en el Baix Camp. Los recursos energéticos fósiles –gas quemado en los ciclos combinados y la cogeneración– han cubierto el 21,5%. Son porcentajes muy superiores al 7% de la aportación de la tecnología eólica y a lo que genera la solar fotovoltaica, que no llega al 1%.
La premura, pues, es máxima, porque la cuenta atrás ha empezado: Ascó I cerrará en octubre de 2030, Ascó II en septiembre de 2032 y Vandellòs II en febrero de 2035; esas clausuras sacarán de la ecuación la aportación de la nuclear al sistema y obligarán a tener alternativas. Aunque las conclusiones de la COP28 son muy tibias en cuanto a la nuclear, el consenso en Catalunya y España es cerrar las centrales.
La COP28 establece también «triplicar la capacidad mundial de energías renovables» y «duplicar» las mejoras en eficiencia energética a nivel mundial de aquí a 2030.
Susana Borràs, profesora de derecho internacional público y relaciones internacionales en la URV e investigadora del Centre d’Estudis de Dret Ambiental de Tarragona (CEDAT), ha sido testigo de excepción en Dubái. Borràs, experta en temas como migración y refugio climático o en justicia ecosocial, ha participado en mesas redondas, charlas y debates, de la mano de un grupo internacional de mujeres de Naciones Unidas.
«Sensaciones contradictorias»
«Las sensaciones son contradictorias. Por un lado hemos tenido una sensación positiva porque un acuerdo entre los estados por la transición nos aleja de los combustibles fósiles, pero no han estado a la altura de la urgencia que requiere la emergencia climática, que es atender el reclamo de la ciencia y la sociedad civil», apunta.
Borràs cree que «el documento resultante de la cumbre es histórico porque por primera vez se explicita el abandono de los combustibles fósiles, pero no es suficiente, no se desgrana la eliminación gradual de su producción, tal y como pedía la UE. Plantea una reducción genérica pero no establece un cronograma fijo».
Borràs, desde su participación, ha experimentado «cómo se puede incidir en grandes decisiones, aprovechando nuestro margen para que se oiga nuestra voz». «Han sido negociaciones tensas, de muchas horas para llegar a acuerdos», afirma. También resalta que «se abre la puerta a mantener la energía nuclear» y «ese anuncio de transición puede tener un efecto contraproducente en el abandono, de forma que a nivel internacional quizás no se expanda pero sí se apueste más por mantener lo que tenemos». Borràs confía en que los pactos se materialicen: «Ahora los estados tienen que poner en práctica lo acordado. No hacer nada sería un grave error».
Esta misma valoración es la que realiza Juanjo Martín, director de la Unitat de Desenvolupament Corporatiu de Eurecat y coordinador del Centre en Resiliència Climàtica, que viajó a Dubái en calidad de Observador. «Ha habido un avance importante porque es el inicio del final de los combustibles fósiles. Sin embargo, no existe un órgano supremo que fiscalice y obligue a cumplir los acuerdos», sostiene. En cuanto a las negociaciones, resalta que fue justamente la Unión Europea la que se plantó tras el primer borrador, que no contemplaba los combustibles fósiles. «Se postuló muy claro. Dijo que era inaceptable».
Juanjo Martín también hace hincapié en la complejidad y los equilibrios de las negociaciones y destaca que «esta década va a ser decisiva. Animan a triplicar la inversión en energías renovables de aquí a 2030. Es tremendo. Se está progresando, pero es necesario mucho más esfuerzo porque la ventana de oportunidad se nos cierra». Y en este esfuerzo, Martín pone el acento en la tecnología para ayudar a cumplir los objetivos, «para la eficiencia energética es imprescindible». En cuanto al CO2, resalta que si bien los países avanzados han reducido sus emisiones, los que están en vías de desarrollo necesitan crecer y esto muchas veces quiere decir emitir más CO2. «La situación es compleja, se tiene que cambiar el estilo de vida». Sin embargo, es positivo. «No olvidemos que la voluntad de todos es lo que hace avanzar».
También Juan Antonio Duro, catedrático del Departamento de economía en la URV, realiza un análisis con prudencia. «Es cierto que hay un avance semántico y motivacional porque es la primera vez que se ha dicho que nos encaminamos al fin de la utilización de los combustibles fósiles. Además, se ha llegado al compromiso de triplicar los gigavatios mundiales dedicados a renovables en tan solo una década y esto quiere decir un esfuerzo histórico que nunca se ha hecho», señala. No obstante, recuerda que «hasta ahora el mundo no está acelerando en la medida necesaria ni las renovables, ni el menor uso de los combustibles fósiles ni las menores emisiones de CO2. «Por tanto, está por ver cómo se cumplen los compromisos. El contexto es enormemente desafiante por no haber hecho el trabajo antes porque la ventana para intentar evitar que el ascenso de temperatura sea superior al 1,5ºC se está cerrando. Los últimos informes nos dicen que nos quedan siete años para hacer las cosas. Por tanto, se tiene que ir reduciendo y se tiene que hacer ahora», resalta.
En este sentido, Duro cree que «la única manera de reducir CO2 a nivel global y que sea sostenible es que los países ricos, contando a China e India, lo rebajen de manera significativa para permitir que los subdesarrollados que están creciendo puedan tener cierto margen» porque el CO2 «está muy mal distribuido. Por esto la eficiencia energética y las renovables son centrales, pero implicará esfuerzos muy importantes».
Por su parte, Emilio Palomares, director del Institut Català d’Investigació Química (ICIQ) y profesor ICREA, coincide en los aspectos positivos, «en esa transición energética y en aumentar las ayudas a los países en vías de desarrollo, pero como parte negativa del documento, es que nos hubiera gustado que todo fuera mucho más rápido y que hubiera un compromiso mayor por parte de aquellos países que realmente viven del petróleo y del gas». El director del ICIQ incide también en los conocimientos y la investigación, en la «tecnología» para llegar a los compromisos adquiridos y en relación con el CO2, por ejemplo, apunta que a corto plazo solo se puede «almacenar hasta esperar a tener tecnología madura para hacer un uso funcional de este gas».
Por lo que respecta a las nucleares, Palomares explica que «son necesarias hasta que no se resuelva el tema del almacenamiento de la energía renovable. Es decir, los molinos de viento funcionan cuando hay viento; las placas solares funcionan cuando hay sol, pero el exceso de la energía o cuando no hay ni viento ni sol, se tiene que poder trabajar» ¿El problema? «Todo el mundo lo sabe. Las nucleares se hacen viejas y entonces tienen un riesgo y por otro lado, su materia prima es el uranio», que se encuentra en países en situaciones complicadas. Sin embargo, «hasta que no se tenga una alternativa, serán necesarias y aquí es donde entra el hidrógeno, que puede ser una forma química de almacenar energías».
En general Palomares, más que hablar de una transición energética, defiende que «estamos ante un cambio de modelo económico. España está haciéndolo bien, aunque no a la velocidad que toca. Y en Catalunya, desgraciadamente, hace muchos años que vamos tarde». En cuanto a las fechas, en 2030 «se tendrá que ver hasta qué punto las empresas y los países han hecho suficiente en el camino hacia esta descarbonización o electrificación. Servirá para ver si estamos haciendo los deberes». Y en esta descarbonización, pone el foco, entre otras muchas cosas, en las plantas de residuos porque «tienen un papel fundamental. Uno de los problemas que tenemos que resolver es qué hacemos con toda la basura que producimos. Y no puede ser que la quememos porque esto generará más dióxido de carbono».
Ecologistes en Acció
‘Malas noticias para el territorio’
«Se trata de un acuerdo bastante negativo para nuestro territorio porque implica continuar con el mismo modelo que ya conocemos». Es la valoración de Víctor Álvarez, presidente del grupo local de Tarragona y Terres de l’Ebre de Ecologistes en Acció. Si bien Álvarez ve como un paso adelante reducir el consumo de energías no renovables, matiza que «se expresa esta voluntad pero no se llevan a cabo medidas encaminadas a conseguirlo». Mientras, por lo que respecta a la reducción de emisiones de CO2, Álvarez considera que «almacenarlo es una falsa solución. Es decir, justamente en Tarragona se publicó que Repsol quiere explorar para almacenar CO2 delante de la costa. Pero con ello no estamos reduciendo el CO2, sino que lo estamos cambiando de lugar y si el día de mañana hay algún movimiento del subsuelo terrestre, el CO2 puede ser liberado».
Finalmente, «la opción de las nucleares también nos afecta. Es cierto que en el momento de producción de la energía no emite CO2. Sin embargo, sí emite una gran cantidad cuando se construye esta industria. Después, el residuo nuclear que queda no tiene gestión y esconderlo bajo tierra tampoco es la solución».