Santiago Posteguillo: «Espartaco cambió la historia de Julio César y la del mundo»
El escritor triunfa en la presentación de su libro ‘Maldita Roma’ en Tarraco Viva, donde cautiva a más de doscientas personas
Santiago Posteguillo ha vuelto a Tarraco Viva. Regresó ayer para presentar a su Julio César, un personaje del que ya se atisban muchos de los rasgos que nos han llegado hasta la actualidad y que es el protagonista de una saga de seis libros. Va por el segundo, titulado Maldita Roma (Ediciones B/Rosa dels Vents), del cual habló en el Port de Tarragona, en el refugio 1. Sin apuntes y con pausas medidas al milímetro encandiló a un auditorio de más de 200 personas con su apasionante charla. Tras la conferencia, los congregados hicieron una larga cola para conseguir un autógrafo.
Ya se empieza a vislumbrar el Julio César que nos ha llegado.
Sí, en efecto. Pero aun así, Maldita Roma está escrita contando lo desconocido de lo conocido y con ello me refiero a que si bien se conoce de César que fue senador, que conquistó la Galia o que tuvo una relación con Cleopatra, se desconoce cómo llegó a ser senador, cómo llegó a conocer a Cleopatra o que su plan militar inicial, cuando ya era procónsul en el 58, no era atacar la Galia, sino cruzar el Danubio.
Este año Tarraco Viva habla del Mediterráneo. ¿Cómo fue de importante para César?
Fue importante para él y para toda Roma. En la Antigüedad se produjo el proceso mediante el cual el mar Mediterráneo pasó de ser ese mar internum al Mare nostrum. Nuevamente lo desconocido de lo conocido. Cuando pensamos en la expansión de Roma, normalmente la imagen que se nos viene a la cabeza es una expansión terrestre, esos mapas en los que se aprecia cómo se extiende el dominio romano, con la península itálica, el sur de Francia, Sicilia y parte de la península ibérica, pero nunca pensamos en el mar y la expansión por el mar fue muy importante porque el hecho de controlar el Mediterráneo de forma efectiva lo transformó en una gran ruta comercial.
¿A priori eran buenos en el mar?
A priori no lo fueron, aunque esto cambió tras las guerras púnicas, cuando se vieron obligados a luchar en el mar y pudieron copiar parte de las técnicas de navegación púnicas, cartaginesas y también construir barcos similares a los cartagineses. Los romanos siempre aprendían a reproducir estrategias o técnicas de otros pueblos que conquistaban y en el momento en que estamos, en el siglo I a.C., tenían la capacidad de ser muy buenos en el mar. Pero digamos que no se habían puesto a la tarea. Tenían el conocimiento, el know-how, que se dice en inglés, y finalmente se pusieron a la tarea en el año 68 a. C., con la misión que le dieron a Pompeyo contra los piratas.
Julio César cruzó el mar lleno de piratas para aprender oratoria.
Hacía de la necesidad virtud y aunque sabía que tenía que estar exiliado y podía irse a un lugar tranquilo, escogió seguir formándose, así que se fue a la isla de Rodas donde estaba el maestro Apolonio que, entre otros, había formado a Cicerón. César se preguntaba si podría volver a Roma y llegó a la conclusión de que probablemente no, pero que igualmente trabajaría por si fuera posible. Es aquello de prepararse por si tienes una oportunidad. Una máxima latina sobre la suerte decía que lo que unos llaman suerte no es otra cosa sino la confluencia de la preparación con la oportunidad. Eso es muy cierto. Es decir, tú te tienes que formar, aunque eso no es garantía de que luego tengas éxito o lo que llaman suerte, pero cuando te surge la oportunidad, si no estás preparado, esa coyuntura no podrás aprovecharla. Entonces, en ese sentido, César cumplía esa máxima.
¿Dónde ha quedado la oratoria?
Más que dónde ha quedado, me gusta mostrar lo que había en el pasado. Entonces, en la antigua política romana sí que existía mucha más violencia y en eso quiero pensar que hemos mejorado, a pesar de que cuando se escarba un poco puede pasar cualquier cosa. Pero sí que es verdad que en aquel momento, en el Senado romano se respiraba un nivel cultural importante. Era impensable que un senador romano no fuera alguien culto, que leyera y probablemente no solo en latín, sino en griego también, que acudiera a obras de teatro, que cultivara sus conocimientos de filosofía, de literatura y que se esforzara en hablar bien. Eso sí que es algo de lo que creo que todos podemos aprender.
No parece que los políticos actuales estén por la labor.
Quizás actualmente se vive en una contradicción constante porque fíjate que se dice que lo importante es comunicar bien y yo pregunto ¿qué es comunicar bien? No es solo hacer unas imágenes interesantes, atractivas, que también, por supuesto, sino hablar bien, utilizar bien el lenguaje, me da igual que sea en un tuit de 150 caracteres, comentarios en Instagram o en cualquier otra red social. Incluso cuando se graban vídeos, evidentemente, funcionará siempre mejor aquel que tenga mejor oratoria. Pero luego, vas al sistema educativo y ¿hay alguna clase de oratoria en nuestro sistema educativo? No hay nada, es un vacío. Entonces, se dice una cosa, pero realmente se fomenta la contraria.
También resaltaban los pactos políticos, que actualmente parecen muy difíciles.
Se pueden establecer muchísimos paralelismos con la actualidad. Aunque en el terreno personal César tuviera que hacer algunos sacrificios, hacía pactos dentro de unos límites con respecto a sus principios políticos. Es decir, estaba dispuesto a sacrificarse en lo personal, como en el caso económico, de pagar de su bolsillo algunas obras, pero lo que no estaba dispuesto era a vender sus principios. Eso no. Entonces, eran unos pactos con líneas rojas. Y, por otro lado, ya que estamos con estas interconexiones también vemos cómo las cuestiones judiciales constantemente se cruzaban con las políticas en la Antigua Roma.
Como ahora.
Ahí lo dejo. Algunas cosas parecen a veces sorprendentes, como los conflictos entre distintas cámaras. Por ejemplo, hay uno muy claro entre la Asamblea del pueblo y el Senado cuando César tuvo que sacar adelante una ley que no podía aprobar en el Senado y la llevó a la Asamblea del pueblo. En un mundo tan polarizado como el actual nos falta reflexión y respeto, ya que perdemos la opción de pensar que el de enfrente, aunque no esté de acuerdo con nosotros, puede tener, en alguna ocasión, algo de razón. Me gusta mostrar la política de hace 2.000 años porque creo que esto lo puede observar un lector actual, de una ideología o de la opuesta con una cierta distancia. Porque nadie, que yo sepa, en España se levanta diciendo soy cesarista, soy pompeyano o soy de Craso. La gente no lo vive con las entrañas, por lo que puede ver cómo se manejaban estos personajes y juzgar si le parecen bien sus maniobras, sus pactos o no y a lo mejor, de ahí, extraer conclusiones hacia el presente.
En este juego, Cicerón era un tanto turbio.
Cicerón, como casi todos los grandes personajes de esta época, tenía muchas caras. Incuestionablemente era un gran orador con sus famosos discursos, sobre todo el del 8 de noviembre del año 63 arremetiendo contra Catilina y el del 5 de diciembre del mismo año en la que pidió la pena de muerte. Son discursos muy potentes, pero de alguna forma también era una persona muy interesada políticamente. Estaba alineado con la facción más ultraconservadora de los senadores oligarcas que no querían ceder poder ni tierras y en ese sentido, estaba bastante dispuesto a hacer cualquier cosa para evitar el ascenso de César.
¿César siempre se identificó con el pueblo?
Sí. Él se identificaba con el pueblo y por eso el pueblo lo querrá tanto. Otra cosa es que luego sus formas de gobierno fueran derivando hacia una autocracia, pero era una autocracia donde él, hasta el día en que lo mataron, nunca se olvidaría de beneficiar a la mayoría del pueblo. Eso lo tenía a gala. ¿Qué habría pasado si se hubiera dilatado más su poder en el tiempo? ¿Se habría olvidado de sus compromisos con el pueblo? No lo podemos saber porque es política ficción.
Como mínimo, cumplía lo que prometía en campaña.
Eso me parece apasionante, que ganara las elecciones cumpliendo lo que prometía y que luego el pueblo se lo premiara. Es decir, cumplía y la gente tenía criterio y le votaba. Entonces, son elementos para la reflexión. Hace mucha gracia también cuando a los senadores opositores a él, lo único que se les ocurría era intentar comprarlo, pagarle dinero para que no se presentara. Todo menos pensar en presentarse con un programa que fuera interesante para cumplirlo. Esa opción no se les pasaba por la cabeza.
¿Espartaco es, sobre todo, Craso y mucho menos Julio César?
Es Craso y también César en la medida en que estuvo bajo su mando en la campaña contra Espartaco. Lo que ocurre es que en varias versiones del relato cinematográfico no se ha hecho hincapié en esa conexión. Si pensamos en la gran película de Kubrick, con el guionista Dalton Trumbo, César no aparece de forma activa en la campaña. Yo quería mostrar esa implicación de César y cómo Espartaco influyó en su vida política porque es por él que César pudo regresar a Roma, lo que es una carambola de la historia. Se rebeló un gladiador y esa rebelión hizo que un Julio César exiliado pudiera retornar y cambiar la historia del mundo. Finalmente, me interesaba mostrar que tanto el inicio de la rebelión como el desenlace según las fuentes clásicas es distinto al que tenemos en las películas. Eso me parecía que era una forma de añadirle a mi relato de Espartaco algo original, complementario a lo que ya se conoce.