El lino de Tarraco, el mejor del Imperio gracias a las puras aguas del antiguo Francolí
Libre de piratas, el Mare Nostrum era una gran ruta comercial en la antigua Roma por la que viajaban miles de productos en enormes mercantes. ‘Comerciante en Tarraco’ se adentra en la antigua ciudad y en sus negocios
Granadas, higos y garum de Cartago; ciruelas de Damasco; membrillo de Creta; pescado kilómetro cero; especias de Asia; papiros de Egipto... El Mediterráneo, libre de piratas gracias a la campaña de Pompeyo, era una gran ruta comercial en tiempos de la antigua Roma, surcado por enormes mercantes que atracaban en importantes infraestructuras portuarias. Todo ello se explicó en Comerciante en Tarraco, una de las actividades propuestas en el festival Tarraco Viva, en colaboración con Mercats de Tarragona, de la mano de Anna Catà, de Auriga Serveis Culturals.
El itinerario arrancó en el Fórum de la Colonia, centro neurálgico de la vida religiosa, política, judicial y del comercio y que en aquel momento estaba ocupado por una basílica –nada que ver con una iglesia actual–, un suntuoso edificio público donde se celebraban los juicios y también se cerraban los grandes negocios. «Estamos en construcción de una gran ciudad, por lo que algunos de los productos que llegaban eran mármol de Carrara, a través de Grecia; esclavos; leones para los juegos o cerámica para los grandes banquetes, procedente de la Galia, de Italia o del norte de África», explicaba Anna Catà. Una de las partes de esa basílica daba paso a la plaza del fórum, en el exterior, con sus tiendas y tabernas. Sin embargo, la gentrificación ya la inventaron los romanos de tal manera que el erudito y escritor latino Varró apuntaba que «la dignidad de la plaza del fórum fue aumentando cuando las tiendas de los banqueros sustituyeron a las carnicerías». Entre tanta elegancia desentonaban los animales muertos y despiezados. Así las cosas, las tiendas de alimentación fueron expulsadas de la zona, aunque no mucho más lejos. Y es que el mercado actual está situado, metro arriba, metro abajo, en el mismo lugar que el de los antiguos romanos.
Por ello, del fórum el grupo se dirigió al macellum o mercado. «Era un edificio cuadrado y cerrado, exactamente igual que 2.000 años después», destacó la educadora patrimonial. Un lugar que abastecía de productos a la población para evitar rebeliones, con unas medidas establecidas para evitar trampas. «Los magistrados controlaban las medidas» y, en cuanto a los precios, «el emperador Diocleciano en el año 301 promulgó un edicto» que fijaba los precios máximos para más de 1.300 productos, «entre ellos los huevos o los conejos», por poner solo un ejemplo. «Las inflacciones podían llegar al 1.000%», resaltó Catà. Ríanse ustedes de las nuestras.
Desde el Mercat Central, los participantes viajaron por el Mare Nostrum en busca de esos productos que navegaban por sus aguas, unos más exquisitos que otros. Entre los más refinados, la fruta fresca, que llegó a tener la consideración de lujo. «Se relacionaba con las divinidades e incluso con los banquetes».
Otra de las distinciones era vestir el lino de Tarraco. «Era famoso gracias a la pureza del río Tulcis», comentó Catà. Tulcis o, lo que es lo mismo, el Francolí tan distinto al que hoy en día conocemos...