Nacen en Tarragona los primeros bebés de la guerra de Ucrania

Adelina ha venido al mundo en Tarragona. Su padre sirve a las tropas. Solo la conoce por foto. Su madre, de Donetsk, llegó en marzo como refugiada

Y pese a todo, la vida sigue para los refugiados. También para Elena Labivka (22 años), que acaba de dar a luz en Tarragona a su tercer hijo. Adelina nació en la mañana del 28 de octubre, pesó 2,9 kilos y midió 49 centímetros. «El parto fue muy rápido. Las dos estamos bien de salud», explica Elena. Adelina es uno de esos bebés de la guerra de Ucrania, que han tenido que nacer lejos de casa y con la familia desunida. De hecho, el padre está sirviendo en el ejército de Ucrania, no puede venir y solo conoce a su hija por foto. «Aquí estamos bien, lo único es que yo extraño mucho a mi marido y a toda mi tierra en general», cuenta la joven.

Reside en un hotel de Salou. Atrás queda el éxodo pocos días después de que a finales de febrero arrancara una invasión rusa de Ucrania que esta pasada semana cumplió nueve meses. Llegó después de un intenso periplo de 15 días por más de nueve países y al mando de una extensa comitiva.

Elena, ya embarazada, huyó con sus hijos pequeños Vladimir y Timur, uno de un año y otro de tres. También hicieron lo propio su suegra, Inna Barbarosh, y su hija, Sofiya Barbarosh; y la abuela, Valentina Nazarenko, madre de Inna. En total, siete personas conviven en el hotel.

Huir desde el Donbás

Seis de ellas, aún sin la pequeña Adelina, habían salido el 5 de marzo desde el Donbás, una de las zonas más arrasadas por la guerra. «Preferimos salir cuando escuchamos las primeras sirenas antiaéreas porque luego todo se iba a complicar. En esa situación se escuchaban sirenas y ya bajábamos a los refugios», narra Elena.

Llegar a Tarragona fue un alivio, algo agridulce por la lejanía con la familia que se quedó allí. Aquí están felices y contentos, a pesar de que siguen con preocupación e inquietud el conflicto. «Estamos a gusto. Nuestro día a día es tranquilo. Caminamos, preparamos la comida, leemos libros y jugamos con los niños», cuenta Elena sobre cómo es un día normal. «Los pequeños ya están acostumbrados. Les gusta estar aquí, aunque el mayor dice que quiere visitar a su padre en Ucrania, lo extraña mucho y llora», lamenta la madre.

Una zona destruida

Su hogar está en Limán, una ciudad muy destruida en la región de Donetsk. Su marido está en Járkov, otro de los frentes de la guerra. Ella planea reunirse pronto con su marido allí y toda la familia no descarta regresar, en cuanto sea posible. «La situación ahora mismo en nuestra ciudad es normal, aunque hay cortes de luz y de agua», cuenta Elena, una especie de madre coraje que se echó a la espalda a su familia para abandonar el país, prácticamente sin saber inglés y después de un intrincado viaje que pasó por Moldavia, Rumanía, Hungría o Polonia. Allí, una comitiva procedente de Tarragona les recogió y les trajo aquí. Primero se hospedaron en el hotel Lauria y luego les derivaron a Salou.

Desde entonces, permanecen bajo el cobijo de Creu Roja, que desde marzo ha tutelado a unas 2.000 personas en la provincia, a pesar de que una parte ha ido regresando. «Estamos muy bien con ellos. La Creu Roja nos sigue ayudando y estamos inmensamente agradecidos a los voluntarios que nos atienden. Para nosotros son imprescindibles», se sincera Elena, con esa mezcla extraña de sentimientos que tienen todos los refugiados, una tristeza enquistada por lo que sucede en su país y la gratitud eterna a la nueva casa, a la tierra de acogida, allí donde la pequeña Adelina, a pesar de que tiene nacionalidad ucraniana, ha venido a nacer.

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