¿Quien cuidará de una sociedad sobreenvejecida?

El número de personas centenarias casi se duplica en ocho años, pero la forma de cuidarlas todavía no parece una prioridad

Desde que el Institut Català d’Estadística comenzó a publicar la categoría de ‘100 o más años’ en su desglose por edades de las personas empadronadas en un municipio, allá en 2014, la cifra ha crecido cada año, a excepción de 2020 (previsiblemente por los estragos de la pandemia). En 2021, el último dato disponible, en la ciudad vivían 45 personas de 100 o más años.

Este aumento constante es consecuencia del incremento de la esperanza de vida y de la llegada a edades avanzadas de generaciones cada vez más numerosas.

Los centenarios son apenas la anécdota, la punta del iceberg. Montserrat Soronellas, profesora Titular de Antropología Social de la URV, señala que a partir de los 85 años se comienza a hablar de ‘sobreenvejecimiento’.

Se trata de un fenómeno que va a acarrear infinidad de retos, desde cómo pagar las pensiones a cómo hacer accesibles todos los espacios y la información. Pero el reto ineludible, y del que probablemente menos se habla, es: ¿Quién, cómo y dónde cuidaremos a estas personas?

Soronellas, que pertenece a un equipo de investigación sobre la organización del cuidado, habla directamente de una ‘crisis de los cuidados’ que mortifica a las familias pero de la que apenas se habla a nivel público.

Explica la antropóloga que como sociedad hemos comenzado a abordar el cuidado de los niños y además están surgiendo nuevas masculinidades, «para los hombres cuidar de los hijos tiene un poco más de prestigio, pero no ha sucedido lo mismo con los mayores».

El ‘mosaico de los cuidados’

Cualquiera que esté pasando por ello bien podría llamarlo ‘encaje de bolillos’, pero en antropología lo han bautizado como ‘mosaicos de cuidado’, un sistema complejo en el que entran muchos agentes a cuidar: lo público, el mercado, la familia y la comunidad.

En cuanto a lo público, apunta que la Ley de Dependencia prometía un sistema que daba derecho a cuidar y a ser cuidados, pero en la práctica no se han puesto los recursos económicos necesarios. «Tenemos un estado del bienestar débil que no se lo toma como una prioridad».

Así, pues, el peso sigue recayendo sobre las familias, y muy en particular sobre las mujeres; un desequilibrio de género que, explica, sigue vigente hoy, según corroboran los estudios.

Se trata de grandes brechas de género, pero también económicas. La familia que tiene recursos contrata a cuidadores externos, mayoritariamente mujeres y mayoritariamente por sueldos precarios.

Pasa entre quienes trabajan sin contrato, en especial mujeres inmigrantes, pero también en las que están empleadas en empresas regularizadas. «Alimentamos el precariado», sentencia Soronellas. Recuerda que en una encuesta de hace dos años a trabajadoras de servicios de atención a domicilio ninguna llegaba a los mil euros haciendo la jornada completa. Además, con frecuencia la dificultad de ir de punta a punta de la ciudad les impedía acceder a ese tipo de jornada.

A esto hay que sumar que «la pandemia ha reforzado el modelo de cuidado en el hogar como el que tiene más prestigio: todos queremos estar tranquilos cuidados por personas próximas».

En muchos casos las familias solo ‘claudican’ en favor de la residencia cuando es un médico quien les explica que aquella persona con demencia, por ejemplo, no podrá ser atendida en casa.

La residencia termina siendo «el último recurso porque las residencias no son lo que tienen que ser. El sistema es avaro con los recursos que pone en ellas y las ratios de cuidadores son bajas. Esto ha quedado claro con la pandemia y no ha mejorado».

Finalmente está el cuidado comunitario, también débil, como aquella vecina que se queda un rato con aquella señora mayor entre horas.

La distribución de los cuidados, resume, «es una gran injusticia social» que no se resolverá sin un sistema público mejor dotado y una mejor distribución de estos trabajos con los hombres.

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