La vecina de Tarragona que se ha comprado un pueblo en Catalunya

Alba Ortiz Nin ha dirigido los fogones de prestigiosos restaurantes del País Vasco. Ahora lidera su propio proyecto en La Figuera

«Me enamoré del paisaje de La Figuera. A los pies de este pequeño pueblo iniciamos nuestro proyecto recuperando la viña. Después, adquirimos una de las viviendas, pero lo que no sabíamos es que habíamos comprado algo más que aquella casa, habíamos comprado un núcleo deshabitado», relata Alba Ortiz Nin.

El maridaje entre gastronomía y vino es el inicio de esta historia. Alba Ortiz Nin es una apasionada de la creación a los fogones, a los que arranca aromas y sensaciones que se deshacen en el paladar. Nacida en Salomó, estudió en la Escola d’Hoteleria i Turisme de Cambrils y fue en un viaje con unas amigas al País Vasco cuando su sueño empezó a tomar forma, en un ágape como comensales en el Mirador de Ulía. Ya no se marchó. «Mis prácticas de segundo las hice en sala, en Donosti».

Así fue como se inició, para pasar después, de un restaurante de una estrella Michelin a otro de tres. «Cuando estaba en el Mirador pude reservar mesa en Azurmendi, de Eneko Atxa, en Bilbao, con motivo de mi aniversario y pensé que tenía que conseguir hacer las prácticas de cocina allí». Dicho y hecho. Alba empezó como jefa de partida de carnes hasta escalar a responsable de cocina. Tenía solo 22 años. «Fue donde realmente me di cuenta de que quería ser cocinera».

Y fue también allí donde conoció a su pareja, con el que regresó a Catalunya para iniciar su proyecto. A saber, recuperar viñas viejas con la finalidad de elaborar su propio vino. Se trata de viñas que se estaban arrancando en el entorno de Algerri, en la comarca de La Noguera, para plantar cereales o maíz, «viñas centenarias con variedades muy antiguas». La decisión, no obstante, coincidió con la irrupción de la pandemia que, como le ocurrió a todo el planeta, frenó de golpe el ritmo frenético de los jóvenes. «Estábamos en un momento de calma, tras mucho tiempo sin poder hacer vacaciones. De pronto, me podía dedicar a mí misma, sin tener que viajar constantemente, para conocer y probar vinos. Fue entonces cuando pensé que quería vivir allí y abrir un restaurante, lo vi claro», comenta la tarraconense.

Entre la elaboración del vino, la recuperación de variedades, algunas sin registrar, y los olivos, la pareja se centró en perseguir la compra de una vivienda. «Era una casa increíble, la única que se mantenía en pie», señala Alba, quien añade que «destacaban sus frescos en la pared, la calma de una playa, de tal manera pintada que la luz cambiaba dependiendo del momento del día en el que entraba». Sin embargo, la casa se fue deteriorando sin que los jóvenes dieran con los propietarios, hasta que tras muchas indagaciones y algunas peripecias, lo consiguieron cuando casi la daban por perdida.

El fresco de la casa, en el que se ve un atardecer en una playa, ahora muy deteriorado. Foto: Cedida

Un llavero con ocho llaves

«Resultó todo muy difícil. Incluso cuando ya teníamos localizado al dueño, la persona de la inmobiliaria se equivocó de casa por lo que, evidentemente, de un llavero con ocho llaves, ninguna coincidía con la cerradura. Tuve que llevarlo personalmente hasta la vivienda». Y fue al comprarla cuando fueron conscientes de que habían adquirido «5.500 metros cuadrados, en los que había incluidas otras casas, huertos y terrazas», lo que equivale a prácticamente el núcleo deshabitado, más las viñas que ya disponían en alquiler.

Ahora, poco a poco, la finalidad es volverlo a la vida, con una casa rural y la rehabilitación del resto de viviendas. «Queremos recuperar la esencia de La Figuera, que era un pueblo de artesanía». Mientras, ya han elaborado su primer vino y Alba ha abierto el restaurante Can Macho en Alfarràs, donde da rienda suelta a su universo culinario.

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