El Braç se abre paso bajo una lluvia de oro y un océano de gente
Ni un centímetro libre. Una multitud compacta abarrotó el Pla de la Seu y la propia Catedral para ver llegar a la reliquia de Santa Tecla, momento culminante de la fiesta
¿Cuántas personas caben en un metro cuadrado? En las manifestaciones se suelen contar tres; mientras que cuando se trata de multitudes se habla de entre seis y siete.
En estas estaba esta servidora, calculando que la superficie de Pla de la Seu, unos 860m2, que multiplicada por siete daba 6.020 personas... Cuando cayó en cuenta de lo obvio: los cálculos no sirven cuando los metros que se calculan son los del empedrado de esta plaza un día de Santa Tecla.
Una mujer (presumiblemente Argentina) que se ve que acudía por primera vez a ver la procesión del Braç de Santa Tecla exclamaba, entre extasiada y agobiada: «esto es un quilombo de gente. Están todos locos».
Y sí, un poco de locura seguro que había para empeñarse en apretarse cuerpo con cuerpo entre tanto desconocido. El motivo era presenciar en primera fila el que es, probablemente, el momento más emocionante de las fiestas: la llegada de la reliquia del Braç de Santa Tecla.
Marta, originaria de Colombia, le explicaba a Gladys, una prima que ha llegado a Tarragona este año que, efectivamente, se trata solo de un brazo de la santa. Se lo contaba porque reconocía que la primera vez que vio la procesión se quedó esperando a que pasara «una santa entera».
En busca del mejor sitio
Nuria Constantí, tarraconense, hija de tarraconenses, y vecina de la Part Alta, se acomodaba junto a su madre, Maria Rosa, en una de las sillas de madera que había dispuestas en la Catedral. Decía que la entrada del Braç es de esas cosas que el que se considera tarraconense tiene que ver al menos una vez en la vida. A su lado, Rosa Bigorra, también de la Part Alta, quien recordaba haber jugado al escondite entre las capillas de la basílica estaba de acuerdo. Las dos coincidían en que el mejor sitio para verlo todo era bajo el parteluz con la escultura de la virgen María que está entre las dos puertas de la iglesia. «Solo una vez lo conseguí», recordaba la primera.
La conversación venía a cuento porque la reliquia salió de la Catedral para procesionar hacia las ocho de la tarde y a partir de ese momento la lucha por encontrar sitio, tanto en la plaza como en la propia Catedral, se hizo encarnizada. Un sacerdote, preocupado, se empeñaba en pedir a la gente que no se quedara en la entrada, pero no se sabe en qué momento desapareció engullido por la multitud.
Un año más: el milagro
Las distancias comenzaron a ser impropias de quien está dentro de una iglesia, así que era imposible abstraerse de las conversaciones ajenas. Así conocimos a Laia, que le narraba a César en inglés todo lo que estaba pasando. Al final nos vencía la curiosidad y les preguntábamos por su procedencia. Ella es tarraconense y ahora vive fuera y le había traído a él, que es de Jordania, a ver las fiestas. Al chico le costaba decidirse sobre qué le había gustado más de Santa Tecla hasta que finalmente respondía que los Castells.
Entre tanta incomodidad hubo alguna discusión y también algún empujón más fuerte de la cuenta, pero fue llegar el brazo y obrarse, literalmente, el milagro. La reliquia de la santa, que llegó a Tarragona el 17 de mayo de 1321 (hace ahora 703 años), procedente de Armenia, consiguió que todo el mundo aplaudiera olvidándose de las esperas y el apelotonamiento. Cayó también alguna lagrimita.
Los miembros del Seguici, en un esfuerzo casi heroico (el cansancio se vislumbraba en sus caras) se lucieron todos en presencia de la reliquia. Los bailes, sin apenas espacio, consiguieron mantener el equilibrio y las collas castelleras levantaron sus pilars.
Una lluvia de papelillos dorados y las salvas de la pirotecnia Poleggi de Canepina (Italia) coronaron la escena. César sonreía de oreja a oreja y la reliquia regresó a la tranquilidad de su capilla.