Pasión por contar historias en la gran pantalla
David Aymerich. Cineasta. Su ópera prima ‘El dulce sabor del limón’
A sus 28 años, David Aymerich tiene motivos para estar eufórico; el cortometraje Solo, del director Alberto Gross Molo en el que él ha participado como productor, es uno de los 11 candidatos que, entre más de 60 propuestas, lucharán por la nominación a los XV Premis Gaudí de la Acadèmia del Cinema Català. Podría ser un motivo para presumir. Pero él no lo hará; quien le conoce sabe que es un joven discreto poco dado a cualquier tipo de exceso, sobre todo a la hora de externalizar sus emociones, lo que contrasta con esa pasión con la que afronta su trabajo y su vida y que le ha llevado ya a cumplir algunos sueños.
Aunque toda su vida la ha hecho en Tarragona, nació en Els Pallaresos, en el seno de una familia trabajadora: su madre estaba empleada como dependienta en PortAventura y su padre, en una planta de hormigón que cerró con la crisis de 2008, por lo que de repente se vio abocado al paro, una situación desconocida para él que combatió abriendo una cafetería. Tiene una hermana de 23 años.
Buen estudiante, pasó su infancia y adolescencia en el colegio de las Carmelitas, donde cursó desde Primaria hasta Bachillerato. Ya entonces sentía pasión por el cine, una afición que tuvo mucho que ver con los cuentos que le leía su madre. «Ella me incitaba a la lectura, y de tanto sumergirme en mil historias me dio por querer contar las mías». Sin embargo, hizo caso a su madre –«estudia algo serio y luego ya harás cine»– y optó por el Bachillerato tecnológico, aunque luego se pasó al humanístico. Al acabar el instituto y ya con el cine entre ceja y ceja, se decidió por el grado de Comunicación Audiovisual en la URV. «En casa no había para excesos ni recursos para ir a la escuela de cine ESCAC», dice con resignación. Pero eso no sería un freno. Desilusionado porque la carrera «no tenía nada que ver con el cine», comenzó a buscar la información que le interesaba por su cuenta. Así, de forma autodidacta y con la ayuda de internet –«yo no conocía a nadie del mundo del cine»–, leyó los mejores libros para aprender, se empapó con todo lo relacionado con la escritura de guiones, las estructuras cinematográficas y las narrativas audiovisuales. Y con ese bagaje y un dinero que tenía de sus abuelos para estudiar un hipotético máster, se lanzó a plasmar en la pantalla una idea que le rondaba la cabeza y que se convirtió en su primer largometraje, El dulce sabor del limón. No fue una aventura fácil; él se encargaba de todos los roles, incluido el de buscar financiación. Solo su tesón y entusiasmo explican que un novato como él ‘fichara’ a una actriz de la talla de Elena Rivera, entonces ya famosa por ser la novia de Carlitos en Cuéntame. También apareció en su vida, cual hada madrina, la actriz Mercé Rovira. «Ella me hizo descubrir cómo podía formar todo el universo para rodar una película, me ayudó con todo el casting, con parte del equipo técnico...». Y, después de cuatro años de mucho trabajo –«cada paso era como escalar una montaña»–, El dulce sabor del limón llegó a las salas de cine. «Me hizo mucha ilusión. En lugar de mirar la pantalla, me pasé toda la película observando las reacciones del público. ¡Qué alivio, sus caras parecían de interés!».
Fue el inicio de una carrera que no para. Con la postproducción de El dulce sabor del limón descubre el mundo del documental, un formato cinematográfico que le permite narrar historias de otra forma. Así, en 2018 escribe y dirige el documental La mida del temps, con guion de Javier Barón. La gran acogida que tuvo esta obra en Tarragona le abrió las puertas para tratar historias locales, como el documental centrado en el Seguici Popular de Santa Tecla, 700 anys i un dia, presentado en 2021, o el homenaje a Eduard Boada.
En paralelo, entre 2019 y 2020 se embarca en la producción y dirección del documental 3.450km, de Montblanc al món, que relata las peripecias del aventurero Adrià G. Mercadé alrededor del mundo acompañado únicamente de sus alforjas y una bicicleta. La producción ganó el Premi Mañé i Flaquer de Periodisme Turístic.
Pero David, que siempre ha esgrimido una gran madurez, sabe que «vivir del cine» es muy complicado. Por eso montó –en plena pandemia– la productora AYHE, que le permite combinar los proyectos cinematográficos con trabajos más propios de una agencia de comunicación, ofreciendo vídeos para empresas, entre otros servicios. «Hay que comer, aunque si algo no me gustara no lo haría».
Aunque nadie le ha regalado nada, se muestra agradecido a la vida y se considera «afortunado». Discreto y leal, mantiene a los amigos de la infancia y se acaba de casar con Gemma, una enfermera que es su pareja de toda la vida. La conoció con 15 años y con 16 comenzaron su relación, para irse a vivir juntos a los 24.
Amante del cine europeo de autor no reñido con los gustos populares –entre las películas que le gustan cita Drive, La isla mínima y Primos–, dice que «el cine desde detrás de la cámara no tiene tanto glamour como la gente piensa; son muchas horas ante un ordenador, con dossiers, hojas de cálculo...», aunque la emoción con la que habla delata su pasión por este arte.
Embarcado en varios proyectos, como Nordur, una película islandesa, y el largometraje 14 de marzo, también del director Alberto Gross, sueña con esa llamada que le anuncie la nominación de Solo a mejor corto en los Premis Gaudí. Y luego, lo que tenga que venir. David Aymerich lo asume todo con ilusión pero con calma y discreción. Trabajando en lo que le gusta. Todo un lujo.