Los trenes que pasan por medio del comedor

Una reivindicación histórica. Los vecinos del Serrallo cuentan como el ruido provocado por los conboys les afecta, tanto al descanso como a la salud

En casa, los trenes pasan por medio del comedor». Esta era la frase que siempre escuchaba decir a mis abuelos. Vivieron durante 50 años a dos metros justos de la vía del tren, en la calle Espinach del Serrallo. Todavía puedo recordar aquel ruido estridente que siempre iba acompañado de una vibración extraña. Cuando el tren pasaba, la conversación quedaba en pausa. El mundo en casa se paraba por unos segundos. También puedo visualizar el tímido movimiento de las copas de vino dentro de las vitrinas de mi abuela.

Mi padre, que convivió con el tren desde los 7 hasta los 26 años, explica que mi abuela lavaba cada día las cortinas para quitar la peste a humo. También explica que, al pasar por casa, los convoys se encontraban con una especie de bache que les obligaba a frenar. «Las ruedas patinaban y hacían un ruido muy fuerte. Parecía que teníamos una gallina en casa», explica mi padre, quien añade que «no nos hacía falta despertador, dependiendo del ruido sabíamos la hora que era».

Como la mía, son muchas las familias serrallencas que llevan años sufriendo el paso de los trenes de mercancías por el lado de casa. Aseguran que, pese a haberse acostumbrado, las molestias les han acabado pasado factura. Descansan mal, sufren de insomnio y tienen el ruido puesto en la cabeza durante todo el día. Es el caso de Omar Sow, un pescador del Serrallo que lleva siete años viviendo en la calle Salou. «Es un horror, por las noches me despierto muchas veces. Ahora creo que ya me estoy acostumbrando pero, al principio, cada vez que pasaba un tren me asustaba porque pensaba que se trataba de una bomba o algo parecido», dice Sow, quien añade que «espero que encuentren una solución rápida. Esta situación me afecta al descanso y me acabará afectando a la salud».

El maquinista nos saludaba

Los vecinos que llevan toda la vida conviviendo con los trenes ya están más acostumbrados, forma parte de su día a día. Otros, los que han podido, han acabado vendiendo sus casas de primera línea de las vías para mudarse a primera línea de mar. Rafel Lluís ha pasado gran parte de su vida en la calle Espinach. Explica que su familia pasaba el verano en una galería exterior de la casa. «Cuando el tren pasaba, el maquinista nos saludaba como si fuéramos amigos. Ya nos conocíamos», explica Lluís, con un punto de melancolía. Una anécdota que ilustra la cercanía entre los trenes y las viviendas.

Rosa Sans, otra vecina, explica que lo más molesto es que la mayoría de los ruidos tienen lugar durante las noches. «No solo son los trenes que pasan, también las obras constantes en la vía. Estas durmiendo y de repente te despierte el ruido de una taladradora. Así es muy difícil poder vivir», dice Sans, quien se muestra esperanzada: «Algún día dejaremos de sufrirlo, estoy convencida».

Pese a que la eliminación del paso de los trenes lleva años siendo una reivindicación, la realidad es que los serrallencs no se han organizado nunca para poder ejercer más fuerza. Ahora, aseguran estar dispuestos a dar su apoyo a la lucha de la plataforma Mercaderies per l’Interior. Pese a estar acostumbrados, creen que es justo dejar de sufrir.