Tarragona,
Dos familias refugiadas ucranianas asentadas en Tarragona y Reus hacen balance de un año de guerra. Se sienten arropadas y han rehecho su vida aunque no pierden de vista el deseo de regresar en cuanto la situación lo permita
«Era como el apocalipsis», recuerda Maryna Pshenyshna (32 años) su salida de Ucrania, hace casi un año, mientras camina tranquila en la paz del Parc de la Ciutat de Tarragona. Lo hace con sus hijos Roman (12 años) y Dmytro (13) y con su hermano, Bohdan Aznabaiev (11). En sus rostros hay alegría, por el bienestar de la acogida y la vida rehecha, y tristeza, porque que la guerra sigue. Y buena parte de la familia continúa allí.
Aquí llegaron el 5 de marzo de 2022, después de siete días de viaje, una peripecia con buses y trenes, como la de tantos y tantos refugiados. «Mi padre –su madre falleció hace cinco años– se tuvo que quedar pero en aquel momento nos ayudó a salir», cuenta. Así, los cuatro escaparon a toda prisa de Shepetivka, una ciudad a unos 300 kilómetros de Kiev con visos de polvorín. Era y sigue siendo un lugar de alto riesgo, un vecindario del que hubo que huir a las primeras de cambio. «Es una ciudad pequeña, como Tarragona, pero con muchas bases de militares. Yo vivía a 800 metros de un taller de reparación de vehículos, y pensaba ‘¿qué pasará si llega un misil?’». Al empezar la guerra, el ejército puso sobre la mesa una advertencia a los habitantes de la zona: todo aquel que viviera en un radio de un kilómetro alrededor debía marcharse.
Menos mal que escaparon pronto. Esa misma amenaza se concretó hace dos meses, cuando un misil cayó muy cerca, destrozando ventanas, puertas y techo de su propia casa. Fue la señal inequívoca de que el peligro persiste, a pesar de que muchos ucranianos que se refugiaron en Tarragona decidieron volver cuando la situación en su zona mejoró. «Nosotros no podemos volver, y más en estos momentos, cuando parece que Rusia quiere volver a atacar fuerte», relata ella, con su cuerpo en la tierra de acogida y el corazón en la de origen. Un año después, la situación allí, en un enclave estratégico plagado de infraestructuras militares, no es segura. Hay cortes constantes de suministro eléctrico. «El viernes pasado cayó un misil en una estación de electricidad a las afueras de la ciudad. La gente ya se ha acostumbrado a vivir sin luz o sin calefacción. Hablo con mi marido y mi padre casi a diario, cuando consiguen conexión a internet», cuenta.
Como estar en Ucrania
Por eso la estancia en Tarragona, en la que están plenamente integrados, va a ir para largo. «Aquí estamos contentos y nos encontramos bien. Me siento arropada, hay gente que nos ayuda, personas a las que puedo llamar si me pasa algo. Han venido muchos compatriotas, hacemos concentraciones y en el fondo es como estar en Ucrania», comenta Maryna.
Vive, cobijada por la Fundació Bonanit, en un piso en Sant Pere i Sant Pau. Aquí ha perfeccionado el idioma, del que ya tenía nociones, ha aprendido un oficio y ha conseguido un trabajo en un centro de estética. Eso no quita que no haya malos momentos que digerir. Quien peor lo está pasando es el hijo mayor, Dmytro. «Explica que quiere volver a su país, a defenderlo. Lo está pasando mal», cuenta Maryna.
Mientras tanto, la vida transcurre plácida entre la cotidianidad del trabajo y las aulas. Roman y Dmytro estudian en el Martí i Franquès y Bohdan en el Cèsar August. Además, recibe clases de baile, interpretación y canto, su gran pasión, en Barcelona. También practican boxeo en Salou.
El marido de Maryna vino el año pasado a estar con ellos unas semanas. Fue poco tiempo. Luego tuvo que regresar para desarrollar una labor de apoyo al ejército. Su padre, con problemas de corazón, no puede reunificarse con ellos por el momento: «Confiemos en que la guerra acabe pronto y podamos estar todos juntos de nuevo».
«Es la segunda vez que la guerra nos expulsa»
«Salimos de casa en Járkov el 24 de febrero después del ataque con bomba por la mañana. El 23 de febrero celebramos los 79 años de mi madre y nos fuimos a dormir tarde. Me desperté a las 4.30 al escuchar el ruido de las explosiones», narra Tetyana Makushenko, ahora una vecina más de Reus, junto a su madre, Halyna; su marido, Andrii Onofriichuk; y sus dos hijos, Platon y Melania.
No es el primer exilio de esta familia. «Es la segunda guerra en nuestra vida, hasta 2014 vivimos en Lugansk», explica, en mención a uno de los territorios de Donbás, el epicentro de los combates más crudos. Ya tuvieron que marcharse entonces, igual que hace un año. Esa madrugada pronto entendieron que estaban ante una nueva guerra y que debían huir. Comenzó el éxodo: un largo viaje de dos días hacia el oeste, con las carreteras llenas de tráfico y los hoteles ocupados: «Fue un camino muy peligroso, porque Rusia bombardea por todas partes y no sabíamos qué camino elegir».
Cruzaron la frontera con Rumanía y allí permanecieron casi medio año, un tiempo de espera y standby lleno de incertidumbre. «Casi estábamos listos para mudarnos a los Estados Unidos, pero decidimos ir a España», relata.
Aquí llegaron en junio y casi al instante se enamoraron del lugar. «Nos encanta la zona de Tarragona y encontramos alojamiento en Reus». Pronto armaron su vida aquí. «La gente es muy amable. Hicimos los documentos rápido, obtuvimos un seguro médico que ha sido muy importante para nosotros, y especialmente para mi mamá, que ayer cumplió 80 años y para nuestros hijos».
Tetyana confiesa que «para mis hijos ha sido muy difícil dejar la vida atrás y llegar a otro país sin amigos». Le tiembla la voz al acordarse de esa llegada, salvadora pero traumática. «Mi hijo cumplía años y le pregunté qué quería de regalo. Me dijo que encontrar a un amigo. Me dejó llorando».
Pero salieron adelante. Los pequeños estudian en La Salle de Reus. «Estamos cómodos. Me encanta la actitud que hay aquí hacia los niños. Es genial y una de las razones por las que nos quedamos». Siguen de cerca las noticias que llegan desde el frente: «En este tiempo casi todos los días Rusia bombardea nuestra ciudad. Una bomba cayó cerca de nuestra nueva oficina y nuestra casa. Tuvimos suerte, ambas están bien, pero todas las calles han sido destrozadas. Bombardean casas civiles, centro médicos, guarderías, escuelas, universidades, hospitales».
No es fácil sobrevivir en la asediada Járkov. Tetyana explica que «Rusia está bombardeando la estación eléctrica y la estación de agua, así que todo el invierno en nuestra ciudad la luz ha estado solo unas pocas horas al día».
La familia se ha asentado tan bien aquí que ya piensa en montar un negocio para celebrar fiestas y cumpleaños. No queda otra que echar raíces, con un ojo en lo que sucede en su país. «Nos gustaría volver, porque amamos y estamos orgullos de Ucrania, es nuestro hogar. Pero todo depende de cuánto tiempo dure el conflicto y de cómo termine».
La aflicción es doble. Tati se ve otra vez desplazada por una guerra que no deja de truncar sus planes. «Hemos tenido que salir dos veces. En 2014 habíamos construido una casa. Estaba embarazada de ocho meses. Mi hijo nunca vio la habitación que le habíamos preparado. Ahora cuando hacíamos vida en Járkov Rusia vino de nuevo...». Ahora no se les ocurre volver. «No nos arriesgaremos. Es muy peligroso. Rusia sigue matando a mi país y a nuestra gente». Aguanta contra todo con moral de victoria: «No regresaremos hasta que Ucrania gane por completo. Nuestra gente es súper fuerte. Agradecemos mucho la ayuda de España y de Europa».